El oro de Boogie - Semanario Brecha
Sobrevivir a los Mailhos.

El oro de Boogie

Sobrevivir a los Mailhos.

Boogie junto a compañeros cargando leña de algarrobo / Foto: gentileza del autor

Esto no es cuento, aunque lo firme un escritor. Es la denuncia
de la situación laboral real que debió enfrentar, hasta hace poco,
un trabajador contratado por una de las familias más ricas de este país. Se dice “hasta hace poco” porque el Gringo al fin lo echó.

Desde su metro ochenta y los noventa quilos alimentados por el batir de una poderosa quijada que gesticula una sonrisa de circunstancias, Boogie ya conoce a Boogie, y sí, ríe someramente cuando le hablo del personaje de Fontanarrosa. No me lo dice, deja que hable como un maldito nabo y que diga que es igualito en el porte físico, en sus sentencias, que suenan como latigazos en el lomo de quienes le temen. Portador de un machismo medio naíf, repleto de códigos que pocos respetan, ha llegado a poco más de 40 años habiendo atravesado un sinuoso recorrido en el que el sufrimiento ha sido una constante a moldear como arcilla sobre alambre para que no se le doblasen las rodillas.

Nació entre locos. Su madre, que había enloquecido, fue locamente enamviolada por un enfermero quizá loco. A los seis meses de nacido, su madre abandonó la Colonia Etchepare, al enfermero y a su hijo, José Baltasar, nombres de prócer y de rey negro y mago. La abuela materna se hizo cargo y terminó por ponerle el apellido de su marido y el de ella. El marido de la abuela era un señor circunspecto en apariencias sociales, pero un hombre duro puertas adentro. Dos por tres doña Nacha amortiguaba golpes con la experiencia de los años, y desde que era un gurisito moquiento, José recibió chirlos. El dolor como motor se le fue instalando, y naturalizó el frío de las heladas cruzándolas en pata para ir a la escuela o, estoico, toleró los pinchazos de las rosetas en el campo. La pobreza fue esa piel que lo abrigó hermanándolo con sus amigos de crianza en el pueblo.

—El Gringo no sabe nada.

—Y no. A ese nivel no le va a llegar esto…

—Pero su nombre está en el recibo.

—Sí. Alguna responsabilidad le cabe, sí.

—Ta. Con algo me conformo.

A los 16 años medía un metro ochenta y su espalda crecía día a día. Pertenecía a un grupo de amigos con personajes heterogéneos, aunque muy pacíficos. Por eso fue que Boogie tomó para sí la responsabilidad de ser el titular indiscutido de repartir cascarazos lavándoles afrentas a sus compañeros.

Cultivó un humor escéptico, rudo, con el que dilapidó el tiempo en la Utu local. La abuela Nacha luchaba contra la pobreza y haciendo malabares logró ir pagando la estadía de Boogie en una escuela agraria de Fray Bentos. Entretanto, él fue habitando en el personaje de su tamaño, llenando con contenido los huecos de su piel, y sólo siguió el destino de hacerse temer. Conoció el timoratismo de los lúmpenes, con quienes interactuó en los andurriales del trabajo informal, y el día a día del vendedor ambulante que se atrevió a vender, por decir, cámaras de video truchas, allá por Mendoza, acampado entre gitanos. O, en el mundo del porro, “bocas” traicioneras de prensado paraguayo que conviven con la frula y la base. Supo de la esencia traidora de su clase, aunque luego encontró esas mismas miradas mezquinas, esa gestualidad interesada en tenerlo de su lado en gente de diversos estratos sociales.

—Te lo dije: estos se acomodan entre ellos. Por eso yo ando así, solo. No creo en los sindicatos ni en la justicia, ni en patrones de buena fe, ni en políticos de buen corazón.

—Esto recién empieza, Boogie.

Desde hace unos meses, el tema central en las juntadas de mates en el timbó con mi amigo Boogie el resiliente ha sido sobre cómo ha venido cayendo su economía, su salud. Por un lado, tuvo mucha imaginación para hacer arreglar la Dakar 125 –que le daba cierta libertad al ir y venir día a día hasta el campamento y regresar a su rancho, con sus perros Luna y su hijo Eros, un perro con la cabeza del tamaño de una pelota de básquetbol–, y cuando comenzaba a disfrutar de su transformación a 150 centrímetros cúbicos, le atacó una neuralgia del trigémino que ni con tortillas de calmantes lograba contener el dolor en la mejilla derecha, el oído, el ojo, la cabeza… tanto que me mostró la rama del árbol paraíso del fondo y la cuerda con la que se pensaba colgar si hubiera continuado el dolor.

