Soy lo prohibido, el nuevo libro de José Arenas, es una mezcla de ensayo y autoficción en la que el autor se desnuda frente a sus lectores y rememora, entre otras cosas, su temprana relación con la sexualidad. Su memoria está plagada de aquellas cosas que quisiera olvidar, pero no puede hacerlo. Entonces, escribe.
Como si se tratara del Capricho de Goya llamado El sueño de la razón produce monstruos, Arenas afirma: «Esto que a muchos asombra son los murciélagos que me revolotean cuando estoy solo». Y es cierto: el texto se destaca precisamente por animarse a decir lo que otros escritores se callan. Las páginas se suceden una tras otra mientras Arenas va narrando su muy prematuro encuentro con su ser sexual. Tres años que parecen –y son– muy pocos, pero que le alcanzaron para tener conciencia de qué era aquello que sentía a tal punto de dejar de desearlo: «No recuerdo sueños eróticos en la niñez, quizá porque el erotismo estaba tan presente que no era necesario el anhelo».
Algún lector menos entrenado en este tipo de literatura puede, quizá, abandonar con espanto este libro apenas empiece. Hacen falta nada más que unas 25 páginas para que conozcamos a ese niño de pies a cabeza, con un excesivo y morboso detalle digno de una novela de Michel Houellebecq. Luego, un salto temporal: tiene 15 años y está mirando a su amigo mientras se baja la bermuda para bañarse. «Solo yo me atrevo a mirarlo, sintiendo que ya conozco todo». Sin embargo, esta primera parte del libro, titulada «Postales del sexo niño», es literariamente impecable. Arenas juega con el lenguaje para sacarle el mayor provecho y no tiene inconvenientes en hacerle frente a su crianza de casa letrada, en la que el uso de la lengua debía ser intachable. Para el autor, el encuentro con las «malas palabras» le permite ver la suciedad traslúcida de la literatura.
Ya en el comienzo, nos avisa: «Créanme. Pero no del todo». A medida que avanzamos nos encontramos con relatos que oscilan entre ficción y realidad, y no sabremos nunca a ciencia cierta qué tanto hay de invención en esta obra. Una abrumadora pérdida de la inocencia infantil se relata durante toda esa primera parte, pero rememorada con una conciencia de adulto. En varios de los pasajes podremos preguntarnos si hay realidad o no, aunque de algo no quedan dudas: Arenas expone su sexualidad con una confianza casi filial en las páginas de su obra. Esto sucede porque no es con nosotros con quienes dialoga: «A ellos les escribo. A los primeros amores que no fueron y no serán, a esos que me hicieron saber de lo prohibido, del deseo, ellos que me hicieron darme de bruces contra lo que no se debía».
La segunda y la tercera parte, «El cuerpo en guerra» y «En busca del deseo perdido», respectivamente, son un poco más ensayo que autoficción, aunque igualmente Arenas se base en experiencias personales para poner en jaque algunas problemáticas de la sociedad actual: Grindr, gymbros, nudes, pero también muerte, rechazo y venganza se desarrollan en breves relatos que exponen, una vez más, la identidad del autor. Se le podrá cuestionar, por ejemplo, que incurra paradójicamente en criticar la hegemonía corporal de la figura del gymbro cuando ha exigido lo contrario con los cuerpos «no hegemónicos» a lo largo de su obra. Entonces, ¿por qué tiene ese derecho? Él mismo acepta que no lo tiene, pero afirma: «En tanto que lo que ofrezco es una observación crítica de algo que es “lo mayoritario” y sumando que no estoy violentando su libertad de formarse según la imagen de su deseo, me permito hacerlo». Cuestionable o no, Arenas no teme hacer su crítica, y al menos reconoce sus contradicciones.
Pero, quizás, este no es un libro con el que cualquier lector pueda identificarse. De igual manera, es probable que Arenas no persiga ese objetivo. En su búsqueda, se abre con sus lectores y no tiene reparos en mostrar su intimidad sexuada desde los primeros años de vida. Soy lo prohibido es un cachetazo a las sensibilidades, una obra que puede ser «la pesadilla de un conservador ultracatólico y la fantasía de un pedófilo» al mismo tiempo. El aviso está hecho: leer a su propio riesgo.