Desde sus inicios en los escenarios under con las Bay Biscuit (un colectivo de mujeres que combinaba teatro y música) o en la organización, también durante los ochenta, de los Festivales de Teatro Malo, más tarde dirigiendo Europera V y Conferencia sobre nada, de John Cage, en el teatro Colón, o introduciendo la noción de curaduría en el teatro, a través de propuestas innovadoras como elProyecto Museosen el Centro Cultural Ricardo Rojas en los noventa o el revolucionario Proyecto Biodrama en el teatro Sarmiento a partir de los primeros dos mil, los diferentes mojones de la actividad de Vivi Tellas dan muestra de una artista en búsqueda permanente de nuevas formas de decir en escena. Tanto sus creaciones como sus proyectos curatoriales proponen un teatro situado y lúcido frente a las inquietudes de una época y de un lugar. La formulación de la noción de biodrama es, quizás, uno de sus hallazgos más ilustrativos, y es retomada y reutilizada por las nuevas generaciones. El rasgo distintivo del biodrama, cuyas raíces se remontan al teatro documental, es que la ficción teatral proviene de la historia real de las personas en escena, a través de la combinación de diversas técnicas que se sitúan en la frontera de la ficción y la realidad, como el archivo, la documentación, el testimonio o, incluso, el reenactment.
Luego de muchos años trabajando en escena con personas sin formación actoral profesional (su propia familia en Mi mamá y mi tía, en 2003; los profesores de filosofía Eduardo Osswald, Alfredo Tzveibel y Jaime Plager en Tres filósofos con bigotes, en 2004; dos rabinos neoyorkinos en Rabbi Rabino, en 2011; el personal del teatro General San Martín en 2014; dos migrantes senegaleses en Los amigos, un biodrama afro, en 2019, por mencionar algunos ejemplos), Tellas vuelve a dirigir un elenco profesional para el Complejo Teatral de Buenos Aires (CTBA). Se trata de una puesta en escena de Bodas de sangre, de Federico García Lorca, para la que convocó a un elenco con nombres como el de Cecilia Roth, Maruja Bustamante, Luciano Suardi, entre otros, y eligió una escenografía firmada por el artista Guillermo Kuitca (quien ya había trabajado con Tellas en una puesta en escena de otro clásico de Lorca, La casa de Bernarda Alba, en 2002). Sin embargo, la pandemia impidió su normal realización y tanto el montaje como el estreno previsto para 2020 quedaron suspendidos, a la espera de la reanudación de las actividades. Fue a partir de esta imposibilidad y frente a la invitación del teatro que la directora trabajó el drama lorquiano en clave de biodrama. Bajo la consigna de explorar qué hay de Lorca en la vida de cada uno, se escribieron textos nuevos que establecen conexiones entre la vida íntima del elenco y el universo del dramaturgo español, cuyo resultado se puede ver en la web del CTBA en el marco del ciclo Modos Híbridos, bajo el nombre Muy Bodas de sangre. De esta y otras estrategias de resistencia artística frente a la pandemia hablamos con Vivi Tellas.
—¿Por qué volver a Lorca y cómo volver en este contexto?
—Bodas de sangre es una obra que me gusta mucho. En primer lugar, Lorca siempre me fascinó y también me fascina él como autor, su asesinato, su vida. En segundo lugar, me dieron ganas de trabajar con Guillermo Kuitca, a quien admiro mucho, y de volver a un texto, de trabajar con actores y actrices. Así surgió la propuesta, que el CTBA aceptó. La obra iba a ser estrenada en 2020, pero pasó la pandemia. Al no poder hacerla en vivo, el teatro nos planteó hacer propuestas virtuales. Me puse a pensar qué podíamos hacer, algo que fuese al mismo tiempo un camino hacia dentro de la obra, que nos sirviera como grupo y como elenco para profundizar en la obra. Entonces usé la herramienta del biodrama para trabajar eso: le propuse al elenco una investigación en sus biografías personales y también en las de su familia para identificar dónde aparecen los temas lorquianos presentes en Bodas. El elenco lo aceptó y estuvimos todo el año pasado trabajando en eso por Zoom, nos juntamos a escribir, lo que fue, además, un refugio de la pandemia impresionante.
