El placer del texto - Semanario Brecha
Orsai, otra vez papel

El placer del texto

La historia es conocida: Hernán Casciari tenía un blog muy exitoso llamado Orsai. Tan exitoso, que comenzó a escribir columnas en los medios tradicionales. Pero pronto se aburrió del maltrato de las corporaciones y creó la que dijo era «la última revista del siglo XIX en el siglo XXI». Y demostró que había otra manera de hacer las cosas.

Tapa de la revista Orsai número 8

Primero, la revista tendría una gran calidad de impresión y diseño. Segundo, escribirían destacados narradores de todo el mundo y las ilustraciones provendrían de artistas de primera línea. Tercero, se imprimirían solamente los ejemplares que se hubieran prevendido y se enviarían a cualquier parte del globo. La revista no tendría ni publicidad ni aceptaría subsidios estatales. Los escritores y los ilustradores recibirían un pago digno por su trabajo. El método Casciari consistía, en sus propias palabras, en «matar al intermediario», pero, sobre todo, en crear una comunidad. Y la idea funcionó.

Sin embargo, no conviene creer que el método Casciari tenga validez universal. Postular que funciona en el vacío es un error tan grande como creer, siguiendo a Leila Guerriero, que no hay nada mejor para un periodista que ser freelance, y propugnarlo sería tan irresponsable como si Dolina agarrara el micrófono y saliera a predicar que el secreto de  ganar dinero es hacer radio. Y es que, como suele suceder, lo que hay detrás del éxito es, a menudo, algo más parecido al trabajo extremo, las ideas atrevidas y, sobre todo, a un conjunto variopinto de talentos.

EL SECRETO DE MI ÉXITO

Casciari es un narrador inteligente, con un particular talento para lo popular sin desdeñar lo letrado. Es, además, un torbellino de ideas, un kamikaze y un as del marketing directo. Especie de antihéroe cuyo humor autolesivo y postura humilde no logran ocultar un punto de orgullo por la resonancia de sus proyectos, es el amigo con fama de perdedor que casi siempre gana contra todas las predicciones, el que no se atribuye ningún mérito que no sea colectivo, el que socializa las ganancias, pero asume todas las pérdidas. Su humor negro es como él mismo: un oxímoron de alegría depresiva y de pesimismo esperanzado. Sus textos cargados de humor, flechas dirigidas directo al corazón: hábil para manipular las emociones humanas, Casciari hubiera sido un buen maestro de retórica, entrenado para hacer reír y llorar a los jueces en los tribunales romanos.

Su prosa apunta desembozadamente a conmover, pero su humor amargo a menudo lo salva en ese mar de golpes apenas por encima del cinturón que son sus textos. Entrañable es un adjetivo que le calza, pero nunca se le podrá achacar ver la vida de un monocromo color rosa, ya que no desvía la vista de lo cruel ni se priva de deslizarse hacia lo zafio. Su postura política es, como dicen los argentinos, «Nac&Pop»,1 sus arengas comunitarias son a favor de una organización distributiva y horizontal que recuerda al socialismo utópico de los albores del siglo XIX, pero con una finalidad humilde: sacar una revista, publicar un libro o hacer una película mientras todos se divierten, nadie explota a nadie y, si todo va bien, aparecer de pronto con alguna sorpresa deslumbrante.

Porque estamos demasiado acostumbrados a lo mezquino, la generosidad y el ingenio de Casciari cautivan a la comunidad Orsai. En este octavo número de su segunda época, la preventa de la revista giró en torno al deseo y la impaciencia. Un reloj en cuenta regresiva hacía descender el precio del ejemplar a medida que el tiempo pasaba, de modo que si toda la comunidad esperaba lo suficiente para adquirir su número podía obtenerlo casi gratis. El secreto era que los ejemplares eran limitados y nadie estaba dispuesto a quedarse sin su ejemplar, por lo que la sangre no llegó al río y terminó agotándose a un precio más que razonable. Luego pasaron otras cosas. Argentina salió campeona del mundo y el número se convirtió en el más vendido de la historia de la revista, gracias al cuento de Casciari sobre Messi, quien le mandó un mensaje y lo hizo llorar junto a Andy Kusnetzoff en vivo en el programa radial Perros de la calle. Cultor de la máxima de que la maravilla es posible y de que cuando uno hace cosas buenas, cosas buenas pasan, Casciari decidió que como habían vendido demasiados ejemplares iba a sortear entre quienes la hubieran comprado un viaje de una semana a cualquier parte del mundo, porque temía que el dinero le empezara a gustar más que sacar una revista. Si todo va bien, yo me iré a Japón con el solo fin de cantar «More Than This» en algún karaoke. Así es el gordo, un genio.

Página interior de la revista Orsai número 8

DE PELÍCULA

Mientras tanto, la comunidad Orsai arrancó hacia otros rumbos y coprodujo el filme La uruguaya, basado en la novela de Pedro Mairal, solventada por una especie de crowdfunding a través de bonos que compraron 2 mil coproductores. La experiencia se repitió con la miniserie Canelones, que se encuentra en posproducción, con el documental Sola en el paraíso y ahora con el que denominan Peretti Project, que cierra a fin de mes y lleva recaudado más de 1 millón y medio de dólares. Lo más curioso es que el sistema Casciari de producción no está puesto al servicio de grandes ambiciones artísticas. No se enarbola el discurso de la independencia porque el cine que se busca producir sea molesto o inconveniente para el statu quo ni se recurre al apoyo de la gente porque es un proyecto difícil pero necesario en el nombre de una causa artística, social o política. No, los productos son convencionales en forma y contenido. Casciari hace los mismos productos que haría la industria, pero de otra manera, porque lo que quiere cambiar no es el cine, sino la manera de trabajar. Y es en ese sentido que Orsai es una comunidad, porque lo que le da Casciari a la gente es la oportunidad de participar de algo que de otra manera le estaría vedado. Producir una película. Impulsar una revista. Trabajar con tus amigos. Incidir mucho, aunque uno pueda poner poco. Encontrar personas afines. Ser parte de algo que está bueno y salir de la existencia monótona y gris. Recuperar la ilusión. En este sentido, no hay nada mejor para ilustrar este fenómeno que el corto producido por Agustín Ferrando, el creador de Tiranos temblad,sobre el making of de La uruguaya.

1. Nacional y popular.

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