El título lleva el nombre del hogar de ancianos donde murieron hace pocos días siete residentes (en Millán y Cisplatina, barrio Atahualpa). Diez de los internos sobrevivieron y fueron trasladados a otros establecimientos seguros.
Este hecho puntual y dramático deja al descubierto el doble rasero en el trato de la tercera edad, o adultos mayores, o simplemente viejos y viejas, sin eufemismos.
El lugar no tenía habilitación de Bomberos, tampoco cumplía con la cantidad de funcionarios por persona internada. Se pretende que sea de uno cada diez en el futuro, aquí había una para 17.
En Uruguay funcionan 844 residenciales para ancianos, con 13.817 personas (Censo de 2011), la mayoría –según declaraciones del Ministerio de Salud– sin habilitación. La subdirectora general de Salud, Raquel Rosas, admite que esas cifras son un subregistro de este tipo de centros, porque “el país se encuentra ante un problema sociosanitario en la atención a personas mayores”.
Existe la ley 17.066, que fija las condiciones mínimas para que funcionen estos establecimientos, pero quién los controla; y cuando lo hace, ¿qué sanción impone? ¿El cierre? ¿El desalojo? ¿Adónde llevar esa población vieja?
La prensa trata el tema como un “accidente”. Se repite hasta el cansancio la falta de la habilitación de Bomberos, se habla de costos, de que era una institución sin fines de lucro, que tenía matafuegos, etcétera.
Pero no he leído una sola mención de quiénes eran los y las internados/as. Esta población no tiene sexo, no se dijo cuántas mujeres y hombres había, no tiene nombres ni apellidos, es anónima. Y tampoco sabemos de sus muertes, de cuánto tiempo pasó entre el principio del incendio y la llegada de los bomberos y policías. Son datos que humanizarían los titulares, saber quiénes eran en su “vida anterior”, ¿qué trabajos habían tenido cuando todavía eran “personas”?
Viejos y viejas seremos todos y todas, un poco antes, un poco después. En su libro de 650 páginas La vejez (1970), Simone de Beauvoir afirma que “la vejez (…) no es sólo un hecho biológico, sino un hecho cultural”.
Y en lo cultural estamos todos, los médicos, las médicas que los tratan con suficiencia; los guardas y choferes de ómnibus que se irritan por la lentitud de sus movimientos; las familias que ven llegar una carga.
“Nada debía ser más esperado, y sin embargo, nada es más imprevisto que la vejez”, dijo también Simone de Beauvoir.
La antropóloga estadounidense Bárbara Myerhoff habla de los estereotipos, prejuicios y discriminación hacia las personas mayores y afirma que se caracterizan por tener los mismos procesos internos que alimentan al racismo en tanto ideología de superioridad, o al clasismo, el colonialismo, el machismo, la homofobia. La vejez es un fracaso para los “edadistas”, término que designa a quienes ven en viejos y viejas seres que no merecen ser considerados personas.
Al final de La vejez su autora responde a la pregunta ¿cómo debería ser una sociedad para que en su vejez un hombre1 siga siendo hombre? “Sería necesario que siempre hubiera sido tratado como un hombre.”
El Sistema de Cuidados que se está implementando tal vez cambie esta situación.
- Conservo la terminología de Simone de Beauvoir en 1970 cuando todavía no se hablaba del lenguaje inclusivo.