En un pequeño apartamento del Barrio Chino de Nueva York confluyen músicos de todo tipo y color, artistas varios y cuanto bohemio ronde por la zona. Pero no se trata de un centro cultural, un taller o similar, sino del hogar en el que Leeward, el excéntrico protagonista, vive junto a su mujer Mary y su hija de 3 años. No es el entorno para criar a una niña, sostiene ella al llegar a un líving repleto de vagos y botellas, luego de una extenuante jornada de enfermería. Y ese será solamente el primero de una serie de reproches.
Como para romper con extendidos estereotipos, el protagonista es un judío absolutamente indiferente a las posesiones materiales, solidario sin mirar a quién, idealista y anticapitalista declarado; un músico reticente a prestar sus servicios para un yingle publicitario, convencido de que dando ese paso estaría traicionando su integridad artística. Y eso a pesar de que con sólo esa pieza podría duplicar el sueldo de su mujer. Para romper más con los prejuicios, la película1 se encargará de mostrar que, lejos de ser una oveja negra en su familia, el protagonista lleva arraigados estos principios por herencia: su abuela sería capaz de dar la vida con tal de que su nieto no sea contaminado por el universo de la publicidad.
Por si hiciera falta echar más leña al fuego, a ese apartamento en el que ya no cabe un alfiler cae Lilas, una chica de 19 años (interpretada por Lola Bessis, codirectora y coguionista), un espíritu vital, libre y naif, videoartista proveniente de París y que escapa de la sombra de su madre, una reconocida y venerada artista plástica. Leeward, sin la autorización de su mujer, permitirá que Lilas, una perfecta desconocida, duerma en el sofá. Notaremos que Lilas se enamora inmediatamente de Leeward.
Pero por fortuna esta producción francesa no toma el transitado camino del triángulo amoroso convencional, ni se mezcla en enredos complicados o tortuosos. Tampoco, como podría pensarse desde la sinopsis, se cae en el típico cine indie artificial. Con oficio, con una apariencia casual y realista y actuaciones que la acompañan con altura, con un humor que no apunta a la carcajada sino a esa risa interna propiciada por cierto ingenio sutil y, por sobre todo, con una sensación de autenticidad que anula las posibilidades de afectación, se esboza notablemente la dinámica de una pareja que parece haber llegado a un punto crítico. Mientras ella se desloma por sustentar a la familia, y tiene ambiciones mínimas, como salir del apartamento en el que se encuentran hacinados, él se mantiene en la postura de seguir siendo él mismo y no traicionar sus creencias. Así, se llega a un punto en el que es muy comprensible la visión de ambos miembros de la pareja, cada uno con su lógica y sus muy atendibles razones, pero arribados a un punto en el que no pareciera haber posible conciliación sin que alguno de los cónyuges acceda a cambiar radicalmente su forma de ser. De la misma manera, se plantea notablemente la tensión entre la supervivencia y los principios, conflicto que también se hace presente en la figura de Lilas, quien intenta escaparle infructuosamente al nepotismo instalado en el mundo de las galerías de arte.
Pequeña pero acertada, fresca e inteligente, con grandes dosis de encanto improvisado, una película diferente, a la que conviene dedicarle atención. .
1. Swim Little Fish Swim. Francia, 2013.