—¿Cómo fue el origen de la banda?
Gastón —Éramos un grupo de amigos que estábamos recolgados tocando instrumentos. Decidimos juntarnos con algunos gurises del liceo, también estaba Diego [Rossberg] en la vuelta, que estaba en la Demimurga con el Pepe. De esos caldos de cultivo se fue gestando un grupo. Estábamos en distintas movidas, algunos en la Escuela de Música, sobre todo los caños, que siempre fueron más académicos [risas]. Tocábamos en ámbitos universitarios y en boliches. Si se ocupaba la facultad, decidíamos apoyar, nos tocaba estar.
Pepe —El toque como teloneros de Manu Chao, en 2005, fue nuestra primera vez en un entorno más profesional. Eso marcó mucho la identidad de la banda, la influencia de Manu Chao estaba muy presente, su disco en vivo, Babilonia en Guagua. Ese toque nos unió mucho a nivel grupal, y a nivel estético lo que vimos ahí nos partió la cabeza. Todo eso terminó cuajando en un 2005 con un demo, y en un 2007 con nuestro primer disco.
—¿En esa época ya se pensaban como una banda militante?
P. —La realidad nos fue moldeando y nuestras circunstancias también, porque no fue algo tan planificado. Cuando empezamos a participar mucho en distintas cosas, hablamos de ser un colectivo de militancia cultural y de ponernos una meta transformadora, y aportar a través de nuestro coloque y nuestra visión de la música. Tuvimos muchas discusiones para armar la organización grupal. Por ejemplo, decidimos no votar y trabajar por consenso.
—¿Siguen trabajando así?
P. —Sí, estamos en esa todavía. Donde hay uno que tira para atrás, tiramos todos p’atrás. O estamos todes o no está nadie.
—Pero los integrantes de la banda no son los mismos.
P. —No, han cambiado un montón, han ido mutando.
—¿Y de todas maneras trabajan por consenso?
P. —Bueno, te requiere mucho trabajo, pero en el grueso sí. Uno aprende a trabajar en lo colectivo, en lo grupal. Hay que saber defender la opinión propia, pero también hay que ceder y saber que el resultado de ese proceso va a ser lo mejor. Porque no es lo mío ni lo suyo, sino a lo que se llegó en conjunto.
G. —Eso se definió mucho en la etapa de gestación de la banda, ahí estábamos en una definición constante. Nos invitaban a una cosa y nos preguntábamos: «¿Estamos pa’ esa?». Hoy en día ya sabemos si estamos o no para esa.
P. —Y también hemos cambiado. En ese momento se le dijo que no a pila de cosas por tener una postura más radical. Hoy en día lo miramos en perspectiva y por ahí no decidiríamos lo mismo. Pero siempre tratamos de ser sinceros con respecto a lo que pensamos.
—¿Qué cambia cuando hay más recursos para tocar o cuando te sigue más gente?
G. —Siempre fuimos de amoldarnos. Es una característica que tenemos desde los comienzos, porque íbamos a un lugar y la infraestructura era de tres micrófonos y un parlante que hacía ruido y había que agitar la movida igual. Porque a veces hay que salirse de los estándares para ponderar otras cosas, a veces importan más las razones políticas que las estéticas.
P. —La música realmente te pone a prueba, en el sentido de que es mucho cansancio, no dormís, el grupo se desgasta; no es que estamos en la superindustria musical. A los proyectos les cuesta generar recursos para subsistir. Ya estamos más grandes y tenemos la suerte de que mucha más gente nos sigue, pero siempre hay vueltas para atrás y estamos acostumbrados. Un día tocamos en Costanera Sur para 60 mil personas y al otro día en San José para 100, en un lugar chiquito. Y está bien, estás como se puede, pero estás.
G. —La calle es una escuela de la que nunca te olvidás. Podemos estar tocando en escenarios grandes, pero si tenemos que ir a hacer algo más rústico, lo tenemos aprendido. Esa escuela nos marcó, es lo que somos.
