Escribir con sentido del riesgo - Semanario Brecha

Escribir con sentido del riesgo

Las novelas del catalán Enrique Vila-Matas están dirigidas a lectores cómplices, inteligentes, heridos por la literatura y con sentido del humor. El fin de semana pasado el escritor pisó tierra uruguaya por primera vez y confesó que si escribir no le resulta difícil, muere de aburrimiento.

Vila Matas. Foto Difusión

No sólo piensa narrativamente sino que vive narrativamente en el complejo mundo de ficciones que ha creado, donde los límites entre autor y personaje, ficción y realidad se difuminan, y una tensión apasionante entre literatura y vida se pone a circular.

Hace algunos años, el catalán Enrique Vila-Matas (1948) escribió en su columna cultural de El País de Madrid que si alguna vez venía a Montevideo trataría de alojarse en el viejo hotel Cervantes, de ser posible en la famosa habitación del cuento de Cortázar. Gracias al Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (Filba),1 realizado simultáneamente en Montevideo y Santiago de Chile, el fin de semana pasado Vila-Matas pisó tierra uruguaya por primera vez. Durante el tiempo transcurrido, las ruinas del hotel mutaron a Esplendor y no dejaron rastros de puertas condenadas. Paseante acostumbrado, marchó a la Torre de los Panoramas. De Herrera y Reissig se había ocupado en otra columna periodística que menciona a Lautréamont, Quiroga, Idea, Onetti, Levrero y Felisberto, indicios de lecturas uruguayas que alimentaron su curiosidad por esta ciudad, por la que dijo sentir “una extraña añoranza, una rara saudade de ultramar”. En la antigua casa del vate modernista fotografió el cartel que prohíbe la entrada a los uruguayos y especuló, festivo, con extender la iluminada orden a los catalanes. Un vértigo fastidioso le impidió culminar la ascensión y el paseo se confundió con la nostalgia de lo no visto.

Los lectores de Vila-Matas colmaron el Centro Cultural de España. Entrevistado por Gabriel Lagos, sedujo a los admiradores de su obra por su inteligencia y su histrionismo. El escritor mexicano Sergio Pitol dijo una vez que Vila-Matas es “un dandy con gestos de Buster Keaton”. Y es la pura verdad. Esa noche, además, me pareció que algunas de las estrategias que su personaje público pone en escena se hermanaban raramente con ciertos rasgos de Leo Maslíah, quien le sucedería en el escenario: la timidez, la aparente fragilidad, un sutil desacomodo, la sabia oscilación entre sensatez, extravagancia y juego. Reunido con la prensa al día siguiente en Lalá Café, habló de cómo burla su timidez a través del humor.
Pocos, como Vila-Matas, representan una ruptura tan radical con los escritores del período franquista, por su cosmopolitismo y su libertad imaginativa, por haber renovado los horizontes de la novela y el modo en que leemos. No obstante, hasta el año 2000, “en un país como España, con miles de premios en gran parte amañados, era el único escritor que no había ganado ninguno”, responde a un periodista con cierto retintín. Más tarde las distinciones se agolparon. La última fue el Formentor de las Letras, que antes habían recibido, entre otros, Borges, Gombrowicz y Beckett, algunos de sus autores preferidos.
Interrogado, en estos tiempos de reivindicaciones independentistas, sobre por qué no escribe en catalán, respondió con elegancia que en lugar de refugiarse en la disculpa gastada de que Franco había prohibido su enseñanza en las escuelas, prefiere recordar a su madre, que habla siempre en catalán, cuando le dijo de niño que no se podía mentir. Desde entonces dice siempre la verdad en catalán y reserva el español a la ficción.

EL CANON FAMILIAR. En cualquier texto de Vila-Matas encontramos las páginas de un libro inagotable, siempre distinto y siempre cercano. En Historia abreviada de la literatura portátil se identifica con los “amantes de la escritura cuando esta se convierte en la experiencia más divertida y también la más radical”. En Bartleby y compañía con los creadores que renuncian a la literatura. En este registro admite encontrarse cerca de los cuentos sin terminar de Felisberto Hernández.

Con Bartleby y compañía y El mal de Montano se afilió al grupo de grandes autores que elaboran una estética innovadora, próxima al ensayo por lo que tiene de reflexión literaria y poseedora de la presencia intensa de la imaginación. En su literatura, además de las peripecias de la escritura, es central la vida y la obra de los escritores, por más que nunca deje de construir mundos extravagantes que niegan la tradición realista. (Dentro de ésta reconoce a Juan Marsé –“considerado realista”–, como “el mejor escritor español en narración”.)

