“Dalton era fiel a sus ideas hasta decir basta, pero jamás se ofendía cuando alguien las ponía en duda. Albergaba una extraña mezcla de seguridad en sí mismo aligerada también por una gran distancia de sí mismo. Tomarse el trabajo muy en serio sin tomarse a uno mismo muy en serio constituye un don muy inusual que en él era abundante (…). Me enseñó mucho sobre la valentía y la elegancia. Y espero que este libro contribuya a que se recuerde a Dalton Trumbo como el auténtico héroe estadounidense que fue.” Éstas son algunas de las palabras con las que el casi centenario Kirk Douglas (nacido en 1916) evoca en su libro Yo soy Espartaco a Dalton Trumbo, autor del guión del famoso filme dirigido por Stanley Kubrick y en el que Douglas, además de primer actor, fue productor y principal mentor. Como es historia conocida, Trumbo, el más prolífico y mejor pagado guionista del momento, quedó en las listas negras de los apestados para la industria después de que ante el Comité de Actividades Antiamericanas del infausto senador McCarthy se negó –junto a otros siete guionistas, un productor y el director Edward Dmytryk, que serían desde entonces llamados “Los diez de Hollywood”– a declarar sobre sus propias creencias y actividades políticas y a delatar nombres de sospechosos de comunismo. Como siempre hay ansiosos de agradar al poder, un mes después de la comparecencia de Trumbo y sus colegas ante el comité se conoció la llamada “Declaración de Waldorf”, que afirmaba: “Los miembros de la Association of Motion Picture Producers deploramos la conducta de ‘Los Diez de Hollywood’, a quienes la Cámara de Representantes ha denunciado por desacato. En adelante, despediremos o suspenderemos de nuestra nómina sin compensación alguna a todos los comunistas y no volveremos a contratar a ninguno de los Diez hasta que sean absueltos o hayan purgado su desacato y declaren bajo juramento que no son comunistas”. Así se consolidaron las “listas negras”.
Como también es muy sabido, después de salir de la cárcel Dalton Trumbo siguió escribiendo guiones firmando con nombre falso. Como “Robert Rich” ganó el Oscar por los libretos de La princesa que quería vivir (William Wyler, 1953) y El niño y el toro (1957, Irving Rapper), premios que por supuesto no pudo presentarse a recibir. Un buen retrato de aquellos tiempos y sus circunstancias es El testaferro (1976), dirigida por Martin Ritt con guión de Walter Bernstein, dos profesionales que conocían de primera mano los dislates y las consecuencias del macarthismo. La década del 50 sería nefasta para izquierdistas, progresistas o simplemente liberales principistas en Hollywood, con casos de empobrecimiento, exclusión social absoluta, depresión y hasta suicidios.
En Yo soy Espartaco, que ya tiene su versión en castellano, Kirk Douglas cuenta su decisión de incluir el nombre de Trumbo en los créditos de la película y las reacciones que esto provocó en el ambiente del cine. Algunos reseñadores del libro mediatizan el supuesto coraje de tal gesto, puesto que, según señalan, ya finalizando la década el macarthismo había perdido su poder atemorizante y hasta el mismo Harry Truman había reclamado públicamente que se acabara con las listas negras. Pero aun estos escépticos declaran su entusiasmo ante el retrato que desde su avanzada edad hace Kirk Douglas de un tiempo y unos personajes que rondan el mito, y entre los que el mayor relieve le es acordado a Dalton Trumbo. Un tipo que escribía en una bañera, con la máquina de escribir sobre una tabla atravesada, con un cenicero a un lado y una botella de bourbon al otro, que hacía ejercicio caminando alrededor de una piscina mientras fumaba sin parar, “más personaje que la mayoría de los actores que he conocido”, y cuya prosa para los guiones “parecía poesía”