P. —Cuando te sabés manejar sin nada, después todo lo que viene está bien. Esa picardía no se pierde. Nos tuvimos que formar así, en escenarios en los que no se nos escuchaba, pero la banda saltaba para todos lados, se movía, armaba la fiesta. Después está la experiencia de tocar en otros países, que también es un desafío. Son otros públicos, otras estéticas. Es importante saber llegar a un festival y en poco tiempo lograr la atención, tener impacto. Todo eso se va aprendiendo, pero tener calle siempre ayuda.
—Si tuvieran que describir cómo habitaban el escenario al inicio y cómo lo hacen ahora, ¿qué se mantiene y qué cambió?
G. —Lo no controlable, lo inconsciente, lo que no podés educar o manejar: eso no cambia. Cómo sentís, cómo te emocionás: eso no cambia. Porque podrás haber tocado una canción un millón de veces, pero la tocás un millón y una vez y si está la emoción, está, y te toca, porque eso está intacto, no vence. Y después sí, cambian un montón de cosas, estás más viejo, la vida misma. No es el Gastón de los 19 el que está ahí: es un Gastón de 37 que está mucho más curtido. Y también cambian cosas para bien.Hay preguntas que ya no te hacés, como: «¿Para qué estamos acá?, ¿cómo me paro en el escenario?, ¿qué vamos a hacer?». Todo eso ya lo tengo sabido.
P. —Hay cosas que se vienen practicando desde el vamos y que, por suerte, todavía están, como eso de considerar el escenario como un lugar importante. No voy a usar la palabra sagrado porque no me gusta, pero es un lugar a cuidar. Podés llegar muy mambeado, triste, o incluso te puede pasar arriba del toque de no empezar bien, o que lo musical te marea. Pero enseguida hacés el ejercicio de pensar: «Estoy en el escenario», y sabés que todos esos problemas se arreglan afuera. En el escenario se cuida la canción, se cuida el arte, y eso saca lo mejor de vos.
—Es un compromiso.
P. —Es que yo estuve del otro lado, yo sé lo que es que te estén tocando un punk rock o un reggae, lo que significa para el que curte eso y está ahí. Entonces tocarlo es una responsabilidad, hay que generar esa energía.
—El tema «Mi revolución» fue muy importante para la banda. ¿Qué significa para ustedes?
G. —La canción se completa con la gente. Proyectás algo pensando o sintiendo equis cosa y después el trayecto propio de la canción va hablando de otra manera, se va transformando en algo más, más grande que lo que vos pensaste o soñaste.
P. —Cada uno le pone a «Mi revolución» su propia impronta, su propio significado. Ese es el poder de esa canción. Es muy impactante la diversidad de gente a la que le llega, es una belleza. Pero también, por suerte, la banda ha tenido otros temas que se han colocado en el imaginario de la gente. Esa canción salió en 2013, pero vos estás acá hoy, en 2022, casi a diez años de eso, y seguís sacando música, haciendo discos y te seguís conmoviendo con lo que hacés. Y esas canciones las ejecutás con tremenda responsabilidad y amor, pero también las dejás ser.
—No hay que dejarse atrapar por lo que ya hicieron.
P. —Totalmente. Tenemos que hacer el ejercicio constante de estar inquietos y nunca casados con un género, porque somos una banda bastante ecléctica. No estamos ni casados con los que éramos hace unos años, imaginate. Eso me pasa: me canso de mí mismo rápidamente y me pongo a buscar cuál soy ahora.
—¿Cómo se traducen la curiosidad y la experimentación en las composiciones?
G. —Hay una inquietud grupal, un espíritu inquieto que siempre nos hace estar proyectando alguna locura, algo que nos coloque en nuevos lugares en los que podamos encontrar nuevos decires. Eso es algo que alimenta pila, es como un motor. Y en lo compositivo siempre hay un gancho con la realidad, con el tiempo presente.
