Es un trovador a la vieja usanza, de aquellos que iban de aldea en aldea robando melodías y narrando historias populares. Un fino cronista provisto de guitarra y armónica, un incansable cuentacuentos, un cantante de protesta sensible y hondo. Muchas de sus canciones son fotogramas musicalizados de una infancia rural de siembra, cosecha y leche recién ordeñada, tiernas escenas algo tristes, de carros tirados por bueyes mansos, luz de atardecer y poco pan. Sus personajes son la gente común y corriente, campesinos pobres, prostitutas con aliento a trigal, boxeadores noqueados, bandidos rurales, mujeres de “manos duras como la tierra del corral” que traen miel del campo a la ciudad…, los débiles, los perdedores, los “nadie”. Directo y sin eufemismos, lleva además casi medio siglo dando testimonio de las luchas de su pueblo, peregrinando de Ushuaia a La Quiaca fue encontrando belleza en lo sencillo, denunciando la injusticia sin amaneramientos –“sobre lo cobarde toda la verdad”–, rescatando la emoción y la esperanza “con sólo ver una flor brotando entre las ruinas”. Dando sus “mensajes del alma, herida, pero bien clara” se transformó en un artista ineludible, creador de decenas de discos y de “Sólo le pido a Dios”, esa suerte de himno por la paz que ha sido traducida a todos los idiomas.
León Gieco nació hace 65 años en una chacra de la provincia de Santa Fe cercana a la localidad de Cañada Rosquín. Compró su primera guitarra a los 7 años, y desde ese día hasta hoy –porque “al tiempo no hay que darle la oportunidad de que pase en vano”– no paró hasta convertirse en un ícono de la música latinoamericana. Compartió escenario con artistas de todo el mundo, como Joan Baez, Bob Dylan, Sixto Palavecino, Sting, Peter Gabriel, Silvio Rodríguez, Joan Manuel Serrat, Pablo Milanés, Peteco Carabajal, Ivan Lins, Metallica, Pete Seeger, David Byrne, Mercedes Sosa, Charly García, Gustavo Santaolalla y Fito Páez entre otros tantos.
Su guitarra y su voz han militado en casi todas las causas populares de Latinoamérica y han dejado más que claro su compromiso con la defensa de los derechos humanos. Es por esa razón y por su innegable aporte a la cultura que Brecha decidió otorgarle este año el premio Memoria del Fuego. Previo a ese encuentro con los uruguayos en el teatro Solís, mañana 3 de diciembre, Gieco conversó desde Buenos Aires con este semanario. Lo que sigue es un resumen de esa charla telefónica.
—Después de una extensa y exitosa carrera como artista popular, ¿qué conservás de aquel muchacho del interior que viajó a Buenos Aires en busca de una oportunidad? ¿Todavía extrañás las cosechas y las siestas de verano?
—Lo que conservo en realidad son las canciones que compuse en aquella época. Algunos premios, unas fotos, pero fundamentalmente las canciones. Nunca creí que esas canciones fueran a tener tanta vigencia. Fueron una sorpresa. Pero mi idea era otra. Era venir a Buenos Aires, tratar de grabar una canción o un disco, ser medianamente conocido, juntar unos pesos –vengo de una familia pobre– y volverme a mi pueblo a poner un bar o una frutería. Yo trabajaba en los bares con mi papá, desde que tenía 10 años. En aquella época recibíamos una revista que traía las primeras cosas del rock local. En una edición había un reportaje a Mick Jagger, en los inicios de los Rolling Stones. Le preguntaban cuánto pensaba que iba a durar el éxito de la banda. Y él contestó que no más de dos o tres discos. Fijate qué equivocación, todavía siguen rocanroleando por el mundo. Pensando que Jagger decía eso, imaginate lo que podía pensar para mí. Nunca imaginé las cosas que me pasaron después, la historia que sucedió.
—¿Qué recordás de esos comienzos?
