La última vez que vi al poeta sueco Tomas Tranströmer, premio Nobel de Literatura 2011, fue en el restaurante y club Mosebacke en el sur de Estocolmo. Casi doscientas personas se agolpaban en el lugar para escuchar una maratón de lectura de sus poemas en 16 idiomas. Allí estaba el legendario Samuel Charters, el historiador del blues, que se mudó de Estados Unidos a Suecia en los sesenta, harto de la guerra de Vietnam y de la atmósfera de caza de brujas del país; allí estaban los traductores de su obra al árabe y al farsi, que vivían en los suburbios pobres de Estocolmo, en guetos en donde se habla en más de 150 idiomas.
Hace unos pocos años el miembro de la Academia Göran Malmqvist, nacido en 1924 y aún activo como traductor, experto en China y en su lenguaje y literatura e introductor de escritores chinos al sueco, criticó la traducción hecha por el poeta chino Li Li de algunos poemas de Tranströmer. Li Li vive en Suecia desde hace muchos años, y la controversia entre él y Malmqvist se convirtió en una batalla cultural con tonos enconados, pero Tranströmer mismo se negó a tomar posición y partido.
El otorgamiento del Nobel a Tranströmer coincidió con mi regreso a Uruguay luego de un exilio en Suecia de 32 años. Me alegré mucho que se hiciera justicia, me hubiera gustado felicitarlo personalmente y compartir con él una botella de buen vino. Me cuentan amigos comunes que él no cambió de costumbres y que seguía yendo a hacer los mandados, un bastón en una mano y la bolsa del supermercado en la otra.
A Tranströmer, que padeció una hemiplejia en 1990 y quedó semiparalizado y con afasia, le gustaba ese mundo de los inmigrantes y de las traducciones. Lo hacía sentir parte del mundo del que su enfermedad lo había separado. Por eso cultivó relaciones de amistad y respeto con todos sus traductores, entre otros el poeta uruguayo Roberto Mascaró, que se convirtió en su traductor más fiel al castellano, publicando tanto en España como en América Latina.
Además, la traducción fue siempre una parte importante de la vida literaria de Tranströmer, que tradujo a muchos poetas, entre ellos al norteamericano Robert Bly. Bly y Tranströmer se traducían mutuamente y de ese intercambio han quedado un centenar de cartas que fueron publicadas en el libro Air Mail, 2001.
Las cartas, que habían sido enviadas entre 1964 y 1990, revelan la importancia que Tranströmer le daba al hecho de la traducción, la posibilidad de recrear poesía en diferentes voces y formas. Su familiaridad con el inglés lo ayudaba a trabajar al lado del traductor y a sugerir cambios o proponer otras interpretaciones.
El poeta sirio Adonis, el candidato al Nobel cuyo nombre suena siempre que las agencias de apuestas especulan sobre quién lo ganará ese año, ha dicho que traducir a Tranströmer es como recorrer el camino de las caravanas llenos de tesoros y de desiertos. Que es como trazar nuevos mapas. Adonis recorrió el mundo árabe con Tranströmer, que disfrutó del encuentro con su público en Beirut y en Damasco. Su mujer, Monica, relata cuánto apenaba al poeta ver a Damasco, ciudad que él amaba, destruida por la guerra.
Cuando Tomas perdió el uso de su mano derecha empezó a tocar el piano con su mano izquierda y muchos compositores escribieron música especialmente para él. La música sustituyó a la palabra de algún modo. Se presentó en varios teatros con actores que leían sus poemas y a los que él acompañaba en el piano.
La Academia sueca fue acusada en varias ocasiones de favorecer a los escritores de habla sueca y se comenta que esa era una de las razones por las que su merecido premio no le era otorgado. Poetas que lo recibieron antes que él, como Joseph Brodsky y Derek Walcott, instaban a la Academia a concederle este reconocimiento que el mundo ya le había dado.
Personalmente, yo me sentía muy identificada con sus haikus, escritos luego de encuentros con un colega psicólogo que trabajaba en una cárcel de jóvenes criminales. Tranströmer, que era psicólogo además de poeta, sintió que los relatos de su amigo sobre las experiencias de la cárcel le abrían puertas a universos y mundos que él no conocía. Los escribió en 1959, utilizando esa forma poética de Japón, cuya cultura Transtömer conocía muy bien después de muchos viajes a la región . Cuando mi libro Su tiempo llegará fue publicado en Suecia en el 2008, Monica, la mujer de Tranströmer, me llamó y me dijo cómo ella y Tomas habían apreciado y disfrutado la descripción de la cárcel, ese universo que es casi un limbo y que intenta transformar a la gente en seres sin identidad y sin memoria, pero que consigue a menudo el efecto contrario.
La poesía de Tranströmer es una poesía íntima y de pequeños gestos. No es un poeta de la épica política o de las grandes expresiones, su poesía tiene tonos de César Vallejo y de Albert Camus, describiendo la heroicidad de lo cotidiano. El exilio, la cárcel, la guerra, son para el poeta sueco parte de la experiencia humana, y por lo tanto pasibles de ser contados en forma de poesía.
Mi amiga Birgitta Stenberg, escritora sueca muy querida y leída en su país, casi de la misma edad de Tranströmer, me decía: “Tomas es un psicólogo que escribe, no un poeta que además es psicólogo”. Y le doy la razón, el manejo de las diferentes etapas de la vida humana y de sus vaivenes, los cambios de piel y las formas por las que pasamos, esos son los temas de la poesía de este sueco universal.
Nacido en 1931, cuando el fascismo llegaba a Europa e iniciaba su marcha de horror y de oscuridad, Tranströmer fue siempre un antifascista, un hombre comprometido con las luchas de los pueblos, con Vietnam, con Cuba, con Nicaragua.
En su casa se juntaban desertores norteamericanos de la guerra de Vietnam que habían encontrado en Suecia una nueva vida, y exiliados latinoamericanos que lo querían encontrar y traducir. Su casa estaba siempre abierta a los que tomaban posición en contra de la xenofobia y del oscurantismo.
Proveniente de la clase media sueca, no era el poeta de los trabajadores ni de las fábricas pero tampoco fue el poeta de los salones. La tradición con la que él se identificaba era la de la antigüedad latina, con poetas como Horacio, Ovidio, Cátulo. Esa mezcla de poesía culterana y escueta, rica en vericuetos formales y con cierta densidad hacían que su voz resultara muy típica de Suecia y de sus tradiciones literarias y culturales, con su comunión con la naturaleza, y su misticismo del contacto con el alma y el universo de lo sagrado, de los signos.
Tranströmer no fue nunca un materialista y tomó distancia tempranamente del tipo de poesía que hablaba de los objetos como la única realidad. Su subjetividad lo emparentaba con poetas religiosos como Thomas Merton y hasta con ciertas obras de Ernesto Cardenal.
Su muerte me entristece y la Suecia que dejé hace tres años se empobrece; la voz de un poeta como Tomas la hacía más rica y más compleja. Le escribo a Monica y le digo que aquí, en el Uruguay, también extrañaremos a Tomas. Él fue parte de ese lenguaje que hicimos nuestro.