El relato y su sesgo - Semanario Brecha
Filipinas y la memoria de los años de Marcos

El relato y su sesgo

El nuevo presidente filipino, hijo homónimo del dictador Ferdinand Marcos, busca cambiar el relato histórico sobre el régimen de su padre a fuerza de influencers y videos virales. La memoria es un campo de batalla en la Filipinas actual.

El presidente de Filipinas, Ferdinand Marcos Jr. (C) en una ceremonia de las Fuerzas Armadas en Manila, en diciembre de 2022. AFP, TED ALJIBE

En 1980 comencé a trabajar para una redacción clandestina en Manila. El Balitang Malayang Pilipinas (BMP) –Servicio de Noticias de las Filipinas Libres– no tenía oficina ni teletipo. Contaba con un personal reducido, compuesto en su mayoría por recién graduados, como yo. Nos reuníamos en casas seguras donde escribíamos nuestras notas en máquinas de escribir portátiles y recogíamos noticias de periódicos clandestinos publicados a lo largo del país. Ferdinand Marcos llevaba 15 años como presidente de Filipinas y gobernaba bajo ley marcial desde 1972. Miles de críticos y disidentes estaban en la cárcel, muchos habían desaparecido y cualquier forma de protesta era brutalmente reprimida. Escribíamos artículos sobre la represión y la resistencia en un lenguaje duro y sencillo. Impresos en papel periódico barato, nuestros boletines se pasaban en secreto de mano en mano. Quedarse con una copia era correr el riesgo de ser acusado de posesión de «materiales subversivos».

El BMP no tenía acceso a imprenta alguna; ningún impresor se hubiera arriesgado a algo semejante. Tampoco teníamos fotocopiadora ni mimeógrafo, y los centros de fotocopiado, especialmente los cercanos a las universidades, eran vigilados por el régimen. Así que hacíamos un esténcil para cada página de nuestras notas, lo montábamos en un marco de serigrafía y aplicábamos tinta, el mismo proceso que se usa para imprimir un diseño en una camiseta. Hacíamos 500 ejemplares de cada número. La mayoría se distribuía a través de una red clandestina, pero también enviábamos copias al bibliotecario jefe de la Universidad de Filipinas y dejábamos otras en las salas de lectura de la universidad, con la esperanza de que los bibliotecarios las conservaran.

Lo hicieron, ocultándolas en dos armarios de acero. El régimen de Marcos colapsó en 1986 y el dictador huyó del país. En 1996, las copias ocultas se microfilmaron y se pusieron a disposición de los investigadores; ahora están en un archivo público. Archivos como ese ayudaron a legitimar la historia de la resistencia. También reforzaron una narrativa heroica de esos años, que ve la oposición a Marcos como parte de una larga historia de resistencia, primero a más de 300 años de dominio colonial español, luego a 50 años de colonialismo estadounidense y ocupación japonesa, y finalmente a la dictadura.

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Los años de Marcos han vuelto a ser tema de debate acalorado porque otro Ferdinand Marcos, su hijo homónimo, fue elegido presidente, en mayo pasado, tras haber obtenido casi 59 por ciento de los votos. Marcos hijo parece haber tenido éxito en crear un nuevo relato sobre el gobierno de su padre y su caída.

En febrero de 1986, más de un millón de filipinos se reunieron en un tramo de la avenida Epifanio de los Santos, que atraviesa Manila, después de que Marcos fuera proclamado vencedor en las elecciones presidenciales, a pesar de denuncias generalizadas de fraude y violencia. Su oponente era Corazón Aquino, viuda de Ninoy Aquino, asesinado en el Aeropuerto Internacional de Manila en 1983 a su regreso al país tras tres años de exilio; había pasado los ocho años anteriores en prisión. El arzobispo de Manila, el cardenal Sin, alentó a los manifestantes a reunirse en la avenida para proporcionar un escudo humano a los rebeldes instalados en dos campamentos a ambos lados de la carretera: la Policía en Campo Crame y los soldados en Campo Aguinaldo. Ambos grupos estaban bajo control del Movimiento Reformemos las Fuerzas Armadas, que tenía planeado un golpe de Estado.

