En este disco1 esa diferencia se achica. Él mismo vino diciendo que decidió postergar su “parte humorística y mordaz” porque sentía que “a veces la estaba usando como máscara para no mostrarme a mí mismo”. Le bajó un poco el protagonismo a ese aspecto, pero no lo abandonó. Lo que sí, una parte considerable de sus nuevos temas se encuadran mejor como “tecladista uruguayo que hace su propia música”, casi sinónimo de una fuerte influencia de Hugo Fattoruso. Entonces, hay bastante candombe (con sonido a Opa en “Tero fiero”, o a Rey Tambor en “Proeza”). Algunas letras tienen un aire medio “cualquier cosa”, como tantas de Hugo, dejando en claro el predominio (y la actitud del predominio) de la música, del swing, de la irreverencia ocurrente (véanse los títulos no-verbales como “Eieee” y “Lai laraila lala laa la”). “Calesita rusa” (única pieza instrumental del disco) es una marcha camión con backbeat, una modalidad inventada por Hugo en “Varios nombres” (aunque aquí sólo está el golpe en el cuarto tiempo, no en el segundo). Hay mucha armonía, gestos instrumentales y timbres de fusion jazz de los setenta.
Ahora, la actitud de Herman es de conciliación con ese costado, no de capitulación. Para empezar, la citada irreverencia de las letras se mimetiza con su humorismo, como cuando en el funkeado de “Instrucciones” sustituye los sustantivos de cada verso por breves gestos instrumentales, que pasan a ocupar el lugar de palabras, generando toda una criptografía abierta. En “Tero fiero” el humor trasciende la letra y está en el gesto musical exageradísimo del final, una especie de cadencia entrecortada con ritmo aditivo que posterga el cierre hasta el absurdo.
Hay desperdigados por el disco unos surcos de piano y voz que dan la sensación de un espectáculo como de nightclub, con la peculiaridad de que algunos de ellos no bastan para ambientar, porque son miniaturas: “El cazador de Slam” es una canción de menos de medio minuto, “Arrullo urbano” dura el doble (un minuto) y es como un aforismo poético sonoro, el piano y la voz sin letra proponiendo una idea musical vaga que flota sobre el ruido de tráfico tenue, que en este contexto se nos revela tan bello, tan querible (como lo comprende el título).
“Lai laraila lala laa la” es una mezcla curiosísima de pretensiones y falta de ellas. Es una grabación orquestal (unos enormes recursos prácticos), en la que participan nueve cantantes solistas además del propio Herman. Todo consiste en una melodía que, cuando es cantada, tiene por letra el tarareo del título, repetido una y otra vez. La melodía dura nomás dos compases, pero las muchas repeticiones tienen, cada una, una tímbrica diferenciada, una armonización diferenciada, distinto carácter (dado, entre otras cosas, por las interpretaciones de cada invitado), a veces algún contrapunto. El rango estilístico pasa por muchos lados (música para cine, música erudita), pero el principal fantasma que sobrevuela es Gil Evans.
Y hay canciones que son puramente emotivas y bonitas. Iba a decir “sencillas”, pero en realidad no lo son, sólo parecen sencillas, de ésas en que ningún comentario es más digno que “¡qué lindo!” (cualquier otro adjetivo suena a cháchara de crítico pedante). Me refiero a “Nubarrón” y “10 talibanes” (ésta con una letra surrealista), dos preciosos temas.
Herman toca muy bien, usa con gracia e inteligencia su voz deslucida, arregla con imaginación y ciencia, y sabe dirigir un equipo grande de instrumentistas y vocalistas de primera, que colaboran, junto a los técnicos, a que todo suene tan bien. Es un disco que vale la pena escuchar con atención: emotivo, interesante, divertido, vital.
1. Sálvense ustedes, Perro Andaluz/Los Años Luz, PA 6251-2, Uruguay/Argentina, 2015.