Mano dura. Castigo. Represión. La receta parece infalible, aunque no sea más que un talismán para ahuyentar incertidumbres. La receta, se sabe, se aplicó en todo tiempo y lugar ante un amplio espectro de aprensiones: desde los toqueteos erógenos del púber hasta la rebeldía chorra del pibe ídem.
Otra cosa es preguntarse si la mano dura tuvo, alguna vez, la menor utilidad. Depende cómo se mire. Sirve, claro, para exorcizar fantasmas. Muy poco para disuadir al masturbante, o a la inevitable caterva de viciosos y degenerados. En 1994 el juez estadounidense Harry Blackmun escribió: “Me siento moral e intelectualmente obligado a admitir que el experimento de la pena de muerte ha fracasado”. Dos décadas después, The New York Times (29 de diciembre) editorializa “La muerte lenta de la pena capit...
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