A esta altura del partido, los festivales de morbo que la televisión suele armar no pueden sorprender a nadie. Hace tiempo sabemos que lo que hace el periodismo no es simplemente informar, sino que los medios adquieren un lugar privilegiado para dar cuenta de los procesos de generación, circulación y legitimación de capital simbólico, tal como lo ha mencionado hasta el hartazgo Bourdieu en el siglo pasado. Legitiman, satanizan, naturalizan o invisibilizan determinadas situaciones. Tienen el poder de estigmatizar como peligrosos a jóvenes que no han cumplido 18 años, de rotular a barrios como “tierra de nadie”, y el poder magnífico de construir una definición hegemónica de “inseguridad”. A veces (las más) se erigen como representantes de la sociedad: a “la gente” le interesa este o aquel te...
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