El éxito del capitalismo no se debe, como suelen considerar sesudos análisis económicos, a que habilita la posibilidad de acumular riquezas, sino a la empatía que tiene con los más profundos y oscuros anhelos de los seres humanos. Tanto el que escribe estas líneas como los que las leen, y aun quienes las ignoran, somos responsables de que el sistema perviva, ya que lo alimentamos con nuestros egos, mal trabajados y peor reconocidos, que nos llevan a descargar frustraciones en el pozo sin fondo del consumismo, enfermedad que Pier Paolo Pasolini consideraba una “mutación antropológica” de la civilización humana.
Algo de todo lo anterior debe haber llevado al obrero alemán Volker Pawlowski a afirmar: “La venta se ha convertido en un negocio sin lógica”. Se refiere a su pequeño negocio, pero el aserto es válido, en general, para el comportamiento del consumidor ante el escaparate real o virtual, a la vista de las actitudes compulsivas de los consumidores.
El negocio de Volker es mucho más pedestre que cualquier análisis sobre los motivos profundos del consumidor. En 1990 se enteró de que una empresa subastaba los bloques del recién derribado muro de Berlín, y en 1991 se decidió a comprar cerca de 150 metros, divididos en bloques de 3,60 metros de alto, 1,20 metros de ancho, y casi tres toneladas de peso. La mitad descansan aún en su bodega en las afueras de la ciudad.
Pero el resto lo vende en pequeños trozos que valen entre cuatro y siete dólares al consumidor final. Nueve de cada diez trozos de muro que se venden provienen de su bodega y todos incluyen un certificado de autenticidad.
“Tengo material para muchos años y espero que la demanda siga siendo alta”, dijo Pawlowski, cuyo negocio incluye la venta de bloques completos a más de 6 mil dólares la unidad. Se calcula que el ex obrero, devenido en astuto comerciante, vende unos 100 mil trocitos de muro cada año sólo en Berlín. Como la demanda es la que rige, decidió ampliar el negocio con la venta de camisetas, tarjetas postales y llaveros que lucen un minúsculo trocito de la famosa pared.
“No tengo idea de por qué la gente sigue comprando pedazos del muro”, reflexionó Volker. No hace falta siquiera pensarlo. Sólo se necesita surfear en la ola para hacer de los restos del ignominioso muro un suculento negocio. En el futuro no faltarán los imitadores. Hay varios muros esperando su turno: desde el levantado por el Estado de Israel hasta el que separa la frontera de México y Estados Unidos. Por ahora tienen menos prensa que el de Berlín, pero los buenos comerciantes no se amilanan ante tan poca cosa.