Escultor de la síntesis y la palabra - Semanario Brecha
Ricardo Pascale (1942-2024)

Escultor de la síntesis y la palabra

Del todo inesperada fue la muerte de Ricardo Pascale el pasado 26 de enero. Una descompensación coronaria sorprendió al artista en un período de intensa actividad.1 Se podría decir que interrumpió –mas no clausuró – el diálogo que este hombre multifacético sostenía con la academia, la política y la cultura. Porque este economista, docente y escultor fue –y aún es a través de su obra– un hacedor de puentes que unen ámbitos y actores sociales habitualmente distanciados.

↑ MNAV, Rafael Lejtreger

El contexto de apertura cultural en el que creció –batllismo mediante– fue propicio para esa transversalidad. Cuando tenía 11 años su madre reconoció su talento para el dibujo. Frecuentó a unas maestras que poseían un concepto pedagógico avanzado para la época: Elsa Carafí, Bell Clavelli, María Mercedes Antelo, María Celia Rovira; las mismas que apoyaron a los niños «prodigio» Jorge Carrozzino, José Gamarra y Mario Spallanzani. Pascale recordaba con especial afecto a Carafí, notable dibujante e ilustradora que impartía clases de expresión plástica infantil en la Biblioteca Schinca de La Unión: «Estaban muy encima de los alumnos. Empezamos con lápices, grafitos, crayolas, acuarelas, collage, hacían salidas a los museos. Para la época, era algo totalmente vanguardista. Allí empecé a pintar al óleo, siempre en un plano figurativo. No había nada conceptual. Fui alternando con la instrucción pública en el liceo José Enrique Rodó y después en el IAVA».2

Vivía en la calle Gonzalo Ramírez, cerca del conventillo Mediomundo de Cuareim, y le gustaba jugar al fútbol. Su padre era sastre de casi todos los grandes jugadores de Peñarol que hicieron la gesta del Maracaná: Juan Alberto Schiaffino, Obdulio Varela, Óscar Míguez. Un día, Coco Espósito, a la sazón director técnico de Peñarol, le dijo al padre que «ya era tiempo de fichar al botija». Tenía una gran confusión vocacional. Además del fútbol, sentía pasión por la medicina. Le gustaba la arquitectura y fue ayudante de arquitecto de su tío, y mantenía una constante práctica del dibujo. «A fines de los años cincuenta veo que el país empieza a estancarse, se viene la inflación […] el país en el que yo había nacido y crecido estaba cambiando. En el tiempo en que iba a entrar a la universidad, hacia 1961, se daban las lógicas pujas por la participación en el ingreso de los distintos actores sociales, la inflación se había instalado, en fin, se me despertó una vocación que no tenía, la de tratar de entender la economía. Hablé mucho con mi tío de todo esto… A esa altura ya hacía tiempo que a Coco Espósito le habían dicho mis viejos que “de ningún modo lo vas a fichar, él va a estudiar y nada más”.»3

Durante sus años universitarios continuó pintando y dibujando. Se graduó como contador público en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de la República en 1966. Desde 1969 fue catedrático de Finanzas al obtener el cargo por concurso de oposición y méritos. Viajó a Estados Unidos para especializarse y hacia 1976, en la Universidad de California, obtuvo el diploma de Estudios Posdoctorales en Finanzas.

En suma, Pascale desarrolló una carrera sólida como economista, se comprometió con la docencia y con cargos públicos –en los sesenta fue director del Departamento de Finanzas del Ministerio de Transporte y Obras Públicas– que implicaban una creciente responsabilidad en el diseño de políticas económicas. En el retorno a la democracia, en 1985, fue convocado para ocupar el cargo de presidente del Banco Central del Uruguay (BCU). No abandonó, sin embargo, la actividad artística: «En un determinado momento me decidí, era entonces presidente del BCU, debía salir a buscar un taller. No soy una persona que pueda estar muy concentrada en un organismo. Fue un gran honor y una gran alegría que hayan pensado en mí en momentos en los que entramos en democracia y lo llevo como uno de los grandes recuerdos de mi vida, pero la verdad es que no es lo mío. Había una gran frustración de la gente, el endeudamiento del país, cuatro bancos quebrados y otros más chicos que fueron cayendo. Se conformó un equipo de trabajo excepcional y vi al país con un gran sentido de prioridades nacionales. Además, siempre recibí el apoyo de todos los partidos políticos […] y si bien tuve que asumir una vez más la tarea, solo por un año, y fue estupendo e hice grandes amigos, llegó un momento en que no aguanté más».4