—Apenas llegué a la capital empecé a componer. No estaba previsto. Era una sorpresa que me guardaba la ciudad. Se ve que se produjo un choque. Yo nací en el campo, viví hasta los 6 años en el campo, con los pajaritos, mi viejo ordeñando, acompañando a mi viejo o a mi abuelo a arar y a cosechar. Pero el choque eléctrico que me produjo Buenos Aires me destapó una olla llena de canciones. Con ese mismo choque eléctrico entre el campo y la ciudad se formó el rock. Entre el folk, el jazz y un poco de electricidad. Así se creó el rock, algo que hoy tenemos muchos en la sangre… El rock no es sólo un ritmo, es una forma de vida.
Una de las primeras canciones que compuse, “En el país de la libertad” –junto con “Hombre de hierro”–, hoy la están enseñando en los colegios. Hoy voy a cualquier lugar y un pibito de 7 años me canta esa canción… eso es lo que conservo, me parece un tesoro total.
—¿Y cómo ha sido tu evolución desde el cantor de protesta recostado al rock de los primeros acordes a ser un referente de la música argentina?
—Cuando vine a los 18 años a Buenos Aires vivía en una especie de nube de pedos. No tenía en cuenta ninguna cuestión política. O por lo menos no era consciente. En mi pueblo cantaba con un grupo de folclore que se llamaba Los Nocheros, era solista y tenía un grupo de rock que se llamaba Los Moscos. Me movía en ese abanico, haciendo canciones de Los Chalchaleros y Los Fronterizos, grupos top del folclore argentino; como solista cantaba a Cafrune, a Mercedes Sosa, al Chango Nieto; y con Los Moscos tocábamos a los Beatles, a los Rollings Stones, a Jimi Hendrix, y lo más comercial que hacíamos para enganchar a más gente eran cosas de Creedence y de los Bee Gees. Ese era mi espectro. Cuando vengo a Buenos Aires me encuentro con un mundo politizado. Con una juventud politizada que yo no sabía que existía. Esos jóvenes apoyaban a Cámpora para que viniera el peronismo. Estábamos en dictadura, la de Alejandro Agustín Lanusse, un caballero dentro del militarismo, un gentleman en comparación con las bestias que vinieron después en el 76, pero era dictadura. Ya empezaban a pasar cosas, por ejemplo la matanza de Trelew. Todo eso me iba llegando de golpe, y compuse “Hombres de hierro”, mi primera canción, y tuvo mucha repercusión. La música estaba inspirada en “Blowin’ in the Wind”, de Dylan, y la letra se basaba en la historia de una revuelta popular que hubo en Mendoza. La dictadura había subido las tarifas de la luz, el agua, el teléfono un 300 por ciento, y la gente salió a la calle a protestar. Los militares reprimieron muchísimo, mataron a ocho mendocinos y reprimieron una marcha de maestras que manifestaban con los guardapolvos blancos… les tiraron un líquido rojo en los guardapolvos… todavía me acuerdo. La canción prendió mucho y a partir de entonces yo quedé señalizado como un pibe que cantaba canciones de protesta. Eso me marcó y empecé a tener conocimiento político y social de lo que pasaba en Argentina. “Hombres de hierro” fue mi primera canción, pero además fue la tapa de una olla de donde empezó a salir un montón de canciones más que hablaban de temas políticos. Además en ese momento se hizo el BA Rock (el festival Buenos Aires Rock), donde la juventud estaba esperanzada con que iba a venir el peronismo, que se iban a solucionar los problemas. Mi canción se volvió muy importante porque era política y no había muchos haciendo ese tipo de canciones. Quedé marcado a partir de ahí con ese estilo…
—Pero luego te transformaste en un ícono de la música de tu país, con trascendencia internacional…
—Eso lo hizo el tiempo. Seguí trabajando, seguí componiendo, seguí manifestándome en contra de las cosas de las que siempre estuvimos en contra… y a la gente a la larga no le queda otra que decir, “OK, este tipo no tiene vuelta” (risas). La canción tiene su importancia, pero el trabajo permanente también. Vos componés, actuás, estás acá, estás allá, tocás en un acto de solidaridad, hacés un trabajo como De Ushuaia a La Quiaca,2 que es un trabajo de recopilación de música nacional, o un proyecto como Mundo alas…3 y al final la gente termina por deducir que vos sos un tipo importante para la música. En eso me convertí. Sin tenerlo previsto.