Marcos mandó tropas a sofocar el levantamiento. Pero los militares enviados se encontraron con monjas que rezaban frente a sus vehículos blindados y mujeres que les ofrecían comida y flores. Se negaron a disparar. Al día siguiente, 24 de febrero, se ordenó a una flota de helicópteros artillados que disparara contra la multitud, pero las tripulaciones decidieron desobedecer la orden y aterrizar en Campo Crame. Alrededor de las 21.00 horas del 25 de febrero, Marcos, su esposa Imelda y el resto de la familia huyeron de Manila en helicópteros de la fuerza aérea estadounidense. Estuve allí cuando la multitud rompió las barricadas, para entonces abandonadas, que rodeaban el palacio presidencial. Vi con mis propios ojos los miles de pares de zapatos de Imelda y los frascos gigantes de perfume y otros artículos de lujo que la familia, en su precipitada retirada, no había logrado meter en los dos aviones del ejército estadounidense que los llevarían finalmente al exilio en Hawái. Cuando aterrizaron en Honolulu, los funcionarios de aduanas enumeraron las posesiones que habían logrado sustraer, incluidas 22 cajas llenas de efectivo, 413 piezas de joyería y 24 ladrillos de oro con la inscripción «Para mi esposo, en nuestro 24 aniversario». Otras riquezas ya estaban seguras en el extranjero: los 10.000 millones de dólares en cuentas bancarias suizas, las «fundaciones» de Liechtenstein, los bienes inmuebles de Manhattan, cientos de pinturas (de Miguel Ángel, Monet, Goya, y la lista continúa) y una cantidad inconmensurable de joyas.

¿Cómo podrían después de eso los filipinos elegir a otro Marcos como presidente, y por paliza? Hay muchas razones: el dinero apropiado por la familia, la mayor parte del cual aún no se ha recuperado; sus alianzas, especialmente con el presidente populista Rodrigo Duterte (2016-2022), antecesor de Marcos Jr.; la complicidad de la elite del país. Hay, además, una importante desafección con las promesas fallidas de la democracia liberal. Pero la restauración de Marcos también fue posible gracias a la distorsión de la memoria histórica. Mi generación conocía a Ferdinand Júnior como Bongbong –su apodo de infancia–, niño mimado y amante de las fiestas. Hoy se lo presenta como un príncipe que recuperó la corona injustamente arrebatada a su padre por progresistas corruptos y codiciosos.

«Cada narración histórica renueva una pretensión de verdad», escribió el historiador haitiano Michel-Rolph Trouillot en Silenciando el pasado. El poder y la producción de la Historia. «¿Qué hace que algunas narrativas y no otras sean lo suficientemente poderosas como para pasar como historia aceptada?» ¿Qué fuentes de archivo son usadas y qué voces se silencian? Por ahora, los Marcos han reclamado el archivo y se han apoderado de la narrativa. Cuentan la historia de una edad de oro a la que siguió una caída dolorosa y una búsqueda de redención. En Filipinas, un país profundamente católico, un relato así tiene un arco narrativo muy atractivo. Como han señalado los académicos filipinos, la historia nacionalista también sigue ese patrón. José Rizal, nuestro héroe nacional, llamó a la Filipinas precolonial «nuestro perdido Edén» en un poema escrito justo antes de su ejecución por los españoles. Luego, los filipinos oprimidos se sacudieron el yugo colonial y declararon la independencia.

