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El placer de la fórmula

En la enumeración de nacionalidades detectivescas de “El gusano de seda” faltan unas cuantas, pero se notará sobre todo la ausencia de la estadounidense, que allá en los años treinta y cuarenta del siglo pasado acaparó la atención en la materia. La abundancia de los europeos puede ser un indicio de que el centro cambió de lugar.

El gusano de seda, de Robert Galbraith. Salamandra, 2015.

Aquí y en Dinamarca el quid de la literatura policial, además de la trama que debe ser hábil, es el detective (o el comisario, policía de calle, abogado, entrometido con olfato, hombre o mujer, quienquiera que sea el que investiga). De Wallander a Montalbano, pasando por investigadores ingleses, finlandeses, franceses, griegos, hasta el compatriota ideado por Pedro Peña Agustín Flores –que empieza como periodista–, los investigadores impregnan con su carácter cada caso que acometen, sacan de su propia experiencia vital –además de su trabajo empecinado– las lucecitas que llegan a iluminar las pistas de lo que averiguan. Ese carácter es fundamental, para la materia narrativa y también para atrapar la atención del lector. Y además, si el lector no empatiza con aquel o aquella que está en cada...

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