—Hace algunos años dijiste que buscabas “entender el destino de los pueblos y el porqué de las injusticias”. ¿Qué encontraste en esa búsqueda y qué buscás ahora?
—Es la misma búsqueda de siempre. OK, el cambio no está, no vino. Es como lo que decía Galeano, el horizonte se ve ahí, y vos vas avanzando y el horizonte se corre. Como pasa con la utopía, y entonces ¿para qué sirve la utopía si siempre se corre más allá? Sirve para caminar. Esa es mi línea: caminar. Y no esperar nunca que venga el cambio… el cambio es la esperanza de que se produzca un cambio. Yo no lo voy a ver… Vine a Buenos Aires con 18 años, tengo 65 y no vi ningún cambio. Fijate el gobierno que tenemos ahora, que es un atraso total, qué quiere decir eso, que el cambio no se produjo. Pero no voy a resignarme. Porque la utopía que decía Galeano yo la tengo en mi alma, en mi corazón, en mi sangre… la llevo conmigo. Si trabajás para una humanidad mejor, no tenés que doblegarte ni tenés que resignarte. Tenés que seguir trabajando. Sábato decía que cuando era joven, en el terremoto de San Juan vio a una anciana con toda su casa destruida, que miró a su alrededor todo el desastre y agarró una escoba y empezó a barrer. Hizo lo que hacía todos los días. Esa dignidad es justamente la no resignación. No lo voy a ver al cambio, tampoco soy tan egoísta como para pensar que vale la pena trabajar sólo si vas a ver el cambio. No. Yo trabajo y soy buena gente, nada más. Mi trabajo se materializa en canciones y en discos. La utopía y la no resignación son las que me permiten seguir caminando, no está en mí resignarme.
—Diste tu apoyo a varias organizaciones que defienden los derechos humanos: Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, Juntos por Chiapas, venís a las marchas del silencio acá en Uruguay, ¿cómo se consolidó ese compromiso?
—La verdad que no sé. Es algo que viene de adentro. Sé que tengo que hacer algo para apoyar a esos movimientos de gente que lucha mucho. Entiendo la lucha de Madres, entiendo la lucha de Abuelas… Creo que viene de mi reacción contra las injusticias, y participo de todas esas luchas. La lucha tiene que ver con la esperanza. Y es cruel y es mucha, como dice el tango, pero tiene que ver con la esperanza, y me hace bien. Soy un agradecido de que me haya ido bien como artista y en mi vida como persona, y siento que mi lucha está ahí. Eso me inspira, me permite componer canciones, canciones que son problemáticas, que no son aceptadas por mucha gente, pero que están donde tienen que estar. Cada vez que hay una marcha por la democracia, por los derechos humanos, están mis canciones y mi voz. Si se necesita apoyo para esas causas estamos ahí y nos resulta un honor que nos convoquen. Así como es un honor que te prohíban o te quieran expulsar cuando hay dictadura. Si esos tipos te expulsan es porque estás haciendo las cosas bien.
—La esperanza también es una forma de vivir. Pero en ese camino uno pierde la inocencia. ¿Qué cosas se ganan y cuáles desaparecen cuando uno pierde la inocencia?
—Lo único que se pierde son años de vida. Lo ganás en amor, en amistades, en agradecimientos. Si estuviera sentado debajo de un árbol en medio del campo en vez de componiendo canciones, la vida me pasaría igual… Hay mucha recompensa. Tener la suerte de poder tocar frente a mucha gente que no sólo te paga sino que te aplaude, escuchame, ¿qué más le puedo pedir a la vida? Para mí es suficiente.
—Con respecto al tema político: hubo una especie de temporada de gobiernos progresistas en la región. Eso está en declive ahora en Brasil, en Argentina… ¿Cómo ves ese proceso que esperanzó a tanta gente?
