Algunos nos apuramos a verla en esa exhibición, sabiendo además que encontraríamos allí nuevamente a Kristin Scott Thomas, cuya contribución a la fuerza y hondura del primero de esos filmes es incuestionable. Sin embargo, el contraste entre la intensidad de una película y la fría formulación de la otra no pudo ser mayor.
El título indudablemente alude a esa etapa en la que se encara el comienzo de la vejez, pero todo lo que veremos en verdad no parece tener como destino ni reflejar esa situación ni reflexionar sobre ella. Cuando empieza la película, Paul, un neurocirujano sesentón (Daniel Auteil), debe responder a preguntas policiales por su posible participación en un crimen recientemente cometido. Luego empieza un flashback que es el desarrollo de todo lo que llevó al hombre a esa situación. Paul es un profesional rico y prestigioso que vive en provincias, está casado con Lucie (Scott Thomas) hace largos años, tienen un hijo y un nieto, reciben amigos en su hermosa villa en las afueras, rodeada de jardines a los que la mujer se dedica con paciente pasión mientras su esposo trabaja en lo suyo; hay un amigo especialmente cercano (Richard Berry) que funciona como el testigo eterno de la felicidad conyugal; todo está mostrado como un cuadro de congelada perfección, de refinamiento y buenas manera, como si sobrevolara un letrero que dijera: éste es el fruto del talento cuando tiene éxito. Luego comienzan a llegar ramos de rosas rojas sin remitente, Paul cree que quien los envía es una joven argelina (Leïla Bekhti), a quien encuentra en un bar y que dice haber sido operada por él, cosa que él no recuerda. La película empieza en ese punto a transitar una senda sinuosa donde hay ecos de esos filmes “de acoso” –tipo Atracción fatal–, otros donde parece querer aparecer la intención de una mirada desencantada al mundo aparentemente perfecto de la gran burguesía, o sobre las crisis de la madurez, algunos toques de suspenso. Ninguno de esos caminos se impone, pero sí se mezclan, aunque en vez de potenciarse mutuamente, diríase que se anulan. El invierno del título llega antes y congela a los personajes y sus situaciones. Antes del invierno es una película virtuosamente filmada, llena de bellas imágenes y de climas de austero refinamiento, pero la contención y la evidente búsqueda de una sutileza a prueba de balas abusa de los sobreentendidos –suponer que están pasando cosas muy hondas dentro de los protagonistas–, y así cualquier forma de intensidad se diluye. Quedan además sospechas o dudas por ahí sembradas, sin respuesta, y, lo que es fatal, dejando la sensación de que esas respuestas no importan nada porque total esas sospechas o dudas tampoco importaban ni agregaban nada. ¿Qué se salva? Los intérpretes; Auteil y Kristin Scott Thomas son de esos que pueden poblar la pantalla y enfrentar (casi) cualquier confusión de libreto. Y un pequeño detalle más. La canción que se escucha al final, un toque de delicada emoción rubricando un relato donde la emoción encontró la puerta cerrada.
1. Avant l’hiver. Francia/Luxemburgo, 2013.