Tras un accidente viene el estado de shock. Y ese estado, entre sueño y delirio, es el que trabaja Gabriel Peveroni en esta pieza, dirigida por María Dodera, que se reestrenó en la sala Vaz Ferreira. La ya reconocida dupla artística ha trabajado en varios proyectos, como los recordados Sarajevo esquina Montevideo (2003), Groenlandia (2005), Berlín (2007), Shangai (2011) y El gimnasio (2013), y ahora regresa con esta revisión del cuento El combate de la tapera, escrito por Eduardo Acevedo Díaz en 1892. ¿Qué puede interesarnos hoy de aquellos orientales que huían de la batalla del Catalán? El combate de la tapera es un relato breve en el que se narra la resistencia de un grupo de 15 hombres y dos mujeres, Cata y Ciriaca, combatientes orientales contra los portugueses que, tras la derrota, se refugian en una tapera. Extremadamente sangriento en sus detalles, cuenta de forma cruda las consecuencias del enfrentamiento armado. A partir de esas imágenes, que construyen un rico universo sensorial, Dodera construye sobre el escenario un cruce de caminos. Hay una ruta salpicada de sangre y un grupo de personajes que entrecruzan sus discursos y se desdoblan en varios roles.
Al entrar a la sala, una bruma envuelve al espectador mientras los sonidos de un teclado –tocado en vivo por Federico Deutsch– nos transportan a un universo onírico. Pronto la veta musical se multiplica con los versos del rapero Sáez ‘93, cuya introducción transmite la sensación de angustia y agobio de los personajes. En ese cruce los tiempos se alteran y los personajes parecen ser parte de aquella leyenda patriótica que narraba Acevedo Díaz buscando construir las bases de nuestra nacionalidad. Hay un déjà vu que se instala, una especie de agujero negro que los lleva a repetir estados entre saltos temporales y los ubican cerca de aberraciones más cercanas. Así, el conflicto que se desarrolla es el del humano contra el humano, en las batallas fundantes de la patria, en los quiebres de la democracia en tiempos de dictadura, en luchas contemporáneas fuera de fronteras. Un sueño que se tiñe de rojo y pronto pasa a ser una clara pesadilla –como el nombre de la pieza lo indica– que se repite hasta el infinito.
En esta fisura del presente, otra influencia literaria contiene a músicos y personajes. Los fantasmas de mi vida, del escritor británico y teórico cultural Mark Fisher, es un texto que reflexiona sobre la depresión –que el autor entendía como una pandemia de angustia mental que rige el presente y que se llevó tempranamente su vida– y sobre el concepto de hauntología, término acuñado por Jacques Derrida para referir a aquellos espectros del pasado que aún están en nuestro presente. Dodera materializa esa disyunción temporal creando una atmósfera en la que la memoria construye un presente impreciso, indefinido, lleno de puntos de fuga, al que las conductas del pasado vuelven con insistencia. Mediante la repetición y el pastiche, compone una temporalidad diferente a la que conocemos, llena de extrañeza.
El elenco, conformado por Adriana Ardoguein –quien compone con solvencia a una errática Cata y se destaca en su rol–, Romina Capezzuto, Gabriela Pintado, Adrián Prego, Franco Rilla y Nicolás Suárez, dibuja a este grupo de personajes espectrales que se desdoblan en combatientes criollos, guerrilleros o torturadores mientras transitan los errores del ayer que se repiten en un presente roto. En ese sentido, la poética de Sáez ‘93, en un estilo despojado y urbano que los acompaña en el interludio y en el cierre encarnando la muerte y la desdicha, resulta una elección artística interesante: se trata de un lenguaje que conecta al espectador con discursos creativos muy actuales. El accidente nos invita a pensar nuestro tiempo, ese futuro perdido –al decir de Fisher–, hijo de una pandemia que despertó varias bestias dormidas.