Esta película fue un impactante éxito en Italia, donde se alzó con dos premios David de Donatello, y además inspiró a Alex de la Iglesia, que se apresta a filmar su versión propia y en español. Las razones de tal acogida no son difíciles de comprender: Perfectos desconocidos trae un tema de eterna actualidad, como lo es el que se ocupa de los secretos entre las parejas y entre los amigos, tratado en clave de comedia negra que se irá deslizando hacia el drama, un formato bastante transitado y reconocible para amplios públicos.
La contemporaneidad de ese tema ina-
gotable reside en este caso en los celulares; la gente hiperconectada de hoy puede permitirse intimidades facilitadas, que no es que no estuvieran antes, pero resultaban bastante más trabajosas y demandaban más tiempo. De modo que la idea de tres parejas casadas más el amigo en apariencia solitario que se juntan para cenar en la casa de una de esas parejas –la constituida por Marco Giallini y Kasia Smutniak, cirujano y psicoterapeuta, respectivamente– y ponen los celulares de todos sobre la mesa y con la amplificación encendida, inevitablemente conducirá a una exposición pública de los trapitos sucios de cada quien. Así cada esposa descubrirá lo poco que sabía del esposo, y viceversa, y lo mismo corre para los cuatro hombres, amigos desde la infancia, entre sí: hurgar en un celular ajeno permite demostrar la premisa del título, que todos somos perfectos desconocidos para los otros, y esa cajita negra y vibrante puede ponerlo de manifiesto en cualquier momento a poco que se la libere, es decir, que se la comparta.
El asunto es bastante previsible, y el director Paolo Genovese –autor del guión junto a otros tres escribas– lo hace más previsible aun; por ejemplo: encuadra el encuentro en una noche de eclipse –tenía que ser: eclipse de las certezas, eclipse del amor–, confronta a esos machos italianos con el tema de la homosexualidad como si esto fuera, a estas alturas, algo muy novedoso, y a la psicoterapeuta, justo a ella, con la imposibilidad de entender a su hija adolescente, o expone el hartazgo de una de las mujeres frente a la convivencia con su suegra. Además, su puesta en escena tiene un aire televisivo, con planos cerrados y un nulo aprovechamiento de todo lo que no sea expresiones y gestos de los actores. Que, en una realización de neto corte teatral, son los que salvan lo salvable: tanto Valerio Mastandrea como el padre de familia (casi) adúltero, Edoardo Leo como el galán compulsivo pese a ser recién casado, Marco Giallini como el sereno mediador entre madre e hija y Giuseppe Battiston como el gordito que no armoniza del todo con el resto se encargan de animar con credibilidad a estos desamparados usuarios de la nueva tecnología y las viejas costumbres. Las mujeres destacan menos, sobre todo porque así lo decide el libreto, que apenas le acuerda a Alba Rohrwacher, en parte por su rol de ser la más nueva integrante del grupo y en parte por el estilo poco convencional de la actriz, intervenciones y matices que la destacan frente a las otras dos bellas integrantes del trío femenino, Kasia Smutniak y Anna Foglietta. Con un uso relativo del humor y estas presencias atractivas, la película ciertamente asegura su buena fortuna. Es lo que suele suceder con aquello que viene a demostrar lo que todos sabíamos hace tiempo.