Hace 20 años nos reunimos en Casa de las Américas un grupo de intelectuales, mayoritariamente latinoamericanos, para conmemorar y homenajear las cuatro décadas del triunfo revolucionario. Yo acababa de leer El cuento de la isla desconocida, de José Saramago, en una edición especial de Alfaguara cuya recaudación estaría destinada a los damnificados por el huracán Mitch en Centroamérica –a donde también irían las brigadas médicas cubanas, para revitalizar el internacionalismo que el derrumbe del llamado socialismo en Europa del este había desechado–, y escribí una parábola del cuento. La imagen de una isla convertida en barco que navega por mares procelosos en busca de una isla me hacía pensar en Cuba. Una isla buscada y otra que buscaba, que eran de repente una sola: la utopía que se hallaba y se construía a sí misma. El cuento ofrecía todas las metáforas necesarias para la recreación: el destino buscado, el movimiento perenne, la vida de a bordo siempre azarosa, con espléndidos amaneceres y días de tormenta, con escasas provisiones y la vista fija en el horizonte. Vivir en alta mar es riesgoso, los días nunca son apacibles –cada generación de navegantes dejaba a una parte de sus integrantes en tierra firme–, pero estimulante; la vida humana necesita un sentido, y los pueblos un ideal. Pero los que renunciaban a la travesía, derecho indiscutido, sentían la imperiosa necesidad de descalificarla, como si su tranquilidad dependiera de ello. Tuve la suerte de leer mi parábola ante Fidel y ante el propio Saramago.
Veinte años después de aquel encuentro, todavía a bordo, soy conminado a escribir en ocasión del 60 aniversario de aquel suceso que transformó la vida de todos los cubanos. Basta con decir que tengo la misma edad que la revolución, a la que sólo me adelanto cuatro meses. Para responder al título de este artículo es preciso que acuda brevemente a su prehistoria. No hubo un solo camino de llegada a la revolución; cada uno representaba una tradición revolucionaria diferente (martiana, marxista, cristiana, nacionalista), pero un único hilo las enhebraba: la indignación ante la injerencia del imperialismo, es decir, ante la no consumación de la independencia nacional y la creciente injusticia social, asociada a la corrupción.
Cabe pues insistir en una obviedad: la unidad primaria de la revolución no fue ideológica, sino de índole moral. Ernesto Che Guevara insistiría en aclarar este punto: “En toda revolución se incorporan siempre elementos de muy distintas tendencias que, no obstante, coinciden en la acción y en los objetivos más inmediatos de ésta (…) pero (…) los hombres que llegan a La Habana después de dos años de ardorosa lucha en las sierras y los llanos de Oriente, en los llanos de Camagüey, y en las montañas, los llanos y ciudades de Las Villas, no son, ideológicamente, los mismos que llegaron a las playas de Las Coloradas, o que se incorporaron en el primer momento de la lucha”.
El cumplimiento de aquellos objetivos desató la ira imperialista y propició el rápido aprendizaje ideológico de los revolucionarios cubanos. El 16 de abril de 1961, en el entierro de las víctimas del ataque aéreo, y a pocas horas de la invasión mercenaria de Playa Girón, Fidel declaraba el carácter socialista de la revolución. “La revolución no se hizo socialista ese día (…) –diría ese mismo año–. El germen socialista de la revolución se encontraba ya en el movimiento del Moncada, cuyos propósitos, claramente expresados, inspiraron todas las primeras leyes de la revolución (…).” Y explicaría: “Dentro de un régimen social semicolonial y capitalista como aquel, no podía haber otro cambio revolucionario que el socialismo, una vez que se cumpliera la etapa de liberación nacional”. La conexión histórica que unía a Martí con Marx no habrá que buscarla en sus limitadas convergencias “teóricas”, sino en la práctica: el anticolonialismo moderno afecta los intereses capitalistas y sólo puede ser pleno si los combate; y el antineocolonialismo tendrá que confrontar al imperialismo. Julio Antonio Mella, el fundador en 1925 del primer partido comunista cubano, sería también el primero en reclamar el estudio del líder independentista.