Dice no saber por qué escribe sobre escritores, por qué los convierte en personajes. “Siempre me interesó conocer cómo resolvían los problemas de la escritura, cuando empecé a leer encontraba a los que me importaban en lo que leía, y un autor me remitía a otro. La gente que me lee dice que le pasa lo mismo y me agradece, sobre todo por Robert Walser.” Habla del canon que ha organizado desde la ficción “a la manera de Borges, que promovía a autores subvalorados”. En sus libros los escritores están aquejados por la enfermedad de la literatura. Todos integran una especie de familia que siempre viaja con él, “y no son tantos como parece, pero me dicen que esos pocos tienen en mis libros una segunda vida”. La oportunidad de vivir una vida diferente es otra idea central de toda su ficción.
Confirma que trabaja con citas “a modo de sintaxis literaria”, y aclara: “cuando no sé cómo seguir, tomo un libro e incluyo una frase al azar”. Por esta decisión, y porque ha confesado que en ocasiones las citas pueden ser apócrifas –como también algunas de las anécdotas que narra sobre los escritores– fue acusado de mentir. “Pero ¿cuándo he mentido?”, se encrespa falsamente y desmiente resuelto: “He mentido con todos, les he creado una vida diferente”.

Reconoce que, al citar, a veces se excede y tiene problemas. Como le gusta tanto ese ejercicio termina convencido de que las citas pertenecen a su obra. En Aire de Dylan, que homenajea al mundo del teatro y discute el posmodernismo, sumó a un verso de Shakespeare otro propio. Era un verso de Macbeth y la perpleja traductora inglesa le preguntó qué hacía con eso. Le dijo –“por humildad”– que quitara su verso, aunque de inmediato se dio cuenta de que lo que deseaba trasmitir se entendía menos. “Después que elijo una cita me gusta tanto que me parece mía. ¿Qué hacer? ¿No recurrir a citas? Puede ser”, concluye sin convicción. Y sigue por otro lado: “el narrador nunca soy yo, mis narraciones pueden surgir de mí pero no son yo. En realidad estoy tan enmascarado que a veces ya no sé quién soy. Pozuelo Yvancos dice que más que autoficción estas son figuraciones del yo. Estoy totalmente de acuerdo. No practico la autoficción, no pertenezco a los documentalistas sino a la semificción, una cosa es lo que cuento, otra lo que me ocurrió a mí. Cuando la verdadera Chus Martínez, una de las dos comisarias de Kassel, leyó el libro, le pregunté si creía que todo lo narrado era verdad. Y ella dijo que sí”.

EL PASEANTE CURIOSO. “Me fascina escribir los viajes antes de hacerlos y después vivir lo escrito, lograr que pase lo que escribí. El antecedente de Kassel no invita a la lógica fue la invitación de una editorial alemana para que diera una conferencia en lo alto de una montaña.” Ante tamaño despropósito se preguntó: “¿Emprendo ese viaje tan largo sólo para volver y contar los sucesos raros que me habrán acontecido? ¿Y si me quedo en casa y simplemente los imagino? ¿Acaso no confío en mi imaginación?”. En sus libros, el viaje suele ser el recorrido: un escritor viaja y escribe su desplazamiento, un viaje exterior que no es sino reflejo del interior. Por supuesto no fue a Alemania y a las 24 horas se puso a escribir El mal de Montano, porque “a la realidad hay que volverla interesante”, y para eso lo mejor “es ofrecerle una línea de acción literaria, le otorga más sentido y más interés”. Cuenta en ese libro las peripecias de una sociedad secreta de conjurados contra los enemigos de lo literario. Piglia ha dicho que la escritura tiene una ventaja sobre la vida, porque en la escritura se puede hacer borradores. Con respecto a Vila-Matas aconseja leer el conjunto de sus novelas “como una obra única en la que se narra –desde distintos ángulos– la historia imaginaria de la literatura contemporánea”.

APOSTILLA. Hincha del Barça desde la infancia, amigo de Pardeza y Pep Guardiola –con quienes dice ha intercambiado datos de fútbol y literatura–, reconoce estar ansioso por gritar los goles de Luis Suárez. En Internet puede leerse un relato suyo dedicado a Abdón Porte, emblemático jugador de Nacional de final trágico, que también inspiró a otros escritores. Tres versos de Idea Vilariño, cuya poesía confiesa leer cautivado, le sirven de acápite: “Fue un momento/ un momento/ en el centro del mundo”.

1 Véase entrevista a Pablo Braun, director del Filba, en Brecha 11-IX-14.

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