En la década del 60, antes de convertirse en presidente, Marcos encargó una biopic y una biografía que entretejían el mito de su familia con la historia del país, en un intento de hacer que su presidencia se viera como inevitable. En ese relato los Marcos aparecen como herederos del legado anticolonial. Imelda Marcos decía que era descendiente de un general que luchó en la revolución contra España, el mismo general bajo el que revistaba el abuelo de Ferdinand. El dictador cultivó la leyenda de que heredó un amuleto de Gregorio Aglipay, el revolucionario antiespañol y antiestadounidense que fue amigo de su familia. Según su biografía, hecha por encargo, Por cada lágrima una victoria, el amuleto le dio el poder de desaparecer y le permitió sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial. Marcos afirmaba que era el filipino veterano más condecorado de esa guerra. En la década del 80, algunos académicos investigaron los archivos estadounidenses y descubrieron que la unidad guerrillera que él dirigía (después de ser misteriosamente liberado de un campo japonés de prisioneros de guerra) evitó entrar en combate y que la mayoría de las 32 medallas y condecoraciones que decía que recibió fueron adquiridas de manera fraudulenta.

Durante su auge, Ferdinand e Imelda se presentaban a sí mismos como avatares del mito de la creación filipino, Malakas y Maganda, el Fuerte y la Hermosa, los primeros humanos, que emergieron de un bambú partido por un rayo. Cuando era presidente, Marcos publicó un libro de historia con su firma, Tadhana («Destino»), que retrataba su proyecto de «nueva sociedad» –que, según él, solo podía lograrse bajo ley marcial– como la culminación natural de la lucha de los filipinos contra el dominio colonial y neocolonial.

Marcos murió en el exilio en 1989. Dos años más tarde, a Imelda y sus tres hijos se les permitió volver a Filipinas para ser juzgados. Imelda fue elegida para la Cámara de Representantes en 1995, a pesar de estar acusada de 28 cargos penales. Recién en 2018 fue declarada culpable de siete casos de corrupción. Actualmente está apelando esas sentencias. La familia sigue afirmando que han sido víctimas inocentes de elites progresistas que conspiraron para sacarlos del poder.

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La llamada Revolución del Poder del Pueblo fue parte de la ola de movimientos democráticos que a fines de los años ochenta y noventa derribaron gobiernos autocráticos en todo el mundo. Pero los gobiernos electos a continuación fracasaron en combatir la pobreza y la desigualdad; la corrupción continuó y la globalización dejó a muchos en la miseria. El mito de Marcos resonó entre los desilusionados y los privados de sus derechos: al igual que los Marcos, una parte importante de la población se vio a sí misma como víctima de una elite indiferente. La familia ha venido invirtiendo mucho en contar su historia en Facebook, Youtube y Tiktok, y ha reclutado agencias de relaciones públicas, trols e influencers para promover su narrativa. Internet es su archivo: fotografías, videos y clips de noticias que datan de los años sesenta y décadas anteriores son de fácil acceso y cuidadosamente seleccionados.

Durante la campaña electoral, Ferdinand Júnior se presentó a sí mismo como un hombre de familia criterioso, simpático y sin controversias. En las redes, los fans de los Marcos se dedicaron a negar la existencia de desapariciones y torturas durante el régimen del padre, a pesar de la evidencia de que miles fueron torturados y asesinados. Los partidarios de Marcos también afirmaron que, bajo su régimen, Filipinas fue el país más rico de Asia y que fue él quien fundó el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Además de estas mentiras desembozadas, en la campaña abundaron las teorías de la conspiración. Se dijo que la CIA, el Vaticano y los oligarcas filipinos colaboraron para sacar a la familia del poder. También se volvieron virales las fantasías milenaristas. Una afirmaba que una misteriosa y rica familia filipina le legó a Marcos padre toneladas de oro, y que esta riqueza se compartiría con sus compatriotas una vez que el hijo estuviera en el poder. Los hechos han sido devorados por lo que el profesor de medios digitales globales de la Universidad de Massachusetts Jonathan Corpus Ong describe como un «complejo fantástico-informativo-mediático estratégicamente elaborado». «La precisión histórica y el fact-checking», escribió Corpus Ong en la revista Time el año pasado, «no son rival para el folclore creativo de los Marcos, impulsado por sus seguidores de las redes sociales e influencers famosos».

