Qué difícil es utilizar el término fronteras cuando de música se trata y es porque, generalmente, sus límites no coinciden con aquellos geográficos y políticos. El tango es rioplatense: ese territorio difuso se nos escapa, es como agarrar agua de río con las manos. Hace décadas que la importación cultural, de arriba abajo y para los costados, tiene hasta sus propias autopistas. Sabemos dónde nació el rock y cuáles fueron sus oleadas, pero, a esta altura del partido, ¿a alguien se le ocurre acercarse a un amante del rock nacional de su país y decirle «oligarca vendepatria»? Porque, si vamos al fondo, hasta la práctica social de hacer música es algo que no nació por estas tierras.
Con el jazz pasan otras cosas. Hay un léxico y una sintaxis –usemos estos términos por ahora– mucho más definidos, un tipo de fraseo que lo identifica. Incluso a finales de los sesenta, cuando se empezó a fusionar con el rock, mantenía cierta base, aunque es más fácil señalarla por intuición que de forma objetiva. El jazz está en Uruguay hace años; en una de sus vetas se ha tratado de incorporarlo al candombe, desarrollando la línea del jazz fusión. Y hasta hace no mucho tiempo parecía que hacías eso o te volvías un reproductor de algo que no tenía que ver con tu contexto. Por suerte, desde hace un tiempo, un grupo de jóvenes viene trabajando en la búsqueda de una nueva identidad.
No son muchos los lugares en los que se los puede encontrar, pero siempre están ahí, intentando crear una escena viva. Digo viva porque tocan juntos muy seguido, comparten instancias de grabación, se encuentran en la búsqueda de un lenguaje propio en constante desarrollo. Hay algo que empieza a madurar, una conciencia de la historia y el presente del género que supone la duda continua sobre qué hacer aquí y ahora. Incluso han hecho festivales, como el Festival Nuevas Músicas, que tuvo su tercera edición en noviembre del año pasado (véase «Dos cuartetos y dos quintetos», Brecha).
Una de las figuras más presentes y reconocidas, tanto en esta escena como en la música uruguaya en general, es Juan Ibarra. Se trata de uno de los bateristas más interesantes de los últimos años, un músico con enorme compromiso. Ha sido el principal baterista de varios discos de sus compañeros, destacándose su hermandad con el contrabajista Antonino Restuccia, con quien conforma una base rítmica intensa con toda la fibra y crudeza uruguayas. Por 2017 lanzó su primer disco solista, Naumay, y allí la tradición del candombe se mete en una estética del jazz que recuerda a gente como Brad Mehldau, Brian Blade, Joshua Redman y Paul Motian.
En noviembre de 2021, en el Festival Nuevas Músicas, con el quinteto que integra junto con su hermano Martín Ibarra y Jeremías di Polito en guitarras, Andrés Pigatto en contrabajo y Juan Olivera en trompeta, presentó el nuevo material en el que estaba trabajando. En aquella ocasión, definió su música como «una charla entre [Eduardo] Mateo y Thom Yorke [líder de Radiohead] en un boliche, tomando caña mientras juegan un partido de ajedrez». El pasado miércoles 27 finalmente salió Arco, disco que reúne esas piezas.
Una clara influencia desde el principio del disco es el rock alternativo de los noventa, de bandas como Radiohead y Slint. A medida que escuchamos la base rítmica y los solos, va apareciendo el jazz: alguien podría decir que se trata de jazz con influencia de rock alternativo. Sin embargo, hay varias cosas que colocan a esta música en otro lugar. Tanto el ambiente como la armonía no están arreglados a la manera jazzera: parten del rock y terminan en rock. También es claro que se trata de un disco construido desde la guitarra, al punto de que los temas son siempre llevados por los arpegios y contrapuntos entre Jeremías y Martín. Pero, tal vez, lo más importante es que la banda trabaja como una unidad. Incluso cuando hay solos, en ningún momento el foco se dirige hacia un músico particular para que diga «¡acá estoy yo!». Los solos son bastante directos y cantables, pero nunca se alejan, ni siquiera en lo tímbrico, de lo que sucedía previamente. Juan comenta al respecto: «El enfoque es de canción, todos los temas están creados desde la guitarra, desde el silencio y la tranquilidad. Las partituras no tienen muchas indicaciones, solo la forma de la canción. Entonces, es en la interpretación y la expresividad que aparece el jazz. Como la idea principal era que fuera un vinilo, o sea 40 minutos, los solos pasan a ser parte de la canción, como secciones cerradas».
Es así que, por un lado, podríamos pensar en cada canción como un lugar que se habita por el tiempo que dura, porque por más que haya un desarrollo, este no parece tener ninguna dirección. Se trata de un tránsito entre paisajes, que evidencia una complejidad que no reside en las capas más superficiales y próximas al oyente. Por otro lado, Ibarra ha logrado una gran cohesión entre todos los temas, un arco que dirige la escucha de principio a fin. El disco es una unidad, como la banda misma; podríamos preguntarnos si cada canción es algo aislable o si se trata de un gran concepto desplegado en siete canciones, que podrían ser aún más. Dice Juan: «El orden del disco está pensado para que te vaya llevando. No es una recopilación de singles. Son 40 minutos, una duración aceptable como para sentarse en el sillón con los ojos cerrados y escucharlo de principio a fin. ¡Y es un vinilo! Me resulta muy poco serio poner un vinilo en la bandeja y hacer otra cosa mientras está sonando. No estás escuchando nada. Al compartir espacios con varios de mis alumnos, veo que escuchan poco, que no escuchan atentamente y se pierden de mucha información, se pierden muchos placeres de la escucha activa y profunda. Esto es un disco hecho para ser disco».
En su trabajo anterior, la influencia del candombe y las raíces uruguayas estaba ya en la superficie, podía escucharse de inmediato. En Arco, esas raíces no se encuentran a simple vista, no intentan exponerse de manera evidente para legitimar lo uruguayo. Hay una conciencia social e histórica que se basa en los gustos del compositor, y eso resulta muy genuino. Las raíces uruguayas se pueden escuchar en algunas métricas, en algunas formas de acentuar, incluso en la parte rítmica, pero siempre mezcladas con las influencias nombradas previamente, de forma tal que se crea algo nuevo. Las canciones sintetizan, condensan, todo aquello que mueve –y conmueve– a Ibarra en el presente. «No quiero que sea candombe de tambores, eso ya está en la calle, en la posta. Yo no quiero poner eso en mi música, quiero que aparezca otra cosa. En “Focus”, la llevada de viola es un repique; “Ka” es un milongón lentísimo, en “Indias” la parte de los solos es una llevada a lo Mateo, un candombe en 9/8. Obviamente no es candombe, es candombe beat, candombe fusión, o capaz ni siquiera está bien usar esa palabra. Es una llevada cien por ciento influenciada por la llevada rítmica del candombe, eso sí.»
Arco saldrá en vinilo a finales de agosto. Forma parte de la camada de discos uruguayos que viene editando el sello uruguayo Little Butterfly, y en este caso es el segundo de esta escena musical, siendo el primero Juntos ahora, de Nair Mirabrat, el proyecto liderado por Martín Ibarra, también editado en vinilo. Mientras tanto, podemos escucharlo en plataformas virtuales, pero habrá que esperar hasta la fecha para de verdad escucharlo como fue concebido, y, si somos fieles a Juan, sentados en un sillón con los ojos cerrados.