En Canelones hay variedad de localidades, como en todos los departamentos, algunas con más necesidades que otras. El lunes 18 de abril varios uruguayos y uruguayas estaban en sus casas por el feriado del desembarco de los treinta y tres orientales, que en realidad es el día 19. Parecía ser la oportunidad ideal para ver qué compran las personas en los almacenes de barrio en el departamento canario, teniendo en cuenta que la semana pasada se firmó el acuerdo entre el Centro de Almaceneros Minoristas, Baristas, Autoservicistas y Afines del Uruguay (Cambadu) y la Intendencia Departamental de Canelones (IDC) para la venta de alimentos fraccionados. Visto el aumento sostenido de los precios, tendrían que poder observarse consecuencias en las compras diarias. Yamandú Orsi, intendente de Canelones, explicó en rueda de prensa que la medida respondía a una necesidad tanto de los almaceneros como de los clientes.
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«Si no fraccionás, la realidad te pega en los ojos», contó Alfredo, luego de invitarnos a pasar a su comercio tras explicarle el motivo de la visita. Pero era de noche y antes tuvo que sacar el fierro doblado que funciona como tranca de la puerta de entrada. El aire no corría dentro del lugar y el silencio permanecía entre las góndolas medio vacías y desordenadas. Un pequeño ventilador de techo aportaba algo de aire al lugar, que resultaba sofocante. El primer cliente entró y a los segundos fue recibido con la siguiente frase: «¿Ya pensaste lo que vas a llevar?», y comentó en tono de chiste que el hombre de pelo blanco y entrado en años siempre se queda pensando qué va a comprar. Pero esta vez el cliente vino decidido y pidió 200 gramos de nuggets de pollo, que el almacenero guardó en una bolsa transparente antes de pesarlo en la balanza. No parecía cumplir con las normas de bromatología: no tenía guantes puestos y los rulos largos no estaban cubiertos por la típica cofia que se exige en estos casos. Además, el acuerdo firmado no contempla alimentos congelados. El cliente pagó su cena con billetes de 20 y 50 pesos, y se retiró del lugar, no sin antes esbozar un tímido «gracias». Con el tapabocas medio caído, el ceño fruncido y un poco de desconfianza, Alfredo explicó que «la cosa está jodida» y que la realidad es que muchos almaceneros venden racionado desde antes de que se efectuara el acuerdo entre Cambadu y la IDC. Al consultarle sobre el motivo de la medida tomada en el departamento, Daniel Fernández, presidente de Cambadu, dijo a Brecha que responde a que la venta de alimentos fraccionados se estaba haciendo en todo lados, pero está prohibida. Entonces, a los que encontraban haciendo estas ventas, los sancionaban. Esto ocurrió en Canelones, Montevideo y Tacuarembó, según explicó el gremialista. La prohibición responde a ordenanzas bromatológicas.
No pasó mucho rato más hasta que otro hombre golpeara la puerta para pasar y pidiera 1 litro de vino y un jugo en sobre. Mientras tanto, Alfredo explicaba que lo que más se vende fraccionado son legumbres, congelados y fideos, y reiteró varias veces que las marcas se cobran y que por eso los clientes muchas veces eligen llevar menos. Mientras pasaba el vino de un bidón de 5 litros a una botella de agua vacía, el cliente preguntó: «¿Cuánto salen las dos cosas?». A lo que Alfredo respondió: «Son 100 pesos. ¿Jugo de naranja común o naranja dulce?». El cliente optó por naranja dulce; parecía ser conocido por el dueño. El comerciante se dirigió a la góndola de los jugos y las bebidas, para luego seguir a la caja. La mesa del mostrador estaba desordenada y sobre ella había un cuaderno viejo en el que anotaba las cuentas que previamente hacía con una calculadora. Al lado de esta, había un cartel de cartón recortado y tenía escrito el horario con marcador negro: «Abierto de 8.00 a 14.00 y de 17.00 a 20.30 horas». El corte de horario es bastante común en los almacenes ubicados en barrios de Canelones. El cliente pagó y se fue. Alfredo cerró la puerta y se aseguró de que la tranca estuviera bien colocada. Pero no pasaron muchos minutos hasta que llegara la siguiente clienta, una mujer mayor con dificultades para caminar. Entró, se recostó en una de las góndolas y pidió disculpas por su lentitud, como si alguien se fuera a molestar por su andar. «Yo traje 300 pesos y me vine a endulzar», dijo, y comenzó una serie de preguntas sin dar mucho tiempo a su respuesta: «¿A cuánto está el salame? ¿Cuál es el pan más barato? ¿Cuánto salen las galletas?». Y comentó que sus nietas la habían querido acompañar, pero ella se negó por «lo peligroso de la noche». Se dirigió a la góndola de las galletas, que consistía en un estante medio torcido con wafles, galletas surtidas y galletas para celíacos. «Acá hay más baratas», sugirió Alfredo, y la invitó a ver otra sección mientras él cortaba el salame en condiciones poco higiénicas. La señora finalmente escogió un pan flauta, un poco más de 100 gramos de salame, un paquete de galletas y unos merengues sueltos. Cuando llegó a la caja, notó que no le iba a alcanzar el dinero y dijo: «¡Qué horrible! Bueno, yo mis deudas las pago, ahora le traigo lo que falta. Perdone, señor». Cuando la mujer se retiró del almacén, el dueño aseguró que suele vender alimentos fiados y que, como generalmente conoce a las personas porque vivieron cerca toda la vida, no les puede decir «no, hoy no comas».
