El viaje es la escritura - Semanario Brecha
Oportuna reedición de Cristina Peri Rossi

El viaje es la escritura

A pocos días de que en España se entregue el premio Cervantes a Cristina Peri Rossi, se publica por primera vez en Uruguay La nave de los locos, una novela que en 1984 fue rupturista y todavía deslumbra, lúdica e incitante.

Nancy Urrutia

Según observó su autora hace algún tiempo, La nave de los locos «es una novela enjuiciadora, pero que se puede leer con una sonrisa del principio al fin, puesto que todo se plantea con la ironía y el humor con que es posible hacer el análisis de nuestro contorno». A casi cuatro décadas de su primera edición en Barcelona hace presente –entre otros temas surcados por el mito del viaje– la impiadosa realidad del destierro y de las migraciones forzadas. Es un texto zigzagueante que habla de errancias y desasosiegos. Las huellas del exilio político de Cristina Peri Rossi pueden rastrearse en las historias de unos personajes que deambulan, compasivos y sentimentales, detrás de algo parecido al sueño, una utopía, un deseo. Sin curso y sin destino, sobreviven en sociedades fragmentadas. Aunque la novela integra el corpus de la narrativa del exilio, elude, generalmente, las referencias temporales y espaciales. Transgresora y experimental, bordea el relato de aventuras y los personajes se saltan normas para sentir con mayor intensidad.

En sus múltiples transformaciones, la literatura permite la sobrevivencia de los mitos fundacionales. Son varios los textos de Peri Rossi que recuperan el tópico del viaje. Está presente en su narrativa y en su poesía. La evidencia más palpable –en línea con estas reflexiones– es el poema titulado «La nave de los locos», del libro Europa después de la lluvia (1986), que abona la huella de un recorrido y dialoga con el capítulo «El Viaje VIII. La nave de los locos», de la novela que nos ocupa. Atenta a cualquier escenario de opresión, la literatura de la uruguaya se caracteriza al mismo tiempo por proponer una renovación estética. En La nave de los locos transforma un mundo en proceso de desintegración en textos alegóricos de imaginación deslumbrante que apelan al intelecto y a los sentidos, y contradicen las lecturas unívocas.

Como suele suceder en su obra, distintas manifestaciones artísticas comparecen, abierta o sesgadamente, en un texto atravesado por innumerables historias que empiezan y vuelven a empezar y no terminan nunca, derramando canciones, poemas, composiciones escolares, reescrituras de textos periodísticos, un diario «de a bordo», diálogos que llevan la huella de una imaginación escénica, jugosas notas a pie de página y otras que se anuncian, pero no están. Esa espesa red intertextual juega con la naturaleza del acto narrativo. El humor cumple su función desacralizadora y se introduce en el discurso a medida que se liberan la ironía y la dimensión lúdica.

Entre los numerosos antecedentes identificados con el título La nave de los locos destacan dos que recurren al tópico medieval: el texto de Sebastian Brant, que narra la itinerancia del grupo que encarna los diferentes pecados,1 y la pintura de Hieronimus Bosch, el Bosco, una barca a la deriva tripulada por hombres y mujeres reprochados de perturbar el orden, referencia explícita en el citado capítulo VIII de la novela, donde se considera esa tradición asociada al viaje involuntario y sin retorno.

Leer La nave de los locos es habitar lo fronterizo, la disolución de jerarquías, las identidades que se inclinan por lo huidizo y lo mudable. El foco narrativo es múltiple. Quien lee también está a bordo de la nave y participa, desprovisto de anclas, en las metamorfosis de un texto que se fagocita y se autoconstruye. En estos ejercicios de la imaginación y del lenguaje radica gran parte de la seducción de la novela.

NOMBRES SIGNIFICANTES

Casi todos los capítulos se titulan «El viaje». Alternan con la descripción de El tapiz de la creación que, fruto de la religiosidad medieval, actúa como metáfora de una armonía universal imperturbable. Cuando desde una perspectiva actual contemplamos la representación de Adán y Eva en el bordado del Génesis, el equilibrio se quiebra en desmedro de la figura femenina, que luce más pequeña. En La nave de los locos Eva es una mujer independiente que dio a luz un hijo libre y luminoso llamado Percival, cuya mirada infantil interroga las tensiones del presente y del pasado. El protagonista de la novela se llama Equis, la incógnita por antonomasia. El efecto de extrañamiento de ese nombre expande el círculo de significados que estremece las palabas y las encadena: ex, extraño, excéntrico, extranjero, exilio… «Todos somos exiliados de algo o de alguien», dice Equis. En su condición de viajero deambula como un moderno Ulises entre el sueño y la vigilia, en reciprocidad constante con los viajes leídos, mirándose, como el resto de los personajes, en espejos literarios de la incertidumbre y el desarraigo. «He leído todos los viajes posibles en los libros», apunta Equis. «Son tiempos difíciles y la extranjeridad es una condición sospechosa.» Para Cristina Peri Rossi, como para Amanda Berenguer, «el vocablo es el viaje».

El de Equis es el «viaje incesante, la gran huida, la hipóstasis del viaje». Condenado, como tantas mujeres y tantos hombres, a no permanecer en lado alguno, sobrevive en ciudades imaginarias como taquígrafo o mozo de restorán, barriendo andenes, dando clases de romanticismo alemán o como responsable del traslado de mujeres a Londres para ser sometidas a un aborto, circunstancia que compara con los cargamentos de judías embarazadas conducidas a laboratorios experimentales de la Alemania nazi.

La escritura de Peri Rossi sostiene una actitud contestataria frente a las estructuras sociales hegemónicas, trastorna las categorías binarias, denuncia la discriminación de las mujeres en la sociedad patriarcal, el disciplinamiento de los cuerpos, la homofobia. La novela suma estos y otros exilios. Algunos personajes ilustran la alteridad y sus variadas manifestaciones. Vercingetórix, el ex-preso político atormentado por su pasado, el único que trae al relato el tema de las dictaduras militares y los detenidos desaparecidos, siente una extraña atracción por las niñas y las enanas. Morris es el excéntrico que se enamora de Percival y a quien Equis, al que fascinan las mujeres mayores, dice que «el infierno es no poder amar». En un salón de danzas eróticas este reconoce a Lucía, una de las mujeres que ayudó a llegar a Londres y ahora es una artista travestida que representa una escena lésbica entre Marlene Dietrich y Dolores del Río. «Descubría y se desarrollaban para él, en todo su esplendor, dos mundos simultáneos, dos llamadas distintas, dos mensajes, dos indumentarias, dos percepciones, dos discursos, pero indisolublemente ligados de modo que el predominio de uno hubiera provocado la extinción de los dos.» En una película en la que el personaje interpretado por Julie Christie es sometido por la furia de una máquina, Equis descubre que «el hombre es el pasado de la mujer». Evoca varias veces el sueño del rey enamorado de su hija, que propone una adivinanza a los pretendientes: «¿Cuál es el tributo mayor, el homenaje que un hombre puede hacer a la mujer que ama?». En el intento de resolver el enigma, Equis se pregunta cómo se construye un varón, piensa que debe renunciar a la virilidad tradicional, a la manera tradicional de relacionarse con la mujer, no necesariamente a la heterosexualidad. Comprende que esta es la condición para alcanzar el amor. Desnuda el gesto político y estético de una autora que en su vida y en su obra no ha dejado de cantar a la libertad de amar.

1. La imagen del loco itinerante de Michel Foucault es tomada de esa fuente medieval.

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