—Sí, pasó en Brasil, pasó en Argentina, en Uruguay no tanto pero apunta hacia ahí. Es así. El péndulo. Pero nunca retrocede del todo, siempre avanzamos un poquito. Estos diez años de gobiernos progresistas fueron muy pocos como para producir un cambio. No se terminó con la corrupción, eso se debería haber terminado, pero creo que se consigue con mucho tiempo. Fue un corto período de gobiernos que quisieron dar ciertas pautas al pueblo y que fueron muy enfrentados. Igual hemos aprendido muchas cosas, y ahora que tenemos un gobierno de derecha, neoliberal, sabemos que el péndulo no vuelve atrás… Avanzamos un poco. La gente ahora saldrá a pelear a las calles para que haya un gobierno socialista o más sensible, más del pueblo. Esto que tenemos hoy en Argentina es parecido a lo que pasó en el 90. Le gente se la comió. La gente se come cualquiera… se comió la pobreza cero y la revolución de la felicidad, se comió lo que decía Macri. Agarrás cinco de los actuales actores de la política argentina, los ponés todos juntos en una foto y te juro que dan miedo. Si esto es la felicidad me vuelvo loco… te la encargo. Pero no podemos resignarnos, esto es así. Uno creyó que iba a cambiar… el hombre no aprende jamás. Cuando en los setenta los jóvenes le ponían flores en los caños a las ametralladoras de los militares yo dije: qué bueno, están arrepentidos de la guerra de Vietnam… ¿Pero qué pasó después? Vino Bush y mataron a un millón y medio de iraquíes. ¿Qué estará pensando Bruce Springsteen? Tocó para Obama y ahora se fue a quemar con la Hillary Clinton. Cuando le preguntaron por esa contradicción dijo que lo otro es mucho peor. Cuando ganó Obama fue a tocar Pete Seeger, que es como el último mohicano comunista que había en Estados Unidos, preocupado por todo el mal que le había hecho su país a Latinoamérica, el difusor internacional de “Guantanamera”, que juntó los versos de Martí con la música de Joselito Fernández. Y Obama –premio Nobel– también tuvo que mandar gente a la guerra. Vivimos en un mundo que está totalmente loco y endeble. Y así, endeble, viene Trump después de Obama y Macri después del kirchnerismo. Cuídense ahí en Uruguay, porque la derecha está trabajando como loca.
—Mañana cuando Brecha te entregue el premio también tendrá lugar un espectáculo de Fernando Cabrera y Edú Lombardo versionando canciones de Eduardo Mateo y Eduardo Darnauchans. ¿Qué referencias tenés de esos cuatro músicos y de la música uruguaya?
—Algo pasa en Uruguay que no se refiere sólo a la música. Llegar a Uruguay es como vernos a nosotros los argentinos hace 40 años atrás, pero bien. Es como regresar a las cosas buenas que teníamos hace 40 años. Eso produce una emoción muy grande y se refleja en la literatura, en la música, en el arte. Y en Uruguay hay un reservorio musical increíble. Mateo, Darnauchans, Pitufo, Cabrera, Rada, Fattoruso… son músicos increíbles. De un nivel total. Un nivel como para que el mundo los conozca. Desgraciadamente somos latinoamericanos y la energía siempre está puesta en recibir más que en dar. Cuando estuvo Paul McCartney en Uruguay yo estaba tocando con Agarrate Catalina, y les dije a los chicos, ¿por qué alguien no le alcanza un video de Los Shakers a Paul? Estoy seguro de que se sorprendería. Hugo Fattoruso podría haber tocado perfectamente con él y le hubiera enseñado muchas cosas. Hubiera sido un evento glorioso. McCartney es un dios para mucha gente, y Fattoruso es un dios para los que lo conocemos, pero debería ser un dios para todo el mundo. Yo toqué con David Byrne, cuando los Talking Heads eran un boom total, con Pete Seeger hicimos dos discos. Me sentía al lado de Bob Dylan, de hecho es el maestro de Dylan y de Joan Baez. También toqué con ella. Toqué con Bruce Springsteen, que saludó a Argentina con “Sólo le pido a Dios”, y otro día me llamó Bono para cantar en el estadio de La Plata. Eso quiere decir que los artistas nos toman en serio a los músicos de esta parte del mundo, el que no te toma en serio es el famoso mercado. La genialidad existe en todos lados. Y en Uruguay hay músicos geniales. Hugo Fattoruso es uno de los grandes tecladistas del mundo. Y Mateo es los Beatles de Uruguay.