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Mientras tanto, con rejas de por medio y luz tenue, Carlos –dueño de otro almacén– conversaba con un vecino de la zona. La entrada para recibir a los clientes consta de dos pallets de madera colocados en fila para alcanzar a ver al almacenero y a los productos que lo rodean de fondo. Se pueden apreciar algunos paquetes de alimentos abiertos: unos están por la mitad, otros tienen tan solo una cuarta parte. El desorden en una mesa que se encuentra en la mitad del local llama la atención: está llena de pan, galletas, una taza con restos de café, papeles… El almacenero explicó que la venta de alimentos fraccionados aumentó luego de la resolución entre la IDC y Cambadu. «Si les das fiado, se llevan todo», expresó con seriedad. «¡Está todo carísimo! No es solo que uno piensa “voy a comprar un poquito de carne a ver qué puedo comer”. Un quilo de harina está a 75 pesos. Un maple de huevos sale más de 300 pesos, cuando estaba a 120. ¡Estás loco! Los huevos no te los compran por la mitad porque no los pueden partir, pero en cualquier momento me pedían la clara separada de la yema. Gastás 800 pesos y no llevás nada más que una bolsita; es una cosa de locos. En cualquier momento vamos a terminar andando en carro de caballo», dijo con angustia.
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Fernández dijo al semanario que la comunicación fue clara y que todos los comerciantes de Canelones están al tanto de las medidas por la difusión que hubo. Pero, en la práctica, varios almaceneros canarios todavía no entienden muy bien qué alimentos se pueden fraccionar y si su local está habilitado para ello. Brecha conversó con almaceneros de Paso Carrasco, San José de Carrasco, Shangrilá norte y Solymar que aún no tienen certeza de cómo funciona el mecanismo. Lo mismo pasa con otra condición de este acuerdo: solo se pueden fraccionar alimentos no perecederos. Es decir que el aceite, los productos congelados, el azúcar industrial, lácteos, especias y miel no entran. Sin embargo, los comerciantes expresaron que venden aceite fraccionado, alimentos congelados y queso rallado. Las normas no se respetan porque los clientes tienen que consumir y los almaceneros vender. En un almacén de Paso Carrasco, una clienta llevó un paquete de queso rallado, una bebida, pan, una caja de salsa y un paquete de galletas. Al consultarle sobre la necesidad de hacer compras fraccionadas, dijo que esperaba no tener que llegar a eso y que en la zona están organizando ollas populares porque hay personas que «ni siquiera se pueden permitir la compra fraccionada de alimentos».
El pasado martes se logró el mismo acuerdo con la Intendencia de Montevideo para responder, justamente, a la necesidad de los consumidores. La diferencia entre Canelones y Montevideo es que en el primero se habilitaron almacenes y pequeños comercios de hasta 200 metros cuadrados, mientras que en la capital el tope es de 100 metros, dijo Fernández, y agregó que se va a pedir a los comerciantes que se comuniquen a través de una web para que se los autorice a vender los alimentos fraccionados. Si bien es una medida que se aplicará por 180 días, «se espera que se estabilice la inflación que hay en los productos de primera necesidad y se pueda volver a lo habitual», dijo, y concluyó que, «de lo contrario, se prorrogará».