Fantasmas verdaderos - Semanario Brecha

Fantasmas verdaderos

La precisa fotografía, con abundancia de planos cercanos, el uso de la música –sólo la que los personajes escuchan–, el desenlace de fuerte impronta emocional, redondean en este film “45 años” una película inusual.

Una pareja de jubilados que habita en una casa cercana a un pueblo en la campiña inglesa se apresta a transitar la última semana antes de la celebración de sus 45 años de matrimonio. Casa confortable y envejecida como sus habitantes, Kate (Charlotte Rampling) y Geoff (Tom Courtenay), que no tienen hijos sino un pastor alemán y un puñado de amigos con los que eventualmente se encuentran. Pero se tienen a ellos mismos: la complicidad de sus diálogos, el cauteloso cuidado que ejerce la mujer sobre el hombre que tuvo problemas de salud, la serenidad con que pueden permanecer juntos y callados, dan cuenta de una relación largamente asentada, pulida por la vida en común, una vida de la que no se da casi ningún detalle, ya difuminada como las siluetas de las cosas y el paisaje en ese clima inglés siempre nublado. Y de pronto, Geoff recibe una carta en la que se le comunica que el deshielo ha dejado al descubierto, perfectamente conservado por la congelación, el cuerpo de Katya, una novia alemana que tuvo en su veintena antes de conocer a Kate, y que cayó por una grieta en los Alpes suizos ante los ojos de un guía “parecido a Jack Kerouac”, caída de la que a Geoff sólo le llegó un grito indescriptible. Mínimos detalles del pasado llegarán de a poco, como al pasar, revelando a los espectadores, pero sobre todo a Kate, cómo pueden permanecer ciertas sensaciones y sentimientos; por ejemplo, la descripción del guía, “repelente” para Geoff –que tampoco apreció nunca a Kerouac–, sugiere unos celos guardados cincuenta años, como varias otras cosas. Y pequeñas actitudes, cierta intranquilidad del hombre –que, por ejemplo, vuelve a fumar, o se niega a ir a una fiesta del lugar donde trabajó–, instalan en la atmósfera, y en la película, que hay algo que no sólo permanece, sino que perturba. La imagen de una mujer para siempre joven, como fue guardada en la memoria, mientras ellos dos envejecieron.

Andrew Haig –director de Weekend, película hace poco reestrenada en Italia a raíz del éxito de 45 años y que ha provocado una reacción de censura de la Iglesia Católica por su temática gay– desarrolla, a partir de un relato de David Constantine, un delicado ejercicio donde el “no pasa nada” se desliza, basándose en miradas, gestos, una mínima pero consistente acumulación de datos, hacia un “pasa mucho”, a nivel interior. Lograr que ese transcurso invisible llegue al espectador es una delicada proeza de este británico de poco más de 40 años que destila sabiamente los datos, logrando a su vez que los gestos y miradas les den, más que un significado, un puñado de ellos, una suerte de amplificación emocional que proyecta en los personajes temores y sentimientos que se intuyen. Los actores son fundamentales para un planteo así, y tanto Tom Courtenay como Charlotte Rampling –justamente premiados en la Berlinale por esta película– resultan impagables. Sobre todo ella, porque es la que está fuera de ese otro dúo amoroso de antes del comienzo de esos 45 años, y que por un accidente fortuito decidió recomponerse, aun fantasmagóricamente. Así Haig hace recaer el peso dramático sobre ese rostro hermoso y envejecido –Rampling es de las actrices que habiendo sido íconos de belleza dejó, a diferencia de la mayoría de sus pares, que sus rasgos exhiban el paso de los años– pero siempre portador de todo un temperamento. La precisa fotografía, con abundancia de planos cercanos, el uso de la música –sólo la que los personajes escuchan–, el desenlace de fuerte impronta emocional bajo el hechizo de “Hay humo en tus ojos” que se las arregla para sugerir una mezcla inmedible de pasado y presente, redondean una película inusual, donde la contención de los sentimientos logra, curiosamente, la mayor sensación de intensidad.

45 años. Reino Unido, 2015.

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