No tenía ni luz eléctrica ni agua en el rancho. Luego de unos desaciertos amorosos no pudo delinear un plan de contingencia y se atrasó en los pagos, en los fiados, y le cortaron los servicios. Había vivido como bicho en el monte, remando la vida en un barro de lágrimas.

Durante su convalecencia de tres meses recibió 6 mil pesos como adelanto de su salario y ni un peso más. Nada del seguro por enfermedad.

Superó la dolencia y se internó de nuevo a hachar, yendo y viniendo con una cuadrilla de cinco más en el inmenso monte indígena de casi 3 mil hectáreas, mayormente de espinillos y algarrobos. Al menos una carga de 30 mil quilos por semana se llevaban los camiones de leña entresacada del monte para permitir el paso del ganado angus de deseada genética.

—Alguna plata hacen con la mantención del monte indígena con el no pago de impuestos y, encima, la cría de ganado. Y la leña es abundante. Nosotros éramos una de dos cuadrillas monteando en el Curupy del Salvador.

El Curupy es la estancia de Jorge Luis Mailhos, que tiene una extensión de 6.200 hectáreas, de las cuales 2.800 son de monte nativo. Además de las miles de hectáreas de campo natural, se les suman 1.200 hectáreas de agricultura, donde se hace rotación con pasturas.

Lucas, el administrador de la empresa, le admitió telefónicamente a Boogie que fue “una cagada” aceptar poner en planilla a los trabajadores y al patrón, dueño de la empresita de monteo.

La cagada, él debió saberlo, permitía pagar miserias en aportes patronales y que pudieran tragarse los beneficios de los trabajadores.

—Nunca, en cuatro años, cobré aguinaldo, ni salario vacacional, ni licencias… ni el seguro por enfermedad. Y el que figura como patrón es Mailhos. Capaz el hombre no sabe nada, pero el que tiene la responsabilidad de resolver esto es él.

—¿Qué vas a hacer?

—Yo, por cuatro años, he cumplido mi palabra de no armar lío. Pero ellos no cumplen con lo mínimo. A un muchacho que no llega al año en la cuadrilla el hombre le dio una motosierra. No me pagaron nunca nada… Voy a pedir lo que me pertenece.

En el campamento hubo revuelo al llegar el inspector de Trabajo. Pudo comprobar todo lo que había denunciado Boogie y advirtió, civilizadamente, que se debería cumplir con algunas prerrogativas, como habitar en casa habitación (en lugar de las asfixiantes carpas de nailon de silo, el piso de tierra, el frío invernal, el mosquiterío infernal, la falta de un excusado decente), para lo que fueron mudados a un rancho casi caído, sin baño, pero, ahora, con guantes y zapatos de seguridad.

Mientras tanto, Boogie se enfrascó en laberínticas disputas por Whatsapp con un dirigente de la Unatra (Unión Nacional de Asalariados, Trabajadores Rurales y Afines), quien no reparó en relativizar el reclamo hasta que se defendió de la inacción diciendo que él estaba en Tacuarembó, que era un sindicato pobre y no podía viajar hasta Villa Soriano.

—Martín Cardozo, del Plenario Soriano del Pit-Cnt, jugó fuerte tocando aquí y allá en la Central. Eso hay que decirlo.

El campamento quedaba a pocos metros del sojal, y cuando fumigaban, dos por tres el viento les llevaba el sudor de la muerte, que hacía olas en el mar verde ante el paso del tractor mosquito.

Buena parte de los montes están en bañados donde abundan las yararás, y si nunca hubo una mordedura, un accidente de motosierra o machetazo, fue porque todos se cuidan.

—Todo me aguantaba. La comida, los mosquitos, los días bajo lluvia torrencial y la soledad que llevaba a escuchar a Cirilo hablando solo, en el puesto, a una legua. Me aguanté que no me pagaran beneficios ganados, me aguanté fríos y calores… Mil cosas…

Pero cuando Eros, su perro, enfermó y, por más vueltas que dio, no pudo salvarlo, supo que se iría de aquel lugar. Las relaciones estaban tirantes, y sospecha que se lo hayan envenenado para que se fuera.

Hizo la denuncia mediante llamadas, y luego de ingentes tratativas vía celular comenzaron a aparecer posibles instancias para buscar soluciones mientras se realizaba una inspección. Se habló de que (el ministro) Murro estaba enterado. Se habló de que Pereira, el presidente de la Central, estaba enterado.

—Todo muy lindo, pero el poncho no aparece. No viene nadie de ningún sindicato.