P. —Por ejemplo, en este disco, una de las primeras consignas fue que no queríamos ser esquivos con la pandemia, con el contexto que estábamos viviendo. No queríamos hablar de cosas siderales. Y otras decisiones son más musicales, por ejemplo, queríamos un disco que sonara como un vivo, para establecer una contraposición con el encierro.
G. —Y después está la habilidad para agarrar esas consignas y pasarlas a notas, músicas, ritmos y palabras. Este disco nos interpela mucho, nos pregunta cómo estamos.
P. —Es más directo que La llama. Y por primera vez tuvimos una comisión de letras, vivimos la experiencia de sacar una canción adelante entre cuatro o cinco; fue muy intenso.
—¿Trabajaron con un productor?
G. —Primero nos fuimos todos juntos a Punta Colorada, nos armamos en un garaje con los instrumentos y, basándonos en ciertas consignas que fuimos definiendo ahí, charlando e intercambiando, fuimos tirando ritmos, ideas, palabras. De ahí salió como un grueso de treinta y algo de ideas que otra comisión se dedicó a depurar.
—¿Son una cooperativa?
G. —Nos llamamos así, pero, en realidad, no tenemos una constitución formal de cooperativa. Todos opinamos, todos proponemos, todos remamos.
—¿Y económicamente?
G. —Una parte del grupo sí y otra parte trabaja contratada.
P. —Que son los sueldos que no pueden faltar [risas].
—Como en Brecha, nosotros funcionamos igual.
G. —Y, bueno, ese primer grueso lo trabajamos, y ahí entró a jugar Francisco Fattoruso. Vino a Montevideo unos días y laburamos con él.
P. —Vino a ver a la familia y lo metimos dentro de un estudio, una pesadilla [risas].
G. —Y ahí grabamos y después hicimos un proceso a distancia, mezclando y grabando algunas cosas más. Y después contratamos un día de un superestudio en Estados Unidos, donde terminamos de hacer la mezcla. Eso nos enriqueció, porque fue la posibilidad de que la música que hicimos pasara por esos aparatos increíbles que hay allá.
P. —Laburar con un productor es hermoso, porque es alguien idóneo que sabe ver tu potencia y logra pulirla, resaltarla. Francisco sabe mucho de la parte de mezcla y sonido, y está en Los Ángeles y tiene conocimientos que a Uruguay no llegan.
—¿Y cómo se sienten ustedes pasando su música, que es música uruguaya, por un estándar global como ese? Porque esa es una decisión política.
P. —Creo que ese estándar internacional no condiciona políticamente nuestro trabajo.
—¿No te parece que hay una decisión política en asumir ese estándar como «lo que suena bien»?
P. —Mirá, hay una mirada política en la mezcla. Nos ha pasado con amigas que plantean cuál es el rol del canto femenino haciendo coros, y por qué las mujeres están al fondo a la derecha en el estéreo total, y no están más al frente y adelante.
—Pero eso tiene que ver con la lógica interna del grupo. Estoy pensando más en el contenido político de la estética de la música, del sonido.
P. —Es que depende del contenido artístico. Que suene con más o menos loudness no cambia el contenido. Vos tenés que ir con tu arte sincero. Si estás haciendo un arte plástico para sonar como el mainstream, para vender, es una cosa, pero esa no es nuestra búsqueda. Lo que nosotros buscamos es tocar y llegar. Y eso quiere decir cruzar fronteras, conectar con la gente, sonar en la radio, conectar.
—Eso que decís es muy interesante, es una fundamentación política de tu estética.
P. —Estar de moda puede ser un problema, pero a nosotros nos gusta. Queremos conectar con la gente. ¿Por qué no vamos a masterizar en Nueva York? Aprendimos con Francisco que en Nueva York hay un estilo para masterizar que implica llegar a un sonido más roto, más under, entonces te agarran el estéreo y te lo rompen un poco. Yo amo esas estéticas, amo la cultura negra de Estados Unidos.
