El poeta, el fotógrafo, el piloto y el monje - Semanario Brecha

El poeta, el fotógrafo, el piloto y el monje

Un poeta ha sido condenado a muerte. Si la sentencia se cumple, Ashraf Fayadh será decapitado en Arabia Saudita por proferir comentarios ofensivos contra el profeta Mahoma, su dios, y el Estado. La sagrada trinidad de los potentados sauditas.

Un poeta ha sido condenado a muerte. Si la sentencia se cumple, Ashraf Fayadh será decapitado en Arabia Saudita por cargos de apostasía. El proceso ya lleva más de dos años y comenzó mientras la obra de Fayadh estaba expuesta a ojos del mundo en la Bienal de arte de Venecia. En 2013 un hombre lo denunció ante el comité para la promoción de la virtud y la prevención del vicio, que lo fue a detener a un café donde –dijo el chivato– el poeta acababa de proferir comentarios ofensivos contra el profeta Mahoma, su dios, y el Estado. La sagrada trinidad de los potentados sauditas.

Ochocientos latigazos fue la primera sentencia, emitida un año más tarde, continúa Human Rights Watch, que tuvo acceso al expediente. Pero ahora la pena fue aumentada y de los azotes se pasó a la decapitación, condena que Ashraf Fayadh tiene hasta el 20 de diciembre para apelar.

Los antecedentes corren en su contra. No los del acusado. Los del gobierno que lo acusa. En lo que va del año Arabia Saudita ha ejecutado a 152 personas, casi siempre mediante decapitaciones públicas. Contra toda lógica, salvo la de la inasible “comunidad internacional” y las bizarras alianzas de Occidente, un delegado saudita preside el Comité de expertos del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas.

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La Bienal de Venecia ha sido para quienes trabajan con el arte contemporáneo, lo que Ciudad de México para los periodistas que denuncian el poder de los gobernantes locales ligados al narcotráfico. En los Jardines, en el Arsenal, o en los pabellones desplegados en los antiguos palacios reciclados en provisorias galerías, se ha venido fustigando, bienio tras bienio, con las armas de la belleza o la provocación, la trata de personas, el sometimiento de las minorías, las injusticias económicas, la guerra, la violencia contra la mujer. Una Atlántida aislada del tiempo que parecía ser una escafandra que protegía el cuello de los que se sumergían en las fétidas aguas de lo real.
Algo similar pasaba con Ciudad de México.

El conteo permanente de periodistas asesinados en “el interior” se detenía cuando buscaban refugio en ese ambiente más cosmopolita y más amparado, relativamente, por el imperio de la ley.
Sin embargo, ocurrió.

A mitad de este año el fotógrafo Ruben Espinosa, de la revista Proceso, que había huido a la capital por temor a las represalias del gobernador de Veracruz, Javier Duarte de Ochoa, fue asesinado junto con otras cuatro personas en un barrio del Distrito Federal. Pocos meses han pasado y este viernes 20, con la condena a muerte de Ashraf Fayadh en su país, participar en la Bienal de Venecia comenzó a perder su carácter de escudo protector.

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En 2013, en el viejo depósito de los importadores de sal de Dorsoduro, se presentó, como evento colateral de la edición 55 de la Bienal, una muestra de artistas sauditas: Rizoma, generación en espera. Palabra, rizoma, que en la antigua Grecia se le daba a las raíces que se extendían en diversas direcciones, “desafiando la fuerza de la gravedad” (como si eso fuera posible), y que se entendió adecuada para describir “la vibrante escena cultural subterránea” del reino que custodia las dos ciudades más sagradas del Islam. Un trabajo de 26 jóvenes artistas que incluyó una serie fotográfica construida alrededor del poema “En un lugar frío y seco”, de Ashraf Fayadh.

“Tengo el desencanto atravesado en la garganta como una espina de pescado”, decía el texto, presentado en inglés y en árabe. Y en un eco dariano: “suerte es la de las plantas, que no disponen de sistema nervioso”. Porque “somos objetos opacos que nos movemos en una esfera opaca que cuelga del espacio” y en esa opacidad, la mente del poeta escapa “y se desvanece como el humo en un cuarto bien ventilado”. Es que nada es claro, ni siquiera la luna, de “detalles confusos y camuflados” como si en vez de un satélite bien definido fuese “una pastilla efervescente nadando en el agua de medio vaso vacío”.

