En clave revolución - Semanario Brecha

En clave revolución

Tras cuatro décadas de persecuciones y resistencias, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (Pkk) fraguó una amplia alianza electoral con otras “minorías” que viven en Turquía, con feministas y jóvenes. Es el triunfo de la perseverancia y la lucidez, como relata a Brecha Mehmet Dogan, ex preso político y militante kurdo.

“Estamos optimistas”, dijo Meh-met Dogan al referirse al largo proceso de resistencia de cuatro décadas del pueblo kurdo que lo llevó a traspasar los límites del Kurdistán y a generar una oleada de simpatía que el fin de semana inundó las calles de Berlín, París y Estocolmo, atravesando Estambul y decenas de ciudades turcas. Aquel optimismo se convirtió en júbilo apenas se conocieron los resultados de las elecciones parlamentarias que dieron al prokurdo Partido Democrático de los Pueblos (Hdp) nada menos que el 13,2 por ciento de los votos y 82 bancas en la Asamblea Nacional de Turquía.

El movimiento kurdo ingresó al parlamento al superar la barrera del 10 por ciento impuesta para marginar a las minorías, duplicó sus apoyos en las urnas y desarmó la estrategia oficialista del presidente Recep Tayyip Erdogan, que con el 40 por ciento de los votos (tenía el 49 por ciento) pierde la mayoría absoluta, lo que le impide cambiar la Constitución y hacer de Turquía el régimen presidencialista que aspiraba a encabezar.

Pero en realidad es un triunfo de quienes resistieron el autoritarismo, esos miles de jóvenes que lucharon en el parque Gezi de Estambul en mayo y junio de 2013, de las mujeres y las feministas, de los defensores de los derechos de gays, travestis y lesbianas, de las minorías no musulmanas que son discriminadas en Turquía (armenios, yazidíes, asirios y gitanos).

En particular, el Hdp consiguió canalizar la potencia de las protestas antigubernamentales de 2013, cuando la policía clausuró brutalmente una acampada que intentaba evitar la tala del arbolado de Gezi, en el centro de Estambul. La respuesta popular fue un movimiento en el que confluyeron las diversas sensibilidades políticas, étnicas y religiosas. Durante diez días más de 3 millones de personas participaron en protestas en 80 ciudades, hasta que fueron duramente reprimidas. El “espíritu de Gezi” facilitó la formación de esa alianza electoral impulsada por el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (Pkk).

Por primera vez en 54 años habrá tres diputados armenios, una fiscal que lucha por los derechos humanos, un periodista y un administrador de escuelas. Además, tendrán su banca un gitano romaní, un miembro de la comunidad mhallami (árabes de la provincia de Mardin), un abogado asirio y tres yazidíes (minoría religiosa perseguida por el Estado Islámico), además de un candidato abiertamente homosexual. La “otra Turquía” ingresó al parlamento.

El candidato a presidente por el Hdp, Selahattin Demirtas, analizó los resultados electorales: “Los que apoyan la libertad, la democracia y la paz ganaron en esta elección. Y los que se consideran los únicos dueños de Turquía, perdieron. Esta victoria es la victoria colectiva de armenios, bosnios, yazidíes, circasianos, asirios, de todas las identidades étnicas, de los trabajadores, de los desempleados, de los campesinos, los comerciantes, de todos aquellos que son explotados” (La Voz de Armenia, lunes 8).

Agregó que es la victoria de los que quieren una Constitución democrática que sustituya la elaborada luego del golpe militar de 1980, que impuso el umbral electoral restrictivo del 10 por ciento para entrar al parlamento. “Es la victoria de los que quieren la paz en la cuestión kurda. Y más que todo, esta victoria es la victoria colectiva de las mujeres”, dijo. En efecto, el 40 por ciento de los diputados electos son mujeres (32 en 82) lo que, sumado a la representación plurinacional del Hdp, permitió a uno de sus dirigentes asegurar: “Crearemos una nueva Turquía, por lo que una nueva vida puede florecer para todos”.

Esto fue conseguido en un país militarizado, con una campaña electoral plagada de agresiones al Hdp, como el atentado con explosivos en el multitudinario mitin electoral en Diyarbakir –la capital no oficial del Kurdistán turco–, que causó cuatro muertos y 300 heridos. En total sufrió más de 60 ataques, incluyendo asaltos y quemas de locales electorales. El Ejecutivo y Erdogan tildaron al Hdp de partido de “armenios, ateos y homosexuales”. Mehmet Dogan sostiene que lo que está sucediendo en tierras kurdas “es una revolución”.

