La deuda de Kate Beaton : En el pozo - Semanario Brecha
La deuda de Kate Beaton

En el pozo

Kate Beaton es ilustradora e historietista. Nació en Cabo Bretón, una isla de la costa atlántica canadiense, en una familia de clase media baja. Para pagar la abultada deuda que contrajo para cursar sus estudios universitarios, Kate tuvo que irse a trabajar dos años a los pozos petrolíferos de Alberta. Patos es la novela gráfica que narra esa experiencia.

Patos. Dos años en las arenas petrolíferas, de Kate Beaton. Norma Editorial. Barcelona, 2023. 430 págs.

Kate no hizo Patos enseguida. La historia transcurre en 2005 y se publicó en 2022, tras lo que se transformó de inmediato en la mejor novela gráfica de ese año. Para los ansiosos, diremos que Kate pagó su deuda. Pero no pudo olvidar lo que le pasó en las arenas petrolíferas. Igual, ya antes de publicar Patos Beaton se había vuelto bastante famosa, si es que tal denominación puede aplicarse a algún historietista que no juegue en la liga superheroica o del manga. A lo mejor famosa no es lo más adecuado, sino respetada y admirada. ¿El motivo? Su webcómic Hark! A Vagrant.

Patos comienza con Kate contándonos cómo es Cabo Bretón, un lugar sin futuro: «Antiguamente Cabo Bretón exportaba pescado, carbón y acero; pero en 2005 lo que más exporta son personas. Esto es habitual en la costa atlántica de Canadá. Y no es nuevo. Todas las familias de Cabo Bretón, desde hace un siglo han tenido sillas vacías en casa». De allí parte el relato, que luego intenta explicar el problema de la deuda, el problema de la carrera que escogió –Historia–, el problema de ser pobre y el problema de los tres problemas anteriores juntos: tener que pagar la deuda de una carrera prácticamente sin salida laboral siendo pobre. Podía quedar endeudada muchísimos años intentando pagar cuotas ínfimas con su salario simbólico de empleada de museo o decantarse por un tratamiento de shock: pulverizar la deuda yéndose a trabajar a otro sitio, como todo el mundo: «Padres, hermanos, primos; todos en Nueva Inglaterra, en Ontario, en Alberta. Todos siendo mano de obra barata allí donde la floreciente industria lo demandase. Lo único que nos decían sobre un futuro mejor era que teníamos que dejar nuestro hogar para conseguirlo. No lo cuestionábamos, porque esta es una región sin recursos de una provincia sin recursos y lleva generaciones sin prosperar». A esa altura de su vida, Kate no sabía que a la larga iba a encontrarle la vuelta a la inútil carrera que eligió y que esa vuelta tenía que ver con las historietas. Y es que Patos transcurre antes de que empezara a publicar el  webcómic que, editado en libro, se transformaría en best seller. Si lo hubiera sabido, probablemente no se hubiera ido.

Así que la historia va así: una muchacha de clase media baja, de padres católicos, él, carnicero, ella, administrativa, decide tomar un préstamo para estudiar Historia en la universidad. Mientras está estudiando, dibuja historietas para el periódico estudiantil, en las que hace chistes sobre personajes históricos, literarios o del mundo del arte, como por ejemplo, Napoleón, Marcel Duchamp y las hermanas Brontë. La muchacha se recibe a los 21 años y se encuentra endeudada y sin trabajo. No quiere volver al museo a contestar las preguntas de los turistas a cambio de monedas y decide irse como obrera a los pozos petrolíferos. Está allí dos años, viviendo en campamentos junto con un montón de gente como ella, la mayoría, hombres. Vuelve habiendo solucionado el problema de la deuda, pero no el del trabajo. Empieza a publicar en la web historietas parecidas a las que publicaba en la universidad y el sitio recibe medio millón de visitas mensuales. La gente las encuentra tan graciosas que, de pronto, tiene una profesión. Pero no olvida la vida en los pozos y a la gente que allí encontró. Entonces, aprovechando que es una historietista de renombre gracias a sus chistes ingeniosos, encuentra un editor que acepta publicar una novela gráfica de 430 páginas, muy seria, titulada Patos. El 30 de abril de 2008, las agencias de noticias norteamericanas reportaron que 500 patos habían muerto al acuatizar en los lagos de aguas de desecho de la petrolífera Syncrude Canada Ltd. Dichos lagos cubren una extensión de 12 quilómetros cuadrados. La empresa explicó que no había podido colocar los espantapájaros –cañones de sonido que alejan a las aves de los lagos– debido al mal tiempo y que en 30 años de operación era la primera vez que ocurría algo así. La compañía fue a juicio. Los patos muertos eran 1.600. La compañía perdió el juicio pero dijo que apelaría porque la sentencia, que la obligaba a pagar una multa de 800 mil dólares, podía afectar a toda la industria petrolífera. Imagínense.

Pero Patos no es sobre el incidente de las aves, o al menos no principalmente. La muerte de los patos es solo una pequeña parte de todo lo que pasa en los pozos y está allí, quizás, para hacer notar que la tragedia ambiental salió en las noticias y todo el resto no. «Todo el resto» es el costo, no solamente ambiental, que es muy alto, sino también humano, que deriva de las condiciones de trabajo de las personas recluidas en campamentos, lejos de sus familias, realizando tareas peligrosas. El costo humano: los problemas de salud mental que tales condiciones acarrean, el consumo de alcohol y drogas, los casos de violencia y abuso sexual. Los accidentes. La muerte, no solo de patos.

Así, la novela de Beaton no es solamente sobre cómo el capitalismo extractivista saquea, explota y mercantiliza. Todo eso está allí para que lo veamos sin verlo, mientras presenciamos el espectáculo de un zoológico humano en el que toda represión social de los instintos más primarios parece haber sido levantada. Allí están atrapados todos esos hombres y algunas mujeres. En ese ambiente alienante los procesos de conquista y apareamiento se desquician. Kate comienza a trabajar en el depósito de herramientas y los hombres hacen cola para mirarla. Le dicen obscenidades. La acosan constantemente. Y una noche, en una fiesta, la terminan violando. Es una de esas violaciones que suelen sacar de quicio al tipo de personas que dicen que «ahora» los hombres van a tener que ir a las citas llevando a un escribano para dar fe del consentimiento. Ese tipo de abuso sexual en que la mujer entra voluntariamente en una habitación, está un poco borracha, no se defiende a piñazos y patadas ni termina toda magullada, pero sale sabiendo que lo que ocurrió allí dentro ni lo propició ella ni era lo que quería. «Ibas borracha. No es lo mismo. Lo que pasa es que después te arrepientes», le dicen sus amigos. «Da igual», contesta Beaton, refiriéndose a que igual es una violación y a que, de hecho, a nadie le importa. «A menudo, se tiende a describir las arenas petrolíferas del norte de Alberta como indiscutiblemente buenas o indiscutiblemente malas: el empleo y los beneficios frente a la destrucción extrema del medioambiente. Pero durante el tiempo que pasé allí aprendí que se puede tener lo bueno y lo malo al mismo tiempo y en el mismo lugar, y que las arenas petrolíferas desafían cualquier caracterización que busque simplificarlas.»

Patos es una novela árida. Tan árida como los pozos. La trama es escasa –no hay una historia en sí, salvo la de estar allí– y el contenido se orienta a los personajes, en un ambiente general de monotonía y chatura en el que aparecen pequeñas historias y gestos de humanidad y amistad de parte de algunas personas que redimen a todo el resto. Ellos son los que, junto con la aurora boreal, representan los efímeros y luminosos destellos de belleza sin los que los pozos serían un páramo.

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