Quisiera referirme a la nota del licenciado Julio Ángel Fernández publicada en esta sección con fecha 9 del corriente, no por sentirme aludido en mi carácter de miembro del directorio de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (Anii) ni por sentir necesario articular una defensa de la institución, sino para aportar un punto de vista diferente, con el afán de ser constructivo. Quiero aclarar que conozco y respeto al señor Fernández, con quien he compartido muchas actividades académicas.
Primero que nada, quiero manifestar que lo expresado en la nota del señor Fernández es perfectamente válido y respetable, y obedece a una concepción del mundo que tiene claramente muchos defensores. No es, ni por asomo, la mía.
Cuando hace casi dos años el Consejo Nacional de Innovación, Ciencia y Tecnología (Conicyt) me hizo el enorme honor de proponerme para el directorio de la Anii como representante del sector empresarial nacional, lo acepté con una importante cuota de escepticismo. Como convencido liberal que soy, siempre desconfío de los esfuerzos del Estado por modelar la sociedad como quieren que sea los iluminados de turno. Creo fervientemente en la enorme superioridad del libre mercado en un Estado de derecho como asignador de recursos en la doble vertiente de eficiencia e imparcialidad. Y este convencimiento no emana de una fe de tipo religioso o ideológico, sino de la observación lo más objetiva posible de lo que ha funcionado bien en el mundo y lo que no.
Más allá de reconocer que un Estado moderno tiene un legítimo rol a cumplir en el establecimiento de políticas que direccionen algunos esfuerzos económicos de la sociedad y, para ello, dispone de una porción de los recursos provenientes de los impuestos pagados por los ciudadanos, pienso que esas son herramientas a utilizar con enorme cuidado y prudencia, porque rápidamente suelen tender al desborde y la arbitrariedad.
Debo reconocer con placer y orgullo que la realidad que encontré en la Anii despejó rápidamente mis temores previos. Encontré una organización profesional, eficiente, enfocada, consciente de su rol, cuidadosa con los recursos que se le confían y merecidamente reconocida en todos los ámbitos nacionales e internacionales.
Sé que a veces, desde distintos sectores políticos y académicos, se la ha acusado de definir y establecer políticas y prácticas por sí y ante sí que exceden sus atribuciones estatutarias, que son las de un brazo ejecutor de estrategias y programas provenientes del sistema político. Me consta que si en alguna oportunidad se puede haber interpretado alguna acción de esa manera, fue por la necesidad de llenar vacíos de poder en plazos razonables.
Vayamos ahora a los contenidos de la nota del señor Fernandez. En primer lugar, si bien la tarea de la Anii tiene necesariamente muchísimos puntos de contacto con la ciencia y la tecnología, sus cometidos básicos, como su nombre lo indica, tienen que ver con la investigación y la innovación, entendidas ambas en el sentido más amplio posible.
Es un hecho, como lo advierte el señor Fernández, que el camino que se ha encontrado para desarrollar ambas con la mayor eficiencia de recursos posible pasa por fomentar el emprendedurismo privado. La inversión en investigación y desarrollo (I+D) en Uruguay, del orden de 0,40 por ciento del Pbi, es muy baja en comparación con la internacional, pero más preocupante aun es que de esa inversión sólo la cuarta parte es del sector privado. En el mundo desarrollado esta proporción es inversa. Por lo tanto, los esfuerzos de apalancamiento mediante subvenciones para I+D en el sector privado tienen su justificación como ignición de un proceso de reversión de esa situación.
La parte de investigación es muy importante en la función de la Anii, si bien es cierto, como menciona el señor Fernández, que no es tan visible. La administración del Sistema Nacional de Investigadores (Sni), los fondos Clemente Estable y María Viñas, los Centros Tecnológicos, los Fondos Sectoriales, el sistema nacional de becas, el portal Timbó, etcétera, constituyen la porción más significativa del presupuesto manejado por la agencia. Y si la subvención a los miembros del Sni es magra y no se ha actualizado por inflación, no es responsabilidad de la Anii, sino de la forma en que su presupuesto depende de las partidas definidas en el presupuesto nacional. De hecho, la Anii hace ingentes esfuerzos para buscar y obtener recursos adicionales a los fondos fijos que recibe anualmente del Miniterio de Economía y Finanzas.
Por encima de las impresiones subjetivas que sobre los hechos tiene cada uno, que obedecen a una multiplicidad de factores racionales y emotivos, están los números duros. En ese sentido, la Anii es ejemplar, porque hace culto de la transparencia. Todo su accionar está disponible en la página web y ahora en el portal prisma.org.uy. Allí figuran todo lo que emana del plan operativo anual y los informes de la unidad de monitoreo y seguimiento (ver informe de seguimiento de actividades).
De allí surge que en 2018 la “Promoción de actividades de investigación” fue el 44 por ciento de los fondos comprometidos, contra el 10 por ciento de “Apoyo al sistema emprendedor”. Los otros rubros en los que se clasifica la actividad –“Promoción de la innovación”, “Formación de recursos humanos”, “Acciones sistémicas”– incluyen fondos que indirectamente van a la investigación, como las becas. En estos rubros, es abrumadoramente mayor lo asimilable a investigación científica y tecnológica que al tipo de emprendedurismo que inquieta y molesta al señor Fernández.
Y en la divulgación y la comunicación pública han figurado como pop stars muchos investigadores a la par de los emprendedores. Las más de las veces coinciden ambos atributos en la misma persona. Eso no sólo no es malo, sino que lo vemos como muy positivo, y parte del cambio de cabeza que el país necesita.
Mucho se podría decir sobre la apreciación de que la ciencia debe ser un esfuerzo colectivo desprendido, solidario, creador de cultura y modelador de la sociedad. Para mí, esa es una concepción romántica muy apartada de la realidad histórica. Cuando los regímenes totalitarios han pretendido usarla como herramienta de ingeniería social o para desarrollar una capacidad bélica superior, los nefastos resultados estancaron el propio avance científico.
La ciencia da los cimientos de la tecnología que permite crear los emprendimientos innovadores. También es todo lo que dice el señor Fernández. Es todo eso y no es nada de eso. Es ni más ni menos que la herramienta perfecta para entender cómo funcionan las cosas en el mundo natural y el humano, y la única guía válida para distinguir lo verdadero de lo falso. Y una vocación apasionante, cuya belleza y recompensa espiritual no tienen nada que envidiar a las distintas manifestaciones del arte.
Pero esa discusión epistemológica, si
bien apasionante, rebasa los objetivos de esta nota y, como bien dice el señor
Fernández, no es obvia y está lejos de ser saldada. En concreto, creo que el
señor Fernández erra al asociar el rol de la Anii
exclusivamente con ciencia y tecnología, lo que es equivocado.
Por otra parte, el ejemplo que utiliza, la comparación del proyecto de desarrollo de una aplicación para hoteles de alta rotatividad con el esfuerzo por encontrar restos de desaparecidos de la dictadura, es, a mi modo de ver, injusto y tendencioso: pone en los platos de la balanza cosas inconmensurables y elegidas en los extremos del espectro estadístico.
Como conclusión de esto, que no pretende ser principio ni fin de una discusión, afirmo que, en el acierto o el error, la actividad desplegada por la Anii está en línea con lo que en el mundo moderno hacen los países desarrollados o que pretenden serlo, entendiendo como desarrollo el mayor bienestar posible de su población en sus vertientes económicas y culturales.
* Ingeniero, director de la Anii.