—A Mateo la gente lo empezó a valorar después de que se murió…
—Igual que a Spinetta. Iba a tocar a cualquier lado y metía 100 personas. En el Coliseo iban 1.500. Después de que se murió le hacen homenajes por todos lados. Calles, escuelas, placas, todo el reconocimiento.
—Hay una frase del “Corto” Buscaglia –el autor de la letra de “Príncipe azul”, la canción de Mateo que vos grabaste–, que hablando de ese reconocimiento tardío que tuvo Mateo, dijo: “¡Qué espónsor la muerte!”…
—Tremendas palabras. Qué bueno. Se lo voy a afanar en cualquier momento.
- El premio Memoria del Fuego es un galardón que el semanario Brecha otorga a personalidades que se han destacado por su aporte cultural y en la defensa de los derechos humanos. Lo han recibido hasta ahora: Joan Manuel Serrat, Manuel Martínez Carril y Luisa Cuesta.
- De Ushuaia a La Quiaca fue un proyecto sin antecedentes en la historia de la música argentina: 450 conciertos recorriendo cada provincia de una punta a la otra del país y actuando junto a poetas, maestros, alumnos y músicos locales. Una recopilación de músicas y canciones que quedó, como un legado cultural, registrada en cuatro discos.
- Mundo alas es un documental basado en una gira musical realizada entre 2007 y 2008 por León Gieco junto a un grupo de jóvenes artistas con capacidades diferentes por toda Argentina. La película combina la música, el canto, la danza y la pintura, junto al relato de las historias de vida de los protagonistas.
El día que fue telonero de Dylan
—Te han mentado muchas veces como “el Dylan argentino”, su música y su estilo han influido notoriamente en tus primeras canciones, ¿qué pensás de la polémica que se armó alrededor del premio Nobel que acaban de darle?
—Creo que está muy bien. Dylan es un tipo muy especial. Es un tipo malo (risas). Parecido a Atahualpa Yupanqui y a Zitarrosa. Son malos, secos, hoscos, ex drogadictos o alcohólicos. Atormentados. Dylan es re complicado. Pero más allá de su carácter, tiene unas canciones increíbles y unos giros poéticos brutales. Su poesía es muy universal. Y me parece bien que le hayan dado el premio a un cantautor. La poesía y el canto están unidos desde siempre. Los antiguos trovadores iban tocando de pueblo en pueblo lo que había pasado en tierras cercanas, crónicas sobre lo que merecía ser contado. Son trasmisores de la cultura. Y Dylan es un grosso.
—Vos tocaste con él en Argentina.
—Yo le hice el soporte en el estadio de Vélez. Antes del concierto me llaman Gustavo Santaolalla y Charly y me dicen que quieren tocar conmigo como teloneros de Dylan. Armamos dos o tres canciones, “El fantasma del Canterville”, “Pensar en nada” y otra más, y fue un éxito total. Pero había una contradicción entre la onda que había en la gente y la que había detrás del escenario. Dylan les trasmite su onda a sus músicos y a su mánager. Y tenía una cara de orto que no se podía creer. Igual fui y le dije al mánager:
—Yo soy León Gieco, el soporte.
—Ah, ah –me dice el tipo.
—Voy a terminar tocando con el héroe local del rock, Charly García, y con un personaje que vive en Los Ángeles que se llama Gustavo Santaolalla, ganador de 25 Grammy y dos Oscar consecutivos, por Secreto en la montaña y Babel.
—Ajá –me dice.
—Nosotros queremos darle la mano a Bob, saludarlo –le explico.
Y el tipo me dice:
—Pero yo no le puedo decir esto a Bob.
—¿Por qué?
—Porque él me prohibió que le hable (risas).
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