Pablo Tortoriello y Luisina Castelli (Argentina, Uruguay, 2021) nos invitan en Ante todo, buenas tardes a una conversación pausada y sincera, abierta y transfronteriza, alrededor de «la política, el feminismo y la rengura». Hay, en el propio dispositivo de escribir dialogando y dialogar escribiendo, una apuesta que debería ser considerada imprescindible en cualquier esfuerzo que se precie progresista y busque modos nuevos de superar este lugar de desconcierto político en el que se encuentra el mundo: abrirse a una conversación sin dogmas, en la que los enunciados interesen menos que una búsqueda honesta de la enunciación. Una conversación preparada para reconocer e iluminar las diferencias, abstenerse de los fanatismos o, como se dice aquí, «tirarse al agua a empaparse, con la potencia de una polifonía».
En el agua de un río que separa pero junta, que divide pero entrevera, la conversación se vuelve fascinante aunque tropiece cada tanto con los restos de alguna boya ideológica o de algún antiguo catamarán naufragado. Pero Tortoriello y Castelli no naufragan ni se enredan más que para seguir, después, navegando ese río lento y medroso como estuario, mientras intercambian flores de ceibo (el romanticismo litoraleño de la Banda Oriental) con fernet (el linaje argento, industrial y dividido). Ambos conocen la experiencia de la discapacidad de manera personal y cercana, y la tratan como hermana, como amiga.
Tanto visitar el machismo que vive dentro del colectivo Disca como entrevistar el rechazo de la diferencia funcional (y muchas otras) que habita en los movimientos feministas es un asunto que me parece tremendamente necesario para aflojar un poco el hilo de nuevos pensamientos libertarios. Lo peor que podemos hacer con el totalitarismo, cuando aparece entre nuestros amigos, es ser piadosos con él. O, como (se) dicen Castelli y Tortoriello en un pasaje, «lo peor que podés hacer con un rengo machista es no ubicarlo. Lo peor para un rengo es la compasión».
El diálogo transcurre alrededor de una procura estética, que se acompaña y refuerza claramente en las maravillosas ilustraciones de Tortoriello, pero también en los giros delicados y cuidadosos del tono con el que fluye la palabra de Castelli. Evitan, una y otra vez, la clausura, sin dejar de reconocer el valor de lo educativo en cualquier proceso de cambio que procura nuevas formas de convivencia: «Educarnos es una cuestión básica y necesaria de nuestro convivir. Educar tiene que ver con conocer más a quienes nos rodean y a sus realidades y así desarmar prejuicios. Aunque también es cierto que nos educamos en el prejuicio. Entonces, hay que des-re-educarse».
Por esa vía, el libro se acerca y transita los lugares más interesantes y quizás menos claros de su recorrido: las contradicciones políticas, los desencuentros ideológicos, las tensiones entre el cuerpo, la experiencia del deseo y las perspectivas de género. A Castelli le preocupa mantener a raya la moral y poder habitar el activismo a partir de un deseo militante. Esto, me parece a mí, es ir en una buena, excelente dirección, pues toda moral será, más temprano que tarde, conservadora, canceladora y resistente a las rebeldías.
Ante todo, buenas tardes tiene también el mérito de no ser un ensayo sobre las diversidades que atraviesan el real de nuestro tiempo, sino un texto que sale a buscar y explorar esos atravesamientos con creatividad y con sucesivas, empecinadas, fundamentales aperturas. Sin embargo, algo de la audacia que vi aparecer en algunos momentos del texto se apagó luego, o, al menos, siento que no se desplegó del todo, por lo que me dejó con ganas de más contenido o más profundidad en relación con el intercambio de ideas. Quizás la explicación se encuentre en la pregnancia que aún tienen ciertas etiquetas (feminismo, rengura, derechizquierda; la lista es larga) y que el libro no termina de abordar ni de cuestionarse. ¿Pero es posible escribir sin nombrar y nombrar sin etiquetar, de algún modo, la experiencia?
Quizás haya que pensar que sí es posible, por la vía de una pregunta que no intente responderse, sino que busque apenas dejar la tenue huella que deja cualquier procura humana cuando es sincera. Que nombre la experiencia del género y de la discapacidad como un susurro, evitando escamotear nuevamente la diferencia y la polifonía que anidan en cualquier experiencia humana, impedir la cancelación por accidente de la posibilidad de que algo de la verdad emerja y fluya, como una lisa en el estuario.
La experiencia humana suele llenarse de etiquetas (especialmente en territorios relativamente disidentes, como el de la discapacidad), tergiversándose y volviéndose opresiva para quienes la habitan. En ese punto, la escritura de Tortoriello y Castelli acude al arte, «como un ámbito de la pureza creativa […], [como] medio de interpelación de lo normativo, de expresión de ideas propias, y un espacio que muchas veces hace posible mostrarse frente a una audiencia o un público, con todo lo que mostrarse significa para corporalidades a las que se les ha enseñado a ocultarse y sentir vergüenza por su aspecto». Al fin y al cabo, nos dicen: «Toda creación proviene de un trayecto peculiar, sea este personal o colectivo. Tanto en el colectivo rengo como en el feminista hay demasiado purismo, y cuesta mezclar las ideas y hacer alianzas».
Este libro, que puede descargarse gratuitamente aquí,1 no es gratuito, porque abre un curso que recién se vislumbra y abona un camino necesario para que surjan nuevos encuentros entre quienes se desconocen (incluso a sí mismos y mismas), pero vienen a buscar el oro que se encuentra en nosotros y surge, a veces, en la gracia de una conversación.
1. Publicación digital, disponible en https://sujetos.uy/2021/09/23/ante-todo-buenas-tardes/.