El lunes pasado, luego de que el semanario Der Spiegel publicara que los servicios de seguridad tenían información acerca de posibles atentados, Pegida canceló su habitual marcha en Dresde, capital del estado federal de Sachsen. La noticia fue ratificada –antes de que el semanario estuviera en la calle– por el ministro del Interior, Thomas de Maizière, quien en un comunicado informó: “La situación es seria, hay razones para la preocupación y la prevención, pero no para el pánico y el alarmismo”. Más adelante señaló que las fuerzas de seguridad alemanas están utilizando todos los mecanismos para “proteger a la población de forma efectiva”. Haciendo referencia a los arrestos ocurridos en Wolfsburg y Berlín, donde la policía detuvo a un ciudadano alemán de origen tunecino y a dos turcos sospechosos de pertenecer al Estado Islámico y haber estado en Siria en los últimos meses para recibir entrenamiento, De Maizière aseguró que “la variedad de medidas ejecutivas tomadas en los últimos tiempos demuestra que Alemania es una democracia fuerte, que combate a sus enemigos con todos los medios a disposición del Estado de derecho”.
En su informe, Der Spiegel consigna que la seguridad en las estaciones de trenes de mayor concurrencia de todo el país ha sido reforzada ya que las informaciones que maneja la inteligencia local –brindada por distintos servicios secretos extranjeros– son coincidentes en que existe riesgo de que se lleven a cabo ataques en las centrales ferroviarias de Berlín y Dresde. Además, el semanario afirma que según los datos recibidos por los servicios secretos también existe la posibilidad de que las marchas de Pegida sean otros de los posibles objetivos de los atentados.
UN FEUDO. Desde mediados de octubre los “patriotas europeos” vienen realizando marchas semanales en Dresde. En un comienzo eran apenas un centenar, pero la concurrencia ha ido en aumento y de la última convocatoria –la del lunes 12 de enero– participaron unas 25 mil personas (véase también nota de Ana Trías, Brecha, 9-I-14). En un país donde las marchas masivas no son tan frecuentes, que esa cantidad de gente apoye reivindicaciones con tanto olor a nazismo reavivó el debate sobre la xenofobia y atrajo la atención de la prensa internacional.
Sin embargo, el movimiento que dice defender las raíces judeo-cristianas ante una supuesta islamización de Occidente, y que reclama endurecer las leyes migratorias para combatir la “industria del asilo”, no ha encontrado eco más allá de Dresde. En Leipzig, Munich, Hannover y otras localidades, las marchas organizadas en repudio a sus consignas xenófobas fueron abrumadoramente más concurridas, llegando alguna a congregar más de 100 mil personas. El rechazo a Pegida proviene de todos los puntos cardinales, lo que acota la simpatía por el grupo casi exclusivamente a la capital de Sajonia.
Un estudio de la Universidad Técnica de Dresde para conocer qué razones tienen quienes asisten a las movilizaciones de Pegida mostró que en su gran mayoría están vinculadas al descontento con los partidos políticos y no a las reivindicaciones xenófobas que esgrimen los organizadores. Mientras un 54 por ciento dice que el motivo de su participación es la “inconformidad con la política” (y en especial con la distancia que perciben entre los políticos y el pueblo), apenas un 15 por ciento lo hace por sus “reparos hacia los inmigrantes y asilados”. El estudio también revela que tres de cada cuatro concurrentes son hombres y que seis de cada diez no tiene adhesión a ningún partido político.
ANTI PEGIDA. La vaguedad y pobreza retórica de sus reivindicaciones, así como la reticencia de sus líderes a hablar con la prensa, a la que acusan de mentirosa, siembran una fuerte desconfianza. Desde hace semanas en los medios alemanes ganan espacio los análisis que intentan explicar por qué un movimiento xenófobo tiene tanto arraigo en una ciudad donde los extranjeros representan un 3 por ciento de la población y los musulmanes apenas el 0,4 por ciento, cifras muy por debajo de la media nacional. Consultada al respecto en su primera entrevista televisiva, Kathrin Oertel, vocera de Pegida, dijo: “En Alemania hay manifestaciones por la preservación de las selvas tropicales, aunque aquí no hay selva tropical”.
Mientras tanto, desde toda la sociedad alemana se alzan voces de repudio. Personalidades tan disímiles como el ex canciller Helmut Schmidt, la actriz Karoline Herfurth y el cantante Udo Lindenberg han expresado, con diferentes argumentos, su de-sagrado con las consignas xenófobas que tienen las marchas en Dresde. También la canciller Angela Merkel se mostró preocupada, y en su mensaje de fin de año aconsejó: “No sigan a quienes convocan estas marchas. Sus corazones albergan prejuicios, frialdad y odio”. Algo más pragmático fue el influyente ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, quien sostuvo que “Alemania necesita inmigrantes”. Y el ex futbolista y actual manager de la selección, Oliver Bierhoff, recordó: “Fuimos campeones del mundo con muchos jugadores de origen inmigrante”.
Si bien en las marchas convocadas por Pegida es común ver mezclados entre los concurrentes a simpatizantes del Partido Nacionaldemócrata Alemán (Npd), el fenómeno no tiene un anclaje político partidario. A diferencia de lo que sucede en otros países de la Unión Europea, donde partidos con una fuerte carga xenófoba, como el Frente Nacional (Francia), la Liga Norte (Italia), el Partido por la Libertad (Holanda) o el Ukip (Gran Bretaña), tienen eco en el sistema político, el rechazo al discurso de Pegida es unánime en el arco representado en el Bundestag (parlamento federal). Tanto los democratacristianos de la Cdu, sus socios en el Ejecutivo Federal, los socialdemócratas, así como los poscomunistas de Die Linke y los Verdes tienen un claro mensaje contrario. El Npd es el único partido alemán que tiene un discurso abiertamente xenófobo. Desde su fundación en 1964 esta formación nunca ha logrado ingresar en el Bundestag, y en las elecciones generales de 2013 apenas recogió el 1,5 por ciento de los votos.
TRAS PARÍS. Una semana después de los asesinatos en París, en una sesión especial del Bundestag en la que con un minuto de silencio se recordó a las 17 víctimas, Merkel, además de condenar los atentados, aseguró que los destinos de Alemania y Francia van de la mano y que “no habrá seguridad en Alemania si no la hay en Francia”. El gobierno, además de prometer más recursos para las fuerzas de seguridad, propone reforzar las herramientas para impedir la financiación de los grupos terroristas. A su vez la canciller pretende reformar las normativas sobre el almacenamiento de datos de comunicaciones individuales –medida que debe ser refrendada por el Tribunal Constitucional– y legislar para poder retirarles los documentos de identidad a los ciudadanos que pretendan viajar para combatir junto al Estado Islámico.
Pero lejos de escapar a la discusión sobre la presunta “islamización de Occidente”, Merkel dejó las cosas claras: “El cristianismo forma parte, sin dudas, de Alemania. El judaísmo forma parte, sin dudas, de Alemania. Esa es nuestra historia judeo-cristiana. Pero el islam también viene formando parte de Alemania”. Alemania es el país de la Unión Europea donde vive la mayor cantidad de musulmanes. La mayoría de los casi 5 millones de personas que profesan esa religión –un 5,8 por ciento de la población total– son de origen turco, y gran parte de ellas pertenecen a la segunda o tercera generación de familias de inmigrantes.