—¿Cómo es ese proceso de escritura?
—Primero, yo les pedí que buscaran esas historias en sus biografías. Después trabajé con el guionista y escritor Alejandro Quesada y reescribimos las historias. Luego sumé a la directora de cine Agustina Comedi (que hizo una película increíble, El silencio es un cuerpo que cae) e hicimos los videos con los textos, que se pueden ver en la web del teatro. No teníamos mucha producción para eso, teníamos el teatro y solamente fabricamos una puerta como escenografía. Así que priorizamos el trabajo del actor, cómo se prepara un actor, y es lindo cómo se ve eso en el resultado final. Además de los textos nuevos, cada actor y cada actriz eligieron un texto de Lorca que dialoga con el primero.
—¿El biodrama se utilizó como una herramienta para actualizar el texto de Lorca en función de la historia personal de los actores y actrices?
—Yo lo tomo como una preparación, porque ahora estamos trabajando en la posibilidad de hacer el texto de Lorca en vivo. Pero en cierta medida también es un producto en sí mismo, ya que tomamos muchas decisiones con cada persona del elenco en cuanto a objetos y al formato audiovisual de los monólogos. La herramienta del biodrama la usé para conectar la biografía con la historia que se cuenta en la obra. Porque, además, Lorca se inspiró en una noticia que leyó en el diario para escribir Bodas de sangre, él también se basó en un hecho real. Me resulta interesante esa conexión.
—¿Este trabajo previo a través del biodrama «contamina» la idea de puesta en escena? ¿De qué manera?
—Sí, claro, totalmente. No sé exactamente de qué manera. Lo que sí es clave es que este trabajo generó mucha intimidad y confianza en el grupo, que no hubiésemos conseguido de otra forma. Cada persona del elenco atravesó algo que lo conecta con la obra y eso, seguramente, se va a sentir. Pero hay elementos que no sé, porque si la hacemos en la sala Martín Coronado del teatro San Martín, como está previsto, vamos a tener que usar el protocolo, así que no sé, creo que más bien va a estar invadida por el protocolo. Hay que pensar bien cómo hacer para pensar de nuevo la puesta, incorporando estos dispositivos, sin que lo que se vea sea el protocolo. Además, está la reducción del aforo. Pero, bueno, hay que seguir haciendo, porque la idea de desaparecer, en todo caso acá en Latinoamérica, es una idea que asusta mucho.
—A partir de tu experiencia con Bodas de sangre (y las modificaciones que sufrió el proyecto a lo largo de este año de pandemia), pero también desde tu rol como directora del teatro Sarmiento, ¿cómo ves al teatro frente a esta situación sanitaria que parece prolongarse en el tiempo?
—Lo veo muy difícil, muy esforzado. Acá en Buenos Aires la comunidad teatral está haciendo muchos esfuerzos. Sostener esas salitas encantadoras que hay para hacer teatro es todo un desafío, porque no hay actividad desde hace tiempo. Yo lo veo muy complejo. Por mi parte, estoy muy concentrada en las clases, en mantener ese espacio, en experimentar en clase, tanto en mis talleres como en las clases que doy en la maestría de la Universidad Nacional de las Artes, y trato de impulsar desde ahí reflexión, pensamiento, proyectos. Ante no poder hacer teatro en vivo, es una alternativa que nos mantiene en actividad. Porque incluso las nuevas formas de teatro que plantean recorridos –yo tengo, por ejemplo, otro proyecto que se llama Teatro Encontrado, en el que hacemos caminatas buscando teatro en la ciudad– están también muy restringidas. No nos podemos acercar… es como una guerra. Pero, mientras, concentro mi energía en el taller: encontrarme con 20 alumnos, tres horas, ejercitar, reflexionar y pensar biodrama con ellos. Es mi antídoto y como un oasis para el grupo. Así que sí, estudiar, reflexionar, escribir y juntarse me parece fundamental también. Mantener la conexión, la red, como forma de resistencia.