El proceso de consolidación de la unidad ideológica revolucionaria abarcaría un período relativamente prolongado: de 1959 a 1965. En esos años los miembros del Directorio Revolucionario, del Partido Socialista Popular (comunista) y del Movimiento 26 de Julio, las tres fuerzas que habían contribuido a la revolución, se unificarían en una única organización política cuyo nombre definitivo fue (es) Partido Comunista de Cuba. La unidad no fue nunca la suma de ideologías. Se construyó sobre la base de la honestidad revolucionaria de sus miembros, y sobre el consenso que la propia confrontación ideológica propiciaba: hombres tan diversos como Blas Roca, Raúl Roa y Armando Hart, para citar sólo tres ejemplos, abrazarían una misma ideología revolucionaria, la del partido que nacía con el estandarte comunista y el liderazgo de Fidel.
El discurso contrarrevolucionario pretende hoy desintegrar esa unidad. Durante el liderazgo de Fidel ignoraba la existencia del país que laboriosamente se construía, y reducía el alcance de la revolución a su figura. Se proclamaba anticastrista y cifraba todas sus esperanzas en la desaparición física del líder. Hoy adopta nuevas formas. Necesita extirpar la ideología de la revolución, oponer, distanciar, ocultar sus emblemas: Marx y Lenin, de una parte, Martí y Fidel, de la otra. Intenta restaurar las diferencias originarias de los primeros combatientes. Es un discurso que emplea el lenguaje de la izquierda, que es el que el pueblo identifica como suyo. Critica a la revolución por supuestamente apartarse de la revolución, y a la vez la empuja a que se aparte. Pero cada decisión importante adoptada por el gobierno se discute en las calles, y cuenta con las opiniones del pueblo.
Sin embargo, cada una de las seis décadas revolucionarias ha tenido características propias. La isla se ha movido, ha construido y descubierto nuevas islas, no se ha detenido, a pesar del bloqueo económico, comercial y financiero, y de los errores y desvíos propios: alfabetizó a todos, elevó el nivel escolar promedio hasta el grado onceno y permitió que el 22,2 por ciento de sus trabajadores sean graduados universitarios (el 66 por ciento de ese total es del sexo femenino). Según afirmaba una nota del Ministerio de Salud Pública aparecida en el periódico Granma en 2015, de 3 mil en 1959, Cuba pasó a tener 85 mil médicos y el mejor indicador del mundo per cápita de estos profesionales: 7,7 cada mil habitantes, o lo que es lo mismo, un médico cada 130 personas. Como resultado, en 2017 se registró una tasa de mortalidad infantil de 4,0 cada mil nacidos vivos, la más baja de la historia. En Cuba no han desaparecido la prostitución, ni la corrupción, ni el burocratismo, pero no son fenómenos endémicos, ni forman parte del sistema, como en cualquier país latinoamericano. Los cubanos sabemos que si el capitalismo neocolonial regresa (no puede existir otro en América Latina), esos flagelos se harían crónicos.
Los impostores de la nueva fe –la del capitalismo, tenga el apellido que tenga– pretenden hoy desorientar al lector u oyente acusando a los revolucionarios de “protectores de la fe”. No defienden la crítica revolucionaria que tanto necesitamos, apuestan a, y estimulan, su contaminación con la crítica contrarrevolucionaria. Pretenden indiferenciarlas, amputarles el apellido, dejarnos sin referentes. El socialismo no es una fe; es a la vez el lugar y el camino hacia un lugar más justo, es el barco que busca, a medio construir, y también lo que el barco busca. Las herramientas de navegación son todo lo científicas que la época permite, pero se necesita de fe, de la fe martiana. “Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en ti”, le escribía Martí a su hijo, a la nueva generación. Existe, sí, una ideología de la revolución que se renueva, sin renunciar a su sentido anticapitalista y antimperialista.
* Ensayista y director de Cuba Socialista, la revista teórica y política del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.