A lo largo de esos encuentros, los mencionados y varios más cuentan cómo enfrentan su problema fuera de allí. La terapia en cuestión incluye el padrinazgo de algunos integrantes de cierta antigüedad que se mantienen a las órdenes de sus compañeros en caso de que éstos los necesiten y sientan necesidad de llamarlos y consultarlos. La historia sigue los pasos del cuarteto, pasos que involucran a un posible nuevo amor (Gwyneth Paltrow) para el personaje que compone Ruffalo, las complicaciones de Gad con una madre que no lo comprende (Carol Kane) y los altibajos de Robbins, al parecer ya un ex adicto, con su paciente mujer (Joely Richardson) y el hijo (Patrick Fugit), que vuelve al hogar y a una buena senda acerca de la cual el progenitor mantiene sus dudas.
Hasta por ahí, todo luce más o menos creíble, interesante y promisorio, en buena medida gracias a los buenos oficios de un elenco en el que apenas sobran los tics que Paltrow gusta desplegar para adornar lo que dice. Poco a poco, sin embargo, el desarrollo deja al descubierto que, adiciones aparte, no hay obstáculo que se les atraviese a unos y otros que las periódicas reuniones, el apoyo de los padrinos o la sinceridad latente en casi todos no consigan derribar. Es sabido que la vida puede ser más complicada de lo que luce para este grupo de seres humanos cuyas vidas obedecen los mandamientos de algún manual de psicología de segundo orden y sin casos como para figurar en letra chica. Las simplificaciones del guión que firman Matt Winston y Stuart Blumberg, realizador de la película, llevan entonces a las inevitables caídas en la facilidad y, en definitiva, la inverosimilitud. La naturalidad de Ruffalo, la simpatía de Gad y la gallarda entereza de Robbins se merecían una trama más convincente, un asunto que respetase más los detalles y los contrastes que hacen que cada individuo sea más difícil de definir que lo que dicen los libros.
Thanks for Sharing. Estados Unidos, 2013.