Junto al poema se exhibieron fotografías tomadas por el propio Ashraf Fayadh y publicadas en su cuenta de Instagram (“porque Internet es nuestro oxígeno”, se dice en los materiales de Rizoma…). Caminos polvorientos. Puentes de hormigón. Un árbol desolado rodeado por una guirnalda de luces. Figuras solitarias perdidas en medio de un paisaje, a veces rural, a veces urbano, pero siempre expulsivo y hostil. Un auto abandonado en una banquina. Columnas y cables del tendido eléctrico.

Junto a la voz de Ashraf Fayadh, la propuesta visual del resto de las 26 jóvenes voces de esa “generación en espera”. Un Yoda de la Guerra de las galaxias junto con un jeque de cera representando al país ante Naciones Unidas. Una mujer con niqab, velo integral que la cubre de pies a cabeza, llevando con naturalidad unas orejas de Mickey. Otra mujer, con una túnica y un velo que le deja la cara a la vista, donde porta, como un bozal, una máscara antigás color fucsia. Dos mujeres de niqab destruyendo un enorme televisor a golpes de pala. Y una mezcla general de claustrofobia, por lo que no se puede, y alivio, por poder asomar la cabeza al menos en esa burbuja véneta de respiración asistida.

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Hubo defensa de organizaciones de derechos humanos y colectivos artísticos, especialmente amplificada en Gran Bretaña donde la escena local tiene muchos lazos con el núcleo saudita al que pertenece Ashraf Fayadh. Más allá de esto, el “mundo”, sea lo que sea que eso signifique, está demasiado atareado como para levantar su voz por “un poeta menor de la antología”, dijera Borges. La ocupación principal del momento es contener la respiración mientras se dilucida qué hará Rusia con el derribo de uno de sus aviones a manos de Turquía, país miembro de la Otan.

Ankara dice que reaccionó a la violación de su espacio aéreo. Moscú dice que nunca entraron. Las versiones medianamente independientes hablan de un ingreso de un máximo de 30 segundos –hay quien dice 17– y del avión abatido cuando ya estaba saliendo o afuera. Para justificar cada postura se han dibujado variados mapas, pero tampoco la cartografía es inocente. La Bbc británica, por ejemplo, en su sitio en español mostraba este miércoles 25 un croquis de la pequeña franja de tierra turca que habría atravesado el Su-24 ruso, y el lugar del impacto del misil, ya en terreno de Siria. El sitio en inglés de la Bbc muestra el mismo croquis, sólo que omite el dato de dónde fue que el misil turco golpeó al avión.

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Hace once años, Brecha publicó la crónica de un encuentro en un monasterio de Montenegro con un monje ortodoxo, Miroslav, que pronosticaba una guerra entre Rusia y Turquía que devolvería Constantinopla a “la Cristiandad”.

Después del derribo del Su-24 las redes sociales rusas hicieron de “puñalada por la espalda”, como calificó el incidente Vladimir Putin, una de las frases más repetidas. A la vez, varios rusos comenzaron a subir imágenes guerreristas dirigidas a los turcos, con quienes han cruzado armas en más de una ocasión a lo largo de la historia.

Una de esas imágenes, muy alejada de las intenciones del Kremlin, que al menos hasta este miércoles 25 se había comportado de manera extremadamente responsable, mostraba la iglesia de Santa Sofía ya sin los minaretes que le añadió la conquista turca de Estambul. Con la foto una fecha: 1453, el año del tiempo detenido de los cristianos ortodoxos más nostálgicos. El año de la caída de su ciudad sagrada, capital de la segunda Roma que Miroslav sueña con recuperar. “Porque Moscú es la tercera Roma, y una cuarta ya no habrá”.
Refiriéndose a este lema y a los jinetes de la Guerra Fría a los que este diferendo Rusia-Otan podría insuflar de mayores bríos, el mexicano Carlos Fuentes escribió en 2008: “Quienes leemos la historia a través de las culturas mantenemos la fe en el alma de los Estados Unidos –Melville, Dickinson, Faulkner– y en el alma de Rusia –Pushkin, Dostoievski, Pasternak–. Ésta es la Roma de la cultura y nos pertenece a todos”.

La reciente premio Nobel de literatura, Svetlana Alexiévich, no estaría de acuerdo. Al menos en un nombre. Demasiada retórica guerrera hay en Pushkin, dice. Para Alexiévich todo se reduce a que un día deje de parecernos normal un humano asesinando a otro humano.
Sea decapitado en una plaza de Arabia Saudita por supuesta apostasía, sea al caer en paracaídas en la frontera turco-siria derribado por el tecnicismo de si un avión estuvo algunos segundos de un lado u otro de una minúscula porción de mapa.
O abajo, en las aldeas que ese avión, o un avión como ese, venía de bombardear.

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