G. —En esto de querer conectar o llegar más lejos con la música, sí, es cierto, hay lugares a los que vas para tener un sonido más mainstream. A veces es una decisión previa. Yo pienso en Respirar una vez más y eso le viene bárbaro, porque es un disco que tiene ese sentido. Ahora, si estuviéramos haciendo un disco con otras búsquedas, capaz que no querríamos que sonara así. Este buscaba ser un disco con sonido internacional, tiene ese propósito.
P. —Igual esto que te decimos no implica estar atados. Yo le paso mandando a él canciones que adoro y son todas de punk de garaje, suena todo mal. Uno de mis discos favoritos es Salve, de La Polla, y lo tocaron con batería electrónica. ¡Punk tocado con batería electrónica! Suena muy cutre, y es hermoso.
—Entonces depende del disco.
P. —Depende de los procesos que estamos haciendo en cada momento. Nosotros también hemos tenido búsquedas más bichas, más montevideanas, más para adentro.
G. —El disco Juan es reasí. Lo produjo Goicoechea y lo mezclamos con el Mono Reyes; es el disco más montevideano del planeta [risas]. Y para nosotros en ese momento era eso, aunque a la gente no le gustó tanto.
P. —Hacíamos ska, rock, reggae; todo el mundo pensaba que el segundo disco iba a ir por ahí. Y sacamos Juan, que tiene otra historia, pero para nosotros era reimportante.
—¿Cómo era ser un rockero varón cuando ustedes empezaron y cómo es ahora? ¿Cuáles han sido los desafíos, qué cosas han tenido que procesar?
P. —Ha habido muchos cambios. La presencia artística de las mujeres ahora es mucho más visible. Se nota en el ambiente masculino, han cambiado algunas energías. A partir de las denuncias en Argentina, cómo se empezó a pensar en lo que significaba ser roquero… cuando leíamos sobre el backstage, las menores; eso no lo vivenciamos nunca, por suerte. Pero estamos dentro de un sistema cultural, es necesaria una reeducación, deconstruir un montón de cosas que venían aprendidas y naturalizadas dentro de la lógica del rock.
G. —Si me preguntás cómo era ser roquero antes y ahora, habría que definir eso de ser roquero.
P. —Sí. ¿Fuimos roqueros? No lo sé.
G. —Y, bueno, ponele que sí. Ahora, cómo vivimos el rock… A nosotros, y creo que a todo el panorama de la cultura, el feminismo es un tema que nos removiliza. Lo que aprendí es que lo primero es callarse. Callarse y escuchar, y ver qué es lo que tiene para decir la gente, antes de reaccionar o emitir una opinión. Me parece bárbaro que haya agrupaciones que estén militando la ley de cupo en los festivales, es importante.
P. —Es que no hay otra forma para que la sociedad reaccione.
G. —Pero también siempre me encuentro en una dicotomía sobre qué participación tener en eso. Si acompañar desde el silencio o desde algún lugar nuevo en términos de propuestas, porque a veces siento que compartir un afiche en las redes queda corto, no es suficiente. A nosotros, como grupo, todo lo que está pasando nos interpeló mucho hacia adentro. Cuatro Pesos representa el esquema de un grupo de varones, pero, si acepto eso, también estoy invisibilizando que hay mujeres en el grupo. Está Dani [Daniela Beracochea], que es la diseñadora de la banda hace 17 años, y que tiene zarpado peso porque hizo todo lo que la gente ve y se tatúa, y pila de lo que es la comunicación del grupo. También está Joanna [Alonzo], que es road manager, pero que también significa mucho más.