UN POCO DE HISTORIA. Dogan tiene 55 años, nació en Marash, en territorio turco, cerca de la frontera con Siria, y estuvo preso durante seis años por pertenecer a la izquierda ilegalizada por la dictadura militar. Se exilió en Francia y ahora vive en Buenos Aires, donde hace un documental con sobrevivientes del genocidio armenio.

Para explicar por qué lo que sucede en su tierra es una revolución hace un largo recorrido. “Los movimientos de izquierda en Turquía nacieron en los años setenta, en respuesta a los crímenes del Estado turco a sus 30 nacionalidades, porque los turcos son minoría en Turquía. Pero esa izquierda aún no tenía respuesta para esas minorías.”

En 1978 surge el Pkk, de orientación marxista-leninista, con el objetivo de “formar un Kurdistán independiente, siguiendo el ejemplo de Vietnam y la experiencia del Che en América Latina”. La lucha del pueblo kurdo venía creciendo desde 1973, y la formación del partido fue la concreción de ese largo proceso de empoderamiento de las comunidades del Kurdistán. El golpe de Estado de 1980 (con apoyo de la Otan y Estados Unidos, su aliado estratégico) se propuso frenar este proceso, reprimir tanto a los kurdos como a las demás “minorías”, así como a la izquierda y a los nuevos movimientos. “La mayoría de los dirigentes del Pkk se refugiaron en los campos palestinos en Líbano, en el valle de la Bekaa, y establecieron alianzas con el Frente Popular para la Liberación de Palestina, dirigido por George Habash”, explica Dogan. Allí participaron en la lucha del pueblo palestino, en la que “cayeron más de 300 militantes kurdos, que fueron muertos o apresados”.

En 1984 el Pkk lanzó la lucha armada en Kurdistán porque consideraba que bajo la dictadura no había otra forma de acción posible. Hubo 5 mil asesinatos extrajudiciales, varios miles de kurdos fueron encarcelados y cientos de pueblos rurales fueron destruidos. El partido ganó amplios apoyos, no sólo entre los kurdos sino entre otros pueblos afectados por el poder turco, como los armenios.

El viraje del Pkk comenzó a principios de la década de 1990, cuando cayó el socialismo real. Este hecho provocó un debate interno sobre los caminos a seguir en la nueva situación internacional. Y ese debate interno cuajó en la preparación del sexto congreso, que llevó al Pkk a adoptar, en 1998, una nueva estrategia llamada “confederalismo democrático”, que llevó a la organización a abandonar el marxismo-leninismo y el objetivo de crear un Estado-nación kurdo.

“Tanto los turcos como Estados Unidos tenían miedo de esa transformación del Pkk, porque preferían una guerrilla nacionalista que matara a jóvenes soldados turcos en las montañas, a un proyecto más amplio que involucra a múltiples actores y refleja los cambios en las sociedades del Oriente Medio”, explica Dogan.

VOLVER A LOS ORÍGENES. Los cambios estratégicos decididos llevaron al Pkk a “ingresar en una nueva estrategia, y empezó a tener una relación más fuerte con las luchas de los pueblos oprimidos por Turquía”, sigue Dogan.

La propuesta de confederalismo democrático recoge, por un lado, los cambios demográficos de la población kurda. De los 13 millones de habitantes de Estambul, 6 millones son kurdos, 4 millones emigraron a Europa, lo que hace que la mayor parte de los kurdos ya no vivan en el Kurdistán. “No vamos a llamar a todos los kurdos a que vuelvan al Kurdistán. La lucha principal es social no nacional”, dice Dogan.
En este punto hace un alto para una reflexión sobre el genocidio armenio, pero también sobre el holocausto judío: “La razón principal del genocidio armenio fue económica, porque la burguesía turca tenía miedo de esa fuerza laboral artesanal armenia que podía transformar al país en un Estado plurinacional, con una lógica similar a la que llevó a los nazis a perpetrar el genocidio judío”.

