El niño Luis Suárez - Semanario Brecha

El niño Luis Suárez

AFP, JUAN BARRETO

Un álbum de figuritas no es solamente un cúmulo de páginas ordenadas en las que uno pega caras, cuerpos, símbolos u objetos que representan a tal o cual asunto. Es, con los criterios y los cuidados posibles, un generador de encuentros e intercambios con quienes experimentan el mismo juego. El patio de cualquier escuela en época de álbumes se transforma en una suma de enjambres, entre gritos de «tengo» y «me falta». Enjambres o lunares desperdigados en esa piel que es el espacio abierto en el que niños –y cada vez más niñas– se autogestionan el recurso de la figurita.

Un álbum de figuritas es uno de los lugares en los que están los personajes que nos gustan; un dibujo animado, un músico, un deportista, todos un poco superhéroes. En el complejo e interpelante mundo del fútbol, los superhéroes se gestan en los mundiales. Las niñeces uruguayas de los noventa no tuvieron mundiales, salvo por el que abrió la década, en Italia. La Copa América del 95 y la selección sub-20 del 97, en Malasia, fueron dos hermosos vasos de agua en pleno desierto. No tener mundiales significa tener un álbum de figuritas distinto, carente de páginas propias; significa no tener la posibilidad de tener a tus superhéroes más cercanos.

La selección liderada hace 15 años por el maestro Tabárez hizo que los mundiales volviesen a ser un lugar conocido, un destino que sabíamos que íbamos a visitar. Entonces, cada cuatro años, el álbum de figuritas tenía un par de páginas llenas de potenciales superhéroes que habían nacido en nuestros pueblos y ciudades. Por eso, es inevitable que si un niño uruguayo de hoy se angustia por no avanzar de fases en los mundiales, un niño uruguayo de los noventa le diga (o se diga a sí mismo): «Pensar que nosotros ni siquiera estábamos».

Pero no todos pueden ser superhéroes. Y es cierto que hay factores diversos que ayudan; conscientes e inconscientes, deseados o azarosos, estéticos, emocionales y más. Un superhéroe, por ejemplo, debería ser posible de dibujar y ser reconocido fácilmente, aun en el caso de los dibujos menos cercanos a la realidad. Para ello, debe tener un par de rasgos simbólicos. Luis Suárez tiene por lo menos dos:
las grandes paletas y la seña de los tres dedos para festejar sus goles. Si, en una hoja, un niño o una niña dibuja un fosforito con grandes paletas y los dedos pulgar, índice y mayor de su mano derecha erguidos, todo el mundo sabrá de quién se trata. Esa es una pequeña parte de la manera en que Suárez conecta con las infancias.

Pero también hay otra parte que tiene que ver con el niño Luis Suárez. No el de su propia niñez, sino el del futbolista y su carrera; el que tuvo momentos en los que fue un poco (y bastante) niño.

Suárez llora, llora mucho. Difícil pensar en otro futbolista de la alta competencia que hayamos visto llorar tantas veces y, por lo tanto, ser vulnerable ante el ojo crítico. Solo en el memorable partido contra Inglaterra en 2014 lloró en el segundo gol, lloró en el banco durante un intenso abrazo con el RusoPérez esperando que el juez pitara y lloró en la cancha durante la entrevista para la televisación oficial. El superhéroe, aún con las cicatrices a la vista por su lesión de rodilla, volvía y resolvía una situación límite. Durante aquella tarde brasileña lloró de alegría y de bronca.

Contra Ghana en 2010, en otro de los capítulos de más extrema emoción, quiso engañar a la autoridad para salvar a sus compañeros y salvarse, y lloró al ser expulsado mientras se escondía debajo de la camiseta como el niño que no quiere mostrar su angustia y de paso se seca las lágrimas con la ropa. Hasta que el travesaño lo hizo seguir llorando, pero ahora de alegría. En 2022, otra vez contra Ghana, volvió a desesperarse y entrar en llanto en el banco al enterarse de que los resultados de otros partidos que se estaban jugando en paralelo nos eliminaban; él ya no estaba en la cancha para poder hacer el gol que faltaba.

Luis Suárez llora mucho. Porque cuando las emociones, de todo tipo, están a flor de piel, llorar es inevitable. La infancia misma es así: una escalerita de sentirlo todo y que el cuerpo lo exprese, aunque la mente no se lo proponga. Luis Suárez quiso engañar a la autoridad y Luis Suárez mordió, por lo menos un par de veces. Un Suárez de la primera infancia cometió un acto instintivo, extremadamente emocional, por sentir amenaza, rechazo o por algo que el tiempo irá descubriendo. Las grandes paletas, por cariño y por burla, agregaron allí una capa más de simbolismo. El maestro volvió por un rato a la institución educativa, escribió, comunicó una defensa pedagógica y lideró la clase. Pero Suárez es caprichoso, y ante una nueva lesión se enojó con el maestro porque no lo puso durante otra situación límite. El riesgo físico era grande, pero Suárez no lo entendía y golpeó el acrílico del banco de suplentes frente a la cara del maestro, que procesaba por dentro.

Luis Suárez se enoja porque no lo dejan jugar. Llora, hace trampa, muerde, se encapricha y patalea. Le patalea al juez porque no cobra nada ante una posible falta o porque un rival toca la pelota con la mano, aunque el rival sea un golero y eso esté dentro de las reglas. Luis Suárez mantiene su voz juvenil, la del momento en que uno está cambiando. Se lo escucha y sigue pasando del grave al agudo sin criterio. A veces la voz se le entrecorta, más cuando grita y cuando llora.

En un país tan atravesado por los goles y en el que el fútbol infantil es una reserva activa y proporcionalmente enorme, el lugar social que ocupan las figuras está especialmente determinado por el sentimiento de los niños y las niñas. La de mayor cercanía –por lo menos en los últimos 50 años– se acaba de retirar de la selección uruguaya.

Ya llegarán libros, series y películas sobre la vida de Luis Suárez. El Meme, como le decían en Salto de chico. Si fuera en otro país, su vida deportiva ya hubiese generado decenas de contenidos escritos y audiovisuales. Por ahora, mejor que cada niña (como la inclaudicable Mayte de Pateando lunas) y cada niño imaginen su propia historia con él; los niños de 2007 (cuando Suárez debutó en la selección), de 2010 (cuando hizo goles y atajó en el mundial inolvidable), de 2011 (cuando fue el mejor y ganamos la copa), de 2014 (cuando generó un nuevo 2 a 1 histórico a los ingleses), de 2018 (cuando trianguló con Cavani para volver a hacernos soñar un rato) y los de hoy, que lo despidieron como goleador histórico. Vamos a extrañar al niño Luis Suárez; el que llora, hace trampa, muerde, se encapricha, patalea, no cambió la voz, nos regaló alegrías y volvió a llorar, como el más humano de los superhéroes.

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