P. —Es un sostén en muchas cosas.
G. —Es un pilar político conceptual, siempre sabe qué sí y qué no. Porque a veces uno piensa solo en los roles que cada persona ocupa, pero en un grupo que es tan horizontal como Cuatro Pesos esas cosas se mezclan. Y, sí, es verdad, lo escénico tiene mucha más visibilidad, pero, en realidad, parte del trabajo que estamos intentando hacer es visibilizar a las mujeres que siempre están ahí, laburando con nosotros. También está Fernanda Piñeyrúa, que hace todo lo que se ve en las pantallas, y Agustina [García], que ahora está cantando en el escenario, y que todavía no es parte del grupo formalmente porque hace muy poco que está, pero está yendo a todos los toques.
—Es que casi todos los grupos de varones tienen mujeres, pero no se ven. Visibilizar sus roles es algo que importa mucho.
G. —En este tiempo decidimos ir hacia ahí, mostrarnos como un grupo completo, que excede a las personas que están en el escenario. Y no solo es eso, porque también las propias pibas de la banda bajan línea. Cuando empezaron a habilitarse esas opiniones, para el grupo fue superenriquecedor.
—Y en términos de sus canciones, ¿qué posiciones tienen con respecto a lo que ustedes mismos han hecho o dicho en otros momentos? ¿Hay cosas que ya no cantan?
G. —Hubo una revisión de los temas, pero de bobera nos hemos encontrado que no tenemos que dejar de cantar ninguna canción. Al haber nacido de ámbitos más de militancia, callejeros, de la movida joven, populares, está bien, podemos pensarnos como una banda de rock, pero nuestra identidad no es roquera.
—Nunca dijeron: «Soy el rey del rock, nena».
P. —No, siempre nos rechinó eso, siempre estuvimos en la vereda de enfrente en cuanto a la mirada de la música, la idea de la guita, de ser famosos, del capitalismo musical. También pagamos bastante derecho de piso por no haber sido una banda que le decía a todo que sí, sin filtro.
—También hay algo del músico militante que fue muy despreciado en los noventa y los dos mil. Ahora, tal vez, estamos en otro momento.
G. —Depende de dónde milites y lo que milites. En estos últimos 15 años del FA [Frente Amplio] no fue fácil militar. Marchar por el agua, por ejemplo.
P. —Claro, mucha gente de izquierda se ofendía porque estábamos en movidas que eran críticas del gobierno. Y ser crítico no quiere decir que no acompañes otro montón de cosas positivas, pero eso nos costó. Porque, claro, ahora es más fácil decir: «Manini malo», pero había que salir a decir: «Bo, ¿qué pasa con ustedes, gobierno de izquierda, que no están gravando el capital?».
—¿Qué va a pasar en el Teatro de Verano?
P. —Una de las consignas es que haya mucha música, una gran cantidad de canciones que recorren lo que sentimos que queremos mostrar de cada uno de los momentos de la banda, con un especial énfasis en el disco nuevo.
G. —Se nos ocurrió que los gurises de hasta 10 años entraran gratis, para que puedan ir distintos públicos y no limitarnos al «guacho roquero».
—Eso parece bastante feminista, que una madre no tenga que pagar las entradas de sus hijos.
G. —Es que queremos integrar a las infancias, son grandes divulgadores de lo que hacemos.
P. —La cantidad de madres y padres que te dicen: «Me trajo ella, me trajo él, me agitaron mis hijos para venir»…
G. —Y que el precio sea accesible, que sea una fiesta para la gente que le gusta la banda. Va a ser una fiesta completa.
—Y más después de estos años.
G. —Es que va a ser la primera vez plena en la que vamos a poder hacer el ritual de siempre. La sopa, como le dice la gente.
P. —En todo 2020 no tocamos. Recién volvimos a tocar en junio de 2021, y en el primer tema el trompetista no tocó, se quedó al costado, llorando. Fue muy catártico. El otro día en el festival Minas y Abril también, ver semejante pogo, volver al interior…
—Al final es un poco sagrado, nomás.
P. —Y sí, tiene lo suyo [risas].