En 1989, se aceleró su formación artística de un modo vertiginoso. Entre los talleres particulares que ofrecían una enseñanza renovadora –Guillermo Fernández, Clever Lara, Nelson Ramos–, optó por el de mayor libertad. La enseñanza de Ramos fue sin duda orientadora, pero no dejó, como era natural en ese magisterio, huellas estéticas perceptibles. Estrictamente, Pascale no comenzó como escultor en madera, sino como armador de collages en relieve. Su conquista del volumen fue gradual: conforme se gana el espacio se depura la forma, se estiliza. La textura de las maderas nativas perduró algunos años, pero el impulso que las organiza dio lugar a una simbología que no encontró parecido en la tradición local. Formas totémicas, ruedas, espirales, caracoles, catenarias. Una poética de esencialismos orgánicos, una relación dialéctica entre la tierra y el cielo, la naturaleza y el artificio: «Las piezas remiten a procesos vivos, y hay momentos de apertura, de flujo y de energía que sugieren continuidad y cinetismo, como las ruedas y las espirales se abren. El crecimiento y un desarrollo vital están mentados visualmente».5 Desde aquellas grandes piezas que lo catapultaron al éxito y se diseminaron por las ciudades del mundo hasta hoy,6 el proceso creativo de Pascale avanzó sin pausa hacia la síntesis radical, y llegó hasta casi prescindir del objeto escultórico para trabajar con las líneas y el vacío como conceptos.

Cuesta creer que realizó su primera exposición individual en 1995, con 53 años de edad. Volvía a ser entonces presidente del BCU por un año. Fue cuando a instancias del crítico Abbondanza creó el Premio Figari, para reconocer en vida la trayectoria de los artistas uruguayos, y concretó la compra del edificio que albergaría las exposiciones del premio. Tres lustros más tarde, ese inmueble pasó a la órbita del Ministerio de Educación y Cultura para convertirse en la actual sede del Museo Figari.

Hay, salvando las distancias, más de una coincidencia entre los itinerarios artísticos e ideológicos de Figari y Pascale. Ambos eran hijos de inmigrantes italianos, ambos fueron militantes del Partido Colorado, practicaron de jóvenes su pasión por las artes a la par del desempeño de las funciones públicas… pero recién a una edad madura pudieron mostrarse. Y ambos se encargaron de romper fronteras entre disciplinas que comunmente son consideradas poco menos que antagónicas. Finalmente, al igual que el viejo Figari, Pascale asoma como un teórico sui géneris, capaz de elaborar un pensamiento propio en el cruce de territorios como el arte, la medicina, la arquitectura y la economía.7

  1. Hasta el 24 de marzo se puede visitar, en el Museo Nacional de Artes Visuales, su exposición Leibniz saltando a la cuerda.
  2. P. T. Rocca, «La irreversibilidad del tiempo. Entrevista con Ricardo Pascale», en revista Dossier, n.º 12, 2009.
  3. Ob. cit.
  4. Ob. cit.
  5. P. T. Rocca, entrevista para la curaduría de la exposición Ruido blanco, Alianza Francesa, 2007.
  6. La consagración se da con el envío uruguayo de su obra a la Bienal de Venecia (1999). Se pueden apreciar sus esculturas de gran tamaño en Montevideo, Punta del Este, Colonia, Fray Bentos, Lima, Chicago, Nueva York, Washington DC, Venecia, Dresde, Potsdam, Alejandría, entre otras ciudades.
  7. En este sentido, de su extensa ensayística, destaca La imagen en la búsqueda. Producción del conocimiento e interdisciplinaridad creativa, Ediciones de la Plaza, Montevideo, 2002.

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