Si el Caracazo de 1989 había hecho estallar en pedazos la imagen de la rica Venezuela petrolera y la supuesta democracia estable, la derrota electoral de 2024 y el corto levantamiento popular que la siguió destrozaron el pilar simbólico de eso que llamamos chavismo», concluye Emiliano Terán Mantovani luego de analizar la realidad de la protesta social en su país. Sociólogo de la Universidad Central de Venezuela, Terán ha colaborado con iniciativas como el Atlas de Justicia Ambiental y el Panel Científico por la Amazonia.
Considera que los movimientos sociales han jugado, y juegan aún, un papel importante en su país, aunque prefiere hablar de «campo popular» para referirse a la movilización masiva de la población. Aunque los movimientos no están «atenazados al par gobierno-oposición», considera que «el tejido de organizaciones sociales e iniciativas populares siempre estuvo muy impactado por el petro-Estado venezolano, que tenía gran capacidad para capturar su fuerza y afectar su autonomía», aun antes de la llegada de Hugo Chávez al gobierno en 1999.
Con el chavismo se produjo una polarización que partió en dos a la sociedad, «que marcó mucho la orientación de la movilización hacia lo partidista». Por eso el colapso económico de mediados de la década del 10 de este siglo «ha tenido impactos muy duros en el tejido social: la vida se precarizó y con ello se trastocó la actividad militante», sigue Terán.
Si se calcula en 7 a 8 millones las personas que migraron, es de esperar que entre ellas estén muchos de los integrantes de los movimientos sociales, lo que fragilizó sus estructuras. Luego vino lo peor: «La represión estatal contra la sociedad organizada comenzó a intensificarse extraordinariamente desde que el gobierno derrotara la estrategia de Juan Guaidó y Donald Trump en 2019 y quedaran muy afectados los partidos de oposición. Han avanzado contra los sindicatos, las ONG, los defensores de derechos humanos y ambientales, la comunidad LGTBI, entre otras; un avance represivo que la pandemia consolidó».
Contrapesos desde abajo
Aunque el colapso trastocó las coordenadas políticas y les movió el piso a todos, «en el campo popular también comenzó a desarrollarse un descrédito de la polarización política. Según las encuestas, la población desconfiaba de todos los sectores partidistas en más de un 60 por ciento. La polarización, que había sido tan determinante, perdía sentido para el grueso de la población. Aquí ya se iba percibiendo, a mi juicio, un cambio de perspectiva que creo que aún está buscando su propia forma». Se fue formando una suerte de «fuerza política popular» difusa, pero que se hace presente en momentos como las recientes elecciones.
Por otro lado, el colapso supuso la debacle de la economía y la ausencia del Estado social, lo que llevó a que «las organizaciones hayan adquirido mayor capacidad de autogestión y mayor conciencia de lo que es el activismo en contextos de alto riesgo y precariedad». Esta nueva realidad se fue conformando durante 2015 y 2016, con una inflación de siete dígitos, período en el que surge «un abanico de organizaciones sociales más diverso y amplio, aunque afectadas por el contexto y la fragmentación».
Sin embargo, la cercanía de la elección presidencial «comenzó a absorber de manera determinante la expectativa y la movilización social, viendo la elección como una posibilidad real de cambiar el gobierno». El entusiasmo social fue capitalizado por María Corina Machado, al punto de que muchos hablaran del «fenómeno MCM» por su capacidad para nuclear fuerzas en torno a su candidatura. Pero Terán estima que «sería un error no ver que lo que precede, lo que está en el fondo, es este sentir popular que no puede ser leído como una homologación de su programa político-económico».
La movilización electoral
Es probable que la movilización social en torno a las elecciones de este año haya constituido un parteaguas de larga duración. «No puede ser leída en clave de los grandes movimientos sociales, o atravesada por grandes ideales emancipatorios, aunque sí estuvo inspirada en la idea de una democracia por recuperar. Quizás esta movilización social es más una mezcla entre el movimiento espontáneo de la gente, el accionar de las bases sociales organizadas y de varios partidos políticos, y el consenso de todos los sectores de la sociedad en sacar a [Nicolás] Maduro», explica Terán.
Lo cierto es que había gente haciendo filas para votar desde la noche anterior a la elección, «se construyeron numerosas redes de solidaridad entre las personas para facilitar la participación masiva, hubo organización para una defensa férrea del voto, más allá de la estructura organizacional de los partidos políticos. Algo que quizás el gobierno no se esperaba».
Con el anuncio de los resultados y la evidencia del fraude, la reacción fue más potente y espontánea en todo el país, «principalmente en los barrios populares más emblemáticos, antiguos bastiones del chavismo», a tal punto que la líder de la oposición «hizo llamados a la prudencia y a irse a sus casas». Lo que hubo, en opinión de Terán, fue «un breve levantamiento popular como no se había visto en décadas». «La narrativa chavista impulsó por años una imagen que amalgamaba pueblo y revolución bolivariana, y eso hoy se ha quebrado definitivamente.»
La potente ebullición social quedó congelada o, como dice Terán, «en cierto estado de latencia debido al terror y la brutal represión». Pero la calma impuesta y el tamaño de la eclosión «muestran que las cosas ya no serán iguales. Probablemente por esto es que el gobierno intenta configurar un nuevo régimen hiperrepresivo y policial». Aún es pronto para saber los caminos de una sociedad que sigue soñando. Quizá la década que transcurrió entre el Caracazo y el triunfo de Chávez sea una medida temporal adecuada para los inevitables cambios que se siguen incubando.