La noche de las elecciones, estuve en la entrada de la sede de la campaña de Ferdinand Júnior en Manila. Decenas de vloggers armados con palos de selfies se movían frente a una multitud jubilosa. Muchos eran partidarios acérrimos del candidato; otros simplemente veían a los Marcos como una oportunidad para hacer dinero. «Los videos de Marcos siempre se vuelven virales», me dijo uno de los vloggers, que había pasado de publicar tutoriales a cubrir las apariciones de la familia. Los Marcos proporcionan material interminable para la fábrica de contenido digital: no solo Imelda –hoy con 93 años– y su hija Imee, senadora e incansable tiktoker, sino también el hijo de Ferdinand Jr., Sandro, segundo al mando de la mayoría oficialista en la Cámara de Representantes. Uno de los sobrinos del actual presidente es gobernador de Ilocos Norte, la provincia de la que provienen los Marcos; uno de sus primos es presidente de la Cámara Baja y varios otros familiares ocupan cargos públicos.

Se trata de un nuevo modelo, que, en lugar de involucrar a grandes emisoras o periódicos, emplea una multitud de microinfluencers. Tampoco es publicidad direccionada al estilo Cambridge Analytica. Una parte es lo que en inglés llaman astroturfing –movimientos de base falsos, artificialmente diseñados para influir sobre los periodistas y la opinión pública–, pero gran parte es más que eso. Ahora no se necesita censores militares en las salas de redacción o tanques en la calle. La periodista filipina María Ressa, unas de las ganadoras del Premio Nobel de la Paz de 2021 por sus «esfuerzos para salvaguardar la libertad de expresión», tiene que lidiar permanentemente con trols, juicios por acoso y amenazas violentas. Las voces críticas suelen verse oscurecidas por noticias falsas, desinformación, propaganda e incluso por contenido aparentemente inofensivo y entretenido. El verano pasado, los cines de Manila proyectaron Maid in Malacañang (Criada en Malacañang), una película sobre la caída del régimen de Marcos producida por Imee Marcos y contada desde el punto de vista del personal de servicio, que protege a la familia presidencial de la turba y llora mientras los Marcos huyen del palacio de Malacañang. Las criadas son las ciudadanas ideales de los Marcos: seguidoras fervientes que conocen bien su lugar.

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Una generación entera ha crecido sin memoria de la dictadura. Los libros de texto escolares normalizan la era Marcos o exaltan sus supuestos logros –carreteras y puentes, por ejemplo–, pero nada dicen de corrupción o abusos a los derechos humanos. El historiador Filomeno Aguilar ha notado la falta de narraciones matizadas, en parte porque muchos académicos no desean reabrir viejas heridas. Si bien hubo una feroz resistencia, también hubo apoyo y complicidad. Y el régimen hizo algunas cosas buenas: se redistribuyó la tierra entre los agricultores de arroz, se invirtió fondos públicos en proyectos de infraestructura y la economía creció en los primeros años de la ley marcial. Como dijo uno de los hombres del presidente, «Marcos creía que podía tener una visión de la sociedad… y al mismo tiempo saquearla».

En 2013, el Congreso filipino aprobó una ley que prometía pagar a las víctimas del régimen 200 millones de dólares recuperados de las cuentas bancarias suizas de los Marcos. Una junta de compensación invitó a las personas a presentar pruebas y 70 mil personas acudieron. Muchas de ellas contaron sus historias por primera vez. Alrededor de 11 mil tenían pruebas documentales, el resto no recibió compensación. El proceso reveló muchas lagunas en la historia de los años de Marcos. Entre quienes acudieron hubo testigos de una masacre que tuvo lugar en 1974 en un pequeño pueblo musulmán llamado Palimbang, en la isla de Mindanao. Los soldados habían reunido a cientos de aldeanos en una mezquita, luego mataron a muchos de los hombres y violaron a las mujeres. Pocos fuera del pueblo sabían lo sucedido; desde entonces, 33 sobrevivientes han recibido compensación. Chuck Crisanto, que supervisa el archivo de los registros de compensación, me dijo en agosto que hay muchos abusos que aún no se han revelado, especialmente los relacionados a la minoría musulmana. En su oficina conocí a los jóvenes bibliotecarios que indexan y digitalizan los registros. Me confesaron que leer los testimonios les da pesadillas. Uno me dijo que sus padres eran partidarios de Marcos y que hasta hacía poco ignoraba las atrocidades del régimen.

