Esquilo y la tortuga - Semanario Brecha

Esquilo y la tortuga

Sobre la mítica historia de Esquilo, y cómo la muerte lo alcanzaría al ser golpeado en la cabeza por una tortuga arrojada desde las alturas.

La parca

En la mayoría de los casos, la muerte como acontecimiento es un imprevisto, y uno muy desagradable. Incluso en sus formas mas ortodoxas y parcas (discúlpese la ironía), resulta un suceso impactante y definitivamente drástico, tanto para el que la sufre –si llega a ser consciente de ella– como para quien la presencia. Pero es mucho más sobrecogedora cuando se manifiesta de forma particular y curiosa y además trunca la vida de algún personaje célebre o reconocido.

Podemos recurrir al que quizá sea el caso más renombrado de este tipo: el del poeta y guerrero griego Esquilo. Parece que luego de enfrentar la muerte en reiteradas y nobles arremetidas contra el ejército persa, a manera de recompensa los dioses le enviaron mediante el oráculo de Delfos la advertencia de que su deceso sería inminente, y que éste sobrevendría al ser “aplastado por una casa”. Tomándoselo muy a pecho, y no advirtiendo las figuras retóricas a las que siempre echaban mano los dioses para trasmitir sus designios, el poeta se dispuso a retirarse de la ciudad para no estar bajo ninguna techumbre que se le pudiera venir encima. Pero esta resolución fue de todos modos poco satisfactoria, ya que la muerte lo alcanzaría al ser golpeado en la cabeza por una tortuga arrojada desde las alturas por una clase de buitre denominado “quebrantahuesos”, y que en este caso exhibió la cualidad implícita en su nombre gracias a la complicidad del quelonio.
Podríamos concluir que alguna deidad operó los hilos de esta catástrofe. No es la primera vez que estos dioses tan poco benevolentes y piadosos recurren a algún intermediario para desaparecer de entre los vivos a alguna persona que despierta su envidia o recelo. Sea como fuere, a Esquilo se le descolgó del cielo toda la fatalidad que la mala suerte puede juntar en un solo acto, y lo mandó en pase directo a engalanar en primera instancia el Hades; quizá luego, con el cambio de régimen, el limbo.

Su alma seguramente reposa en alguno de estos dos lugares, entre la ostentosa y vasta parafernalia que le ha montado la historia para elevarlo a prócer de las letras. Mientras tanto, su cuerpo sorprendido debe aún interrogarse, tratando de escudriñar por entre la tierra que lo abruma, cuál fue el acto que convocó tanta furia divina.

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