Desde la última exposición retrospectiva en el Museo Blanes, en 2014, no habíamos tenido contacto con la obra de Pilar González (Montevideo, 1955). La espera valió la pena. Esta artista, que posee una larga trayectoria como ilustradora, vestuarista, docente y gestora cultural, ha mantenido su habitual destreza técnica a la vez que profundiza en ciertas temáticas que redimensionan el carácter radical de su obra.
La exposición Placeres, sordideces, penurias1 recoge una serie de trabajos desde 2000 hasta el presente. Es decir, plantea un recorrido por distintas facetas de su creación en lo que va del siglo, enlazando una «circunstancia anímica» de dura asimilación. Porque a la luz –o a la sombra– de la pandemia de covid-19 su trabajo puede leerse como un recrudecimiento de la mirada escatológica. Los placeres, las sordideces y las penurias del cuerpo –toda su producción plástica y gráfica está centrada en la figura humana– parecen empujar a las mujeres y a los hombres hacia los excesos, al borde de sí mismos.
De la serie El olor del jengibre (2001), por ejemplo, resalta el tratamiento del esperpento, muy característico de su estilo –señalado por Mario Levrero como deriva goyesca–, pero con el aditivo de la voluptuosidad. Los cuerpos emanan una sensualidad grotesca, felliniana. Las figuras femeninas de grandes senos se contorsionan en la penumbra y en ese color rojizo con «aroma a jengibre» que impactó a la artista en un viaje por Oriente. Son obras potentes, inmersas en una atmósfera de mucho movimiento, con veladuras que consiguen difíciles entonaciones de color, oscilando entre registros cálidos y fríos.
En otro sector se presentan tintas y dibujos que sirvieron de ilustraciones a medios de prensa uruguayos entre 2000 y 2010, y que tienen un aire escenográfico. En estas tintas, monocromáticas en su mayoría –destaca Poemas de José Emilio Pacheco, de 2010–, se aprecia mejor la soltura del trazo y la fuerza de la composición. Una composición equilibrada pese a la aparente improvisación sugerida por el despliegue veloz de la mano alzada. La variedad de recursos técnicos empleados –como el color pleno, el borrón, la mancha, el achurado, la salpicadura– se presenta al servicio de obras muy expresivas, casi nunca estáticas y a menudo violentas, tanto en la temática como en la ejecución (Antropofagia de Alfred Jarry para El País Cultural, 2005).
Con su serie más reciente, Enemigos públicos (dibujos en carbonilla de considerables dimensiones), González parece esbozar una tipología de prontuario, rostros dignos se ser repudiados: ¿vecinos, políticos, matones? Hombres parecen ser, aunque no hay posible identificación ante la carencia de prendas o signos personales, solo cabezas que desbordan los márgenes del papel, como si de ninguna manera pudieran ser contenidas.
La serie de La tierra purpúrea continúa con una galería de personajes toscos, pero de rasgos redondeados y caricaturescos. Mención especial merece otro sector de su obra reciente en la que combina conceptos gráficos con manualidades textiles: Ellas son las poetas admiradas Idea, Marosa, Circe y Amanda, cuyos semblantes han sido esbozados con tinta, hilos, papel de seda y tul sobre bastidor de bordar. Contrasta el tratamiento bestial de Enemigos públicos con la morosidad de estos textiles, al imbricar las líneas bordadas y los hilos rojos como cabellos que se dejan caer en una dulce ceremonia. Por vez primera hay sosiego, calma. La poesía y los rostros de las mujeres son el último relicto. El descanso placentero después de tanta penuria y violencia.
1. Ministerio de Transporte y Obras Públicas, salas Carlos Federico Sáez, 1 y 2. Rincón 575.