Un sencillo pero completo catálogo acompaña esta muestra1 de 12 grandes caricaturas de Pablo López (Montevideo, 1975). La docena la constituyen reconocidos escritores retratados en acrílico sobre tela y acompañados de una ficha técnica con los datos biográficos de cada uno. Pez, así gusta firmar sus obras, propende a la deformación extrema de sus personajes, agigantando o minimizando los órganos sensorios, contorsionando las facciones, borrando incluso ciertos sectores del rostro, como la mandíbula de Isabel Allende o una mejilla de Federico García Lorca, que queda como subsumida en un azul marino.
El artista parte de fotografías emblemáticas, como el retrato de Baudelaire realizado por Étienne Carjat, y estira y constriñe alternativamente los rostros sin que dejen de resultar reconocibles. En varias composiciones realiza un punto de “atadura” en donde la imagen “cae” como por un embudo o a través de un reloj de arena (Kafka, Isabel Allende, Neruda, E A Poe) y recobra la forma. Es un recurso que lo conduce de lleno al humor grotesco con toques de ironía o de sátira bien logrados, como el caso del bastón dibujado que simula rasgar la piel de Borges para terminar cegándolo.
De la caricatura callejera el artista toma la manera de “actualizar” en breves detalles los atributos definitorios de sus escritores, subrayando su lugar característico en el mundo de la literatura. Por ejemplo, dibuja un pezón-tintero para el cuerpo desnudo de Delmira Agustini, donde la propia escritora –su imagen pintada– embebe una sanguinolenta pluma de escribir, o la remera que lleva Baudelaire con flores estampadas –“Las flores del mal”– que remiten a su vez a una florida escena animada de Pink Floyd. The Wall –la película de Alan Parker–, o el insecticida en aerosol que Kafka apunta al observador, recordándonos que también nosotros somos víctimas de La metamorfosis. Cada personaje se reserva, sin demasiado misterio, una guiñada al observador y al lector atento. Todo parece ser un juego de anamorfosis, ese género del retrato basado en reflejos sobre superficies curvas, al que somete las caras y cuerpos en general.
Pez domina procedimientos pictóricos como el esfumado, sabe ejecutar veladuras –tanto como las permite la pintura acrílica– y tiene buena mano para el claroscuro. Se sirve quizás en demasía de la facilidad que le brinda su medio y está a punto de dar el salto “surreal” de destruir la figuración y organizar la imagen libre de convencionalismos, de conectar íntimamente con el proceso psicológico del retratado, ese salto de genialidad que vemos en un Nine, en un Sábat, entre otras referencias posibles. Por momentos lo logra: algo indefinible asoma entre la oscura barba de Cortázar y su gato idéntico, el bastón agresivo de Borges y la conformación cetácea –o de tiburón, más bien– de Hemingway.
Pablo López tiene el ojo circular y deformante del pez, divertido y punzante, y acorrala a sus ídolos en la pecera de sus obras. Pero estamos seguros que pronto va a romper la pecera y de esa agonía múltiple surgirá una obra mayor. Por ahora alcanza con ver esta recomendable colección de monstruillos, adorados escritores cocinados en su propia tinta.
- “Pintor de Letras”, en la Alianza Francesa.