El optimismo imposible - Semanario Brecha

El optimismo imposible

Si apenas pasadas 60 horas de su llegada al cometa las baterías del robot Philae se agotaron y dejó de funcionar, la idea de que la Nasa aborde seriamente un emprendimiento espacial como recurso para salvar a la humanidad de su extinción -como plantea la película “Interestelar”- es un delirio.

Interstellar

El sábado pasado el robot Philae, posado en el cometa donde se encuentra desde el miércoles 12 luego de diez años de viaje sideral, suspendió el envío de datos a la Tierra. El proyecto fue iniciado hace 20 años y se considera un éxito, a pesar de que las baterías del robot se apagaron por no haber recibido más energía solar. Se especula que conforme el cometa vaya acercándose al Sol el robot podrá recargarlas, salir quizá del estado de “hibernación” en que se encuentra y recomenzar su actividad, pero también es probable que no volvamos a saber de él. No estaba previsto que se ubicara a la sombra, entre unas rocas, y que no llegara suficiente luz solar hasta sus paneles.

Apenas pasadas 60 horas de su llegada al cometa las baterías se agotaron y el robot dejó de funcionar, y todo esto por un “imprevisto”, uno de los infinitos imponderables que en esta clase de emprendimientos no pueden ser plenamente contemplados y que simplemente suceden, con el riesgo de poner punto final a misiones colosales. El asunto del error asegurado puede ejemplificarse con elementos muchísimo más cercanos y cotidianos: cualquier persona que tenga una computadora o una herramienta informática con cierto grado de sofisticación sabrá que es difícil que pase un mes sin que al menos se “cuelgue” alguna vez, sin que algún imprevisto provoque un malfuncionamiento de la máquina, requiriendo un reseteo en el mejor de los casos, o eventualmente una revisión general y una puesta a punto por parte de un técnico especializado. Karl Popper rebatía las teorías conspirativas aduciendo que precisamente nada ocurre como se desea y que siempre hay consecuencias indeseadas en todo emprendimiento; cuanto mayor la complejidad de un sistema, mayores las posibilidades de error.

Desde hace tiempo escuchamos teorías del estilo “en veinte años un meteorito chocará contra la Tierra”; y así como la tecnología falla, también lo hacen las previsiones científicas, incapaces de ponderar la infinita multifactorialidad de los fenómenos. Si no se puede saber con certeza cómo estará el clima mañana, mucho menos puede saberse lo que ocurrirá en veinte años, y aquí es donde más hace agua una película como Interestelar.
La idea de que la extinción de la humanidad llegue de forma gradual e irreversible es interesante y hasta tentadora, pero las previsiones suelen contemplar algunos factores y no otros, y en cualquier caso lo increíble es una iniciativa que parta del supuesto indiscutible del apocalipsis a mediano plazo; una misión planificada que insumirá decenas de años y que supone el uso de robots y maquinarias maravillosas que pasarán este tiempo navegando sin nunca colgarse, con todos sus chips en perfecto funcionamiento y sorteando la infinidad de imprevistos que supone un viaje de este tenor. La idea de que la Nasa aborde seriamente un emprendimiento espacial como recurso para salvar a la humanidad de su extinción es, considerando esta inmensa cantidad de imponderables y de errores posibles, un delirio. Y partiendo de estos postulados, que el despliegue espacial tenga éxito es la cúspide de la inverosimilitud.

Estos elementos no serían tan estridentes o chocarían tanto si los libretistas no hubiesen sido tan explicativos, si no se notaran los esfuerzos por hacer una película realista y verosímil y por darle un sustento científico sólido. Es verdad que la película señala previsiones fallidas y deficiencias humanas que llevan a poner en peligro la misión, pero lo que es la tecnología, la maquinaria, la ciencia y el servicio que le dan a los humanos, esas sí que no presentan fisura alguna.

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