La metacualona, o “quaaludes”, como se la llamó en Estados Unidos, es una droga sedante e hipnótica que en los años sesenta y setenta fue de uso extensivo y legal en varios países, utilizada a diestra y siniestra por universitarios y hippies en general. Se trata de un depresivo general del sistema nervioso central y sus efectos son principalmente disminución de la conciencia, somnolencia, parestesia y reducción de la actividad cardíaca. Es la droga estrella de la película El lobo de Wall Street, consumida por sus personajes con resultados nefastos.
Y también fue el barbitúrico favorito para una infinidad de violadores. Roman Polanski suministró metacualona a una adolescente de 13 años para ultrajarla oral, vaginal y analmente; es la causa por la que el cineasta aún hoy no puede entrar a Estados Unidos. Y se acusa a Bill Cosby de lo mismo, con la diferencia de que lo habría hecho con decenas de mujeres, reiteradamente y durante años.
Todo se destapó a raíz de las declaraciones del comediante Hannibal Buress, que en uno de sus espectáculos de stand-up se refirió a Cosby como a un violador en serie, haciendo público lo que en ciertos círculos era un secreto a voces. Ese fue el empuje inicial para que varias mujeres tuvieran el valor de denunciar al actor. Una de las acusaciones más duras fue la de Barbara Browman, quien primero en una entrevista con The Daily Mail y luego en un artículo para el Washington Post titulado “Bill Cosby me violó. ¿Por qué le ha llevado 30 años a la gente creer mi historia?”, relató haber sido drogada y violada a mitad de los ochenta, cuando tenía 17 años. Como suele suceder en estos casos, en su momento las denuncias fueron desestimadas y mucha gente cercana le aconsejó el silencio.
Lo que trascendió recientemente es que Cosby ya había sido acusado por varias mujeres en 2005, y el asunto fue zanjado fuera de tribunales con un acuerdo entre ambas partes (léase: Cosby debió desembarazarse de una importante suma de dinero). Pero el golpe de gracia final contra el comediante fue la publicación por The New York Times de la declaración íntegra que él mismo realizó entonces ante los tribunales. El pez por la boca muere, y en su declaración se encuentran los dichos en los que admite haberles suministrado quaaludes a chicas con las que quería tener sexo; también relata cómo compró el silencio de una de ellas, pagándole los estudios durante años.
Docenas de mujeres alegan que Cosby las drogó y abusó sexualmente de ellas en las últimas cuatro décadas, y desde el año pasado muchas renovaron sus denuncias públicas. Pocas de las acusaciones han avanzado en la corte, en gran medida porque muchas han prescrito, pero la cantidad de denunciantes y las coincidencias en sus relatos han vuelto muy difícil la defensa de un personaje que hasta hace muy poco tiempo era uno de los más queridos de Estados Unidos.
Browman remata su artículo con un argumento crucial: “Nunca he recibido ningún dinero de Bill Cosby ni lo he pedido. No gano nada al seguir hablando al respecto. Él ya no puede ser acusado por sus crímenes contra mí, porque el delito hace tiempo que ha prescrito. Eso también está muy mal. No debe haber límites de tiempo para denunciar estos crímenes, y uno de mis objetivos es que exista una legislación para que eso se termine. Perpetradores ricos y famosos utilizan su poder para avergonzar y silenciar a sus víctimas, a menudo se requieren años para que las mujeres jóvenes puedan superar esos sentimientos y obtengan la confianza para denunciarlos (…). Nuestro sistema legal no debe silenciarlas por segunda vez”.