Cómo se llegó a esto es una buena pregunta. Al parecer algunos de los animales eran de los pacientes internados, otros se sumaban a los demás porque algunos vecinos los abandonaban en las inmediaciones, y así el número fue creciendo. Uno de los problemas fundamentales es que hasta el perro más apacible y doméstico puede transformarse en medio de una jauría: el grupo es esencialmente peligroso porque despierta en los individuos un comportamiento territorial y un instinto cazador. Y con el abandono de estos perros a su suerte se genera también el problema de la reproducción descontrolada: según datos de la Sociedad Mundial de Protección Animal, una sola perra puede tener en 6 años una descendencia de más de 60 mil nuevos especímenes.
La Organización Mundial de la Salud señala que el cuarto animal más mortífero del mundo es el perro. Esto se debe principalmente a que es capaz de trasmitir la rabia (que se cobra decenas de miles de muertes al año) y otras enfermedades mortales como la hidatidosis. Las perreras, que con justicia suelen tener mala prensa, han estado históricamente dirigidas a controlar lo que una vez devenido plaga es potencialmente dañino para el hombre.
El terrorífico episodio de la Colonia Etchepare, en el cual una jauría literalmente devoró a un anciano, destapó una realidad acuciante e incomprensible: como se constató en la inspección de la jueza Viviana Granese, estos perros en estado de semisalvajismo merodeaban la institución, entraban a los pabellones y hasta eran alimentados por los funcionarios, lo cual es un medidor de las condiciones de salubridad de las instalaciones y lleva a pensar en todo eso otro que allí ocurrirá y de lo que no nos enteraremos a no ser que derive en otra tragedia. Con esta negligencia en particular lo que (¿involuntariamente?) se logró es que los edificios de las colonias Etchepare y Santín Carlos Rossi se asemejaran a castillos medievales, rodeados de un foso con cocodrilos dispuestos a atacar a quien quiera entrar o salir de los mismos sin autorización.
Ante la decisión de la justicia de erradicar la totalidad de los perros, quienes pusieron el grito en el cielo fueron las asociaciones de defensa de los animales y sus adherentes, muchos de ellos movilizados para evitar el sacrificio de unos 150 perros, y que al cierre de esta sección ya habían rescatado unos 100. Con su accionar, estas asociaciones lograron evitar la matanza, por lo que la solución más antipática pudo eludirse.
Lo llamativo es cómo el episodio ha desatado toda clase de comentarios en las redes sociales, de los que se deduce que sus autores ponderan la vida de los animales por sobre la de las personas. No es la primera vez que se plantea esta tensión y este desequilibrio: hace poco más de un año se lanzó una campaña de recolección de firmas a través de Change.org con la intención de erradicar la tracción a sangre (carros con caballos) del circuito de la basura. La idea era esa, simplemente prohibirla sin más, sin plantear alternativa alguna para la subsistencia de todas esas personas que deben recurrir a ese medio para ganarse la vida. Esa empatía exclusiva con los animales llega a puntos que rayan en lo insano. El Estado es una institución de los hombres para los hombres, y valga la redundancia, debe velar principalmente por la seguridad de los hombres. La prioridad, mal que pese, no debe dejar de estar allí.