Por curioso que parezca, la nueva orientación del Pkk provocó la furibunda reacción de Estados Unidos y sus aliados, que decidieron adjetivarlo como “terrorista” y perseguir a su dirigente Abdullah Ochalan, que se encontraba en Siria y fue expulsado hacia Rusia por presión de Turquía. El gobierno ruso tampoco lo toleró y lo expulsó a Italia. Cuando se dirigía a Sudáfrica, Ochalan fue secuestrado en Kenia por el servicio secreto israelí (Mossad) y entregado a Turquía. El presidente del Pkk fue condenado a cadena perpetua, luego de que le conmutaran la pena de muerte, y está confinado en solitario en una isla en el Mar de Mármara.

“El problema para el imperialismo y el sionismo es que el Pkk pasó de una propuesta de liberación nacional para los kurdos a una propuesta para todo el Oriente Medio –advierte Dogan–. “El confederalismo democrático tiene su base en la crítica al Estado-nación en cuatro aspectos: un Estado nacional, capitalista o socialista, se basa en la dominación de una clase minoritaria sobre las clases populares; la dominación de un grupo étnico o religioso sobre otros; la dominación de hombres sobre mujeres; y, en cuarto lugar, una sociedad productivista que destruye a la madre tierra.”

Para muchos el actual Pkk es casi anarquista. Dogan sonríe y sorprende: “Nada de eso. La actual propuesta está anclada en la recuperación de las tradiciones de la Mesopotamia. Ni la civilización empezó con los griegos, ni la revolución francesa es el punto cero de la emancipación”. Este es el punto central, el que conecta la lucha kurda con el proceso zapatista y, según Dogan, con la Constitución plurinacional de Bolivia. “En la historia de la región nunca hubo conflicto entre armenios, kurdos y asirios, los problemas empezaron cuando llegaron los árabes y los turcos con prácticas coloniales e imperiales. Es una historia similar a la de América Latina. Por este camino regresamos a nuestra historia.”

GUERRA Y SOLIDARIDAD. Numerosos analistas y periodistas atribuyen la adopción del confederalismo democrático a la larga prisión de Ochalan y a la influencia de Murray Bookchin, historiador y ambientalista fundador de la ecología social. Pero el pueblo kurdo, al igual que los indígenas latinoamericanos, está nucleado en torno a comunidades campesinas que marcan su identidad y su cultura. “La literatura marxista dogmática condenaba todo esto como feudal y atrasado, comunismo primitivo. Lo que están haciendo en Rojava es despertar estas tradiciones”, afirma Dogan.

Los tres cantones de la zona de Rojava –que se denominan comunidades autónomas democráticas–: Afrin, Jazira y Kobane, y que son una confederación de kurdos, árabes, arameos, turcomanos, armenios y chechenos, redactaron el año pasado una Constitución, que se difundió en octubre de 2014, por la que rigen su convivencia. Su artículo 15 establece que “las Unidades de Protección Popular son la única fuerza militar de los tres cantones, con el mandato de proteger y defender la seguridad de las comunidades autónomas y sus pueblos”.
Pero fue la exitosa resistencia de Kobane al Estado Islámico la que hizo ganar visibilidad y legitimidad al proyecto kurdo impulsado por el Pkk. “El imperio cometió un error fatal –asegura Dogan–. El conflicto en Siria era inicialmente un conflicto donde participaron kurdos y sirios por una república democrática. Pero el imperio y sus aliados lo convirtieron en una lucha con mercenarios europeos, que llegaron a ser el 80 por ciento de los combatientes. Vaciaron los barrios árabes de Madrid, Marsella, Berlín y Londres y los mandaron a Turquía a entrenarse.”

Pero cuando el conflicto social se convirtió en guerra abierta, en 2011, entre la oposición siria y el gobierno de Bashar al Asad, la población kurda eligió un camino propio e instaló una administración autónoma en los tres cantones. La mayor parte de los 2 millones de kurdos sirios decidió no apoyar a un gobierno que los había reprimido, ni a la oposición nacionalista árabe que les negaba sus derechos como pueblo. Encontraron que el confederalismo es la mejor forma de convivencia en una región donde el 80 por ciento son kurdos y los demás pertenecen a otros grupos étnicos, y se formó un amplio movimiento social kurdo, uno de los grandes desconocidos fuera del país. Se trata de la Unión de Comunidades del Kurdistán, creada en marzo de 2005, con más de 400 organizaciones que apoyan el confederalismo democrático, y que se propone organizar a todo el pueblo kurdo en sus territorios con autonomía, con paridad entre mujeres y hombres.
“Imagínese –dice Dogan, entusiasmado–, en Oriente Medio hay una organización que agrupa a todo un pueblo y que respeta las preferencias sexuales. Es una revolución.”

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