No es el único. Joey Gurango no sabía mucho acerca de su abuelo, el periodista Primitivo Mijares, quien fue el principal propagandista de Marcos hasta que desertó a la oposición, en 1975. Al año siguiente, Mijares publicó un relato con chismes de la interna palaciega, La dictadura conyugal de Fernando e Imelda Marcos, en el que detallaba la corrupción de la pareja. El libro fue prohibido, pero siguió circulando clandestinamente. Mijares desapareció poco después. Por la misma época, su hijo de 16 años fue secuestrado, torturado y asesinado (se sospecha que lo arrojaron de un helicóptero). La familia de Gurango habla poco y nada de estos hechos. Cuando alguien en el hilo de Filipinas de la red social Reddit le preguntó sobre el libro, Gurango recordó haber visto copias en el depósito de su abuela. Recientemente, junto con sus amigos de Reddit, le ha agregado anotaciones y lo ha vuelto a publicar. En los últimos meses, se han publicado varios libros y películas nuevas que critican los años de Marcos y se han disponibilizado en Internet versiones digitales de textos sobre el régimen que estaban fuera de circulación.

Carlos Nazareno, un desarrollador web y de juegos, me dijo el verano pasado que había notado que las entradas de Wikipedia sobre los Marcos no mencionaban sus crímenes, por lo que él y otros agregaron información sobre los saqueos y los abusos a los derechos humanos. Esas entradas fueron alteradas inmediatamente por los partidarios de la familia y luego cambiadas nuevamente por Nazareno, en guerras de edición que duraban toda la noche. Por temor a que se cerrara un pequeño museo anti-Marcos, Nazareno y sus amigos recaudaron dinero para digitalizar su colección de documentos de los años de la ley marcial. Compraron teléfonos Android con cámaras de alta resolución para escanear los documentos. El material está ahora en la nube, uno de varios archivos digitales creados por universidades, activistas y grupos de víctimas. Aquellos boletines en los que trabajé también están en esos archivos. Al releerlos, me doy cuenta de cuánto se ha borrado de la memoria pública: el robo, la rabia, la violencia que apuntaló al régimen. Una de las estrellas de Maid in Malacañang, Ella Cruz, fue acusada el año pasado de revisionismo histórico. «La historia son chismes», respondió ella.

Todos los relatos históricos son selectivos o tienen algún sesgo. Entre 1899 y 1902, 200 mil filipinos (o 750 mil, o quizás un millón) murieron a causa de los combates, el hambre y las enfermedades durante la «campaña de pacificación» estadounidense. El ejército de Estados Unidos torturó a los luchadores filipinos, puso a cientos de miles en campos de concentración, arrasó pueblos enteros y masacró a sus habitantes. Las mismas tácticas de contrainsurgencia se usarían más tarde en Vietnam y otros lugares. Sin embargo, no hay ninguna referencia a estos episodios en la mayoría de los libros de texto filipinos y estadounidenses. «La marca suprema del poder es su invisibilidad», escribió Trouillot, «el desafío supremo es la exposición de sus raíces». El poder de la familia Marcos también venía de la violencia, del silenciamiento de la disidencia y la resistencia. Pero se ha beneficiado de décadas de mitos, mentiras, folclore, entretenimiento y propaganda. Marcos padre todavía ocupa un lugar preponderante en la imaginación filipina, como figura casi shakespeariana. Bongbong, sin embargo, es la versión dietética del hombre fuerte, un snack confeccionado para Tiktok. Evita siempre la controversia y deja que su gabinete haga la mayor parte del trabajo. El primer Marcos produjo epopeyas heroicas sobre él y su esposa. Su hijo prefiere los vlogs y los desafíos de baile virales, distracciones frente a la historia real de los Marcos.

(Publicado originalmente en London Review of Books. Traducción y titulación de Brecha.)

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