Cuando allá a lo lejos se veía la polvareda de la tropa del coronavirus, Boogie fue despedido mediante un Whatsapp y avisado de que cobraría lo asignado por la empresa en una tarjeta.

—¿Vos decís que Mailhos puede estar enterado?

Sonríe y se mete en la casita alquilada a un primo porque le sale más barato pagar dos meses de alquiler que hacer convenios de pago en la Ose (agua) y la Ute (electricidad).

La familia Mailhos es una de las más ricas de Uruguay: el tabaco y la cría de genética angus son sus actividades más visibles. La historia la recuerda porque los tupamaros le robaron –se cumplen este abril 50 años– 25 mil libras esterlinas (240 quilos en oro) en lo que fue catalogado como “el robo del siglo”.

Por estas horas, Boogie se prepara para salir a la changa y seguir en la pelea. En cualquier momento debe ir a Montevideo (pagando todo él para recorrer 300 quilómetros de burocracia montevideana) a entrevistarse con dirigentes del Pit-Cnt, y tal vez alguno de la Unatra se le arrime.

Para enfrentar la pandemia de coronavirus, en estos primeros momentos de distanciamiento social, está más que listo. Su mecanismo de resiliencia sigue aceitado, así que ataca:

—Algo va a salir.

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¿Quiénes son los Mailhos?

Los unos y los otros

La historia de los Mailhos se remonta a la segunda mitad del siglo XIX. Fue cuando Julio Mailhos llegó al país y comenzó con el negocio de la producción de tabaco cuando era una actividad “cuasi artesanal” y la competencia “pululaba”, explica un artículo publicado en el portal Hemisferio Izquierdo escrito por el investigador y docente de la Universidad de la República Juan Geymonat.

A los 25 años, compró una manufactura de tabaco que llamó La Republicana, que luego devino en la empresa Montepaz SA, que tiene al día de hoy –casi– el monopolio del cigarro en Uruguay, aclaró en conversación con Brecha el investigador. También tiene filiales en Argentina y Paraguay. Desde 1880 hasta principios del siglo XX se expandió en Brasil (Salvador de Bahía, específicamente) y Cuba (La Habana) para tener abastecimiento. “En su momento llegaron a hacer una de las grandes fortunas del país por lejos”, indicó Geymonat.

Desde la década del 60, la familia Mailhos estuvo vinculada a las principales tabacaleras del mundo, la American Tobacco y la British American Tobacco. Según el estudio de Geymonat, la rama Mailhos Gandós es de grandes propietarios de tierras en el país y en Argentina. Por ejemplo, Curupy del Salvador, en Villa Soriano –donde trabajó José–, tiene más de 6 mil hectáreas. En ese establecimiento siembran trigo, maíz, sorgo y soja. Además de tener ganado. Según el periódico El Telégrafo, de Paysandú, la empresa se caracteriza por tener animales de “buen desarrollo, siempre buscando un biotipo moderado, pero con un énfasis muy importante en características de fertilidad y en calidad de carcasa”. El empresario es también directivo de la Sociedad de Criadores de Angus.1

Asimismo, la familia es dueña de la industria gráfica Casabó SA, que produce hojillas para fumar el tabaco, entre otras cosas. En la década del 80 tomaron otro rumbo empresarial que hasta el día de hoy mantienen: tener la representación de la marca de automóviles japonesa Subaru. Hacia fines de los ochenta, Jorge Luis vivió en la que es hoy la embajada argentina, con sus padres Jorge Alberto Mailhos y Elsa Gandós.

Por otro lado, los Mailhos Etchechury (primos de Mailhos Gandós) son también latifundistas. De esa rama proviene el directivo de la Asociación Rural del Uruguay (Aru), Roberto Mailhos Medero. Una de las primas (Mailhos Etchechury) contrajo matrimonio con Hugo Romay Salvo, que hasta su fallecimiento en 2016 era el dueño de Canal 4, además de poseer varias radios y servicio de televisión para abonados. Tras la muerte de Romay Salvo, su lugar en el grupo empresarial fue ocupado por su hijo, Hugo Romay Mailhos, indica el informe del investigador.

Entretanto, los Vejo Mailhos –otra rama– estuvieron vinculados durante años al grupo de supermercados Disco-Devoto y fueron accionistas de Canal 12. Actualmente, son dueños de las empresas de transporte Agencia Central, Chadre, Sabelín y Dac. También son productores agropecuarios y participan de la generación de energía eólica.

Enzo Adinolfi

1.   Véase “El poder de la concentración”, Brecha, 15-II-13.

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