La polémica se encendió mediáticamente e invadió las redes sociales. Los comentarios de Spike Lee y su rechazo a asistir a la ceremonia de los Oscar de este año, en protesta por la ausencia por segundo año consecutivo de nominados negros entre los 20 candidatos en las categorías de mejor actor, han dado mucho que hablar, y no faltaron a la cita las declaraciones de figuras como Charlotte Rampling, Julie Delpy, Mark Ruffalo, Will Smith y otros más, con argumentos encontrados.
Pero centrémonos solamente en las opiniones contrarias a Lee y en sus principales argumentos: se señala, en primer lugar, el carácter arbitrario e impersonal con que los candidatos son elegidos para la premiación, ya que al ser centenares los votantes, no hay un “individuo” al que echarle la culpa sino que se trata de un colectivo que vota de acuerdo a criterios de calidad. Otro argumento es que, si bien en estos dos años no hubo nominados negros, sí los hubo, y en abundancia, durante los años anteriores. El tercero señala que el reclamo de Spike Lee con respecto a la discriminación de una minoría no contempla otras injusticias quizá más manifiestas, como la exclusión sistemática de las mujeres artistas en la mayoría de las categorías, o la reticencia a nominar películas “extranjeras” y no angloparlantes que caracteriza a la ceremonia desde siempre. Pero corresponde señalar que los tres argumentos son insuficientes, y alguno de ellos incluso erróneo. Veámoslos con detenimiento.
En primer lugar, conviene recordar qué son los premios Oscar. Se trata de una gran ceremonia de autobombo que la industria utiliza para publicitarse y reproducir las miradas internacionales sobre sí misma. Los Oscar son Hollywood premiando a Holly-wood, y como tal suponen un fiel reflejo de un mundo liderado por hombres estadounidenses, blancos y ricos. Los votantes obedecen mayoritariamente a ese perfil y los nuevos nominados pasan a engrosar la lista de votantes, por lo que estas características dominantes se reproducen y perpetúan, con un impacto mediático inconmensurable. Hay veces que es difícil pedirle al olmo que deje de ser olmo y que nos dé en cambio peras, pero sí es muy pertinente señalar que no se trata de otra cosa que un olmo, y eso es justamente lo que hizo en este caso Spike Lee.
En segundo lugar, no es cierto que los nominados negros fueran muchos en los años anteriores. Sí los hubo, pero en el período de 2010 a 2015 hubo tan sólo siete nominados negros en las cuatro categorías a mejores actores. Es decir, de 100 nominados, siete fueron negros, lo que es lo mismo que decir que en esos cinco años alcanzaron un 7 por ciento. Poco, con relación al 12,6 por ciento de afroestadounidenses que hay, según cifras oficiales, en la población de Estados Unidos. Durante esos cinco años, además, hubo una suerte de “efecto Obama” que tuvo una incidencia directa en las temáticas tocadas por Hollywood, una especie de catarsis histórica referente a la discriminación racial y las luchas de inclusión, reflejada en películas como Selma, 12 años de esclavitud, Lincoln, The Help y otras. Pero la cuestión es que si luego de ese período ese porcentaje (incluso escaso) bajó radicalmente a cero y allí se mantuvo por dos años consecutivos, la carencia es significativa, por decir lo menos.
El tercero de los argumentos es aun menos sólido. Se critica a Spike Lee por su activismo unidireccional, por su falta de consideración respecto de otras injusticias, quizá más evidentes. Como si Lee, más que un militante contra la discriminación de la minoría a la que pertenece debiera ser un paladín de la justicia mundial. El asunto es que señalar que un movimiento social vela por sus intereses y no por los de otros no es argumento para desconsiderar sus reclamos. No se puede descalificar una asociación de derechos humanos por no preocuparse por la matanza de ballenas o no manifestarse en contra de la contaminación de las plantas nucleares. Su énfasis y su temática son otras y, muchas veces, lo importante para ganar espacios es mantenerse enfocado en lo que incumbe directamente. Como dijera Voltaire: “lo mejor es enemigo de lo bueno”, y no corresponde descalificar un discurso por no adaptarse a un “ideal” superior.
Podríamos pensar en un cuarto argumento. Algunos desinteresados podrán decir que, por las características de la ceremonia y del Oscar en general, no vale la pena dar una lucha para ganar espacios en un ámbito cerrado y elitista casi por defecto, en una ceremonia que viene malparida y que muchas veces ni siquiera premia a un cine de calidad. Pero lo cierto es que, por más que a uno no le guste la gala y lo que representa, no puede desconsiderarse su impacto social y su peso decisivo en las formas de pensar; en definitiva, los espacios ganados allí son un triunfo a todo nivel.
Ahora, Lee dijo una palabra que a muchos lleva a poner el grito en el cielo, al proponer imponer una “cuota” entre los votantes de la academia, asegurando así a los negros un lugar fijo en la toma de decisiones. Los argumentos en contra de las cuotas son los mismos de siempre: que por qué darle un “privilegio” a alguien solamente por su formación genética y no por méritos propios y todo ese rollo, y en respuesta a ese manido argumento también podría esbozarse otra pregunta: ¿por qué esa formación genética es la única razón para que la persona sea excluida sistemáticamente de todos los ámbitos? No se trata de dar privilegios, sino de solventar una ausencia que no va a solucionarse naturalmente por obra y gracia del “progreso”. Las cuotas son un mecanismo implementado para revertir un problema y un círculo vicioso de discriminación.
Es por esto último y por todo lo demás que conviene pensar dos veces antes de reac-cionar desacreditando las voces de los que no suelen tener voz, y las medidas que pudieran llegar a darles espacios a los que de otra manera no tendrían acceso.