Dos estrenos en los últimos días brindan provechosas oportunidades a gente que hace sus primeras armas –o casi– sobre un escenario. Temas tan dispares como un estudio de ciertas manifestaciones de la violencia en el ambiente estudiantil y una comedia musical en la que imperan las figuras femeninas, abren así puertas a elementos jóvenes prontos para demostrar sus aptitudes.
Bang bang, estás muerto (El Galpón, sala César Campodónico), del estadounidense William Mastrosimone, dirigida por Dante Alfonso, se apoya en el desempeño de tres chicas y tres muchachos que se desdoblan en varios papeles alrededor de Javier, un estudiante que, al sentirse desplazado, quizás ignorado, mata a media docena de personas en un entorno en el que nadie alcanza a entender cómo un “promisorio” integrante de la sociedad puede dar muerte a cualquiera que en ese momento resulte un obstáculo en su camino. La otra violencia, entonces, es la que Mastrosimone enfoca aquí, aquella que por causas más sutiles se desata en los sectores no apremiados por la miseria, donde asoman quienes no pueden integrarse a un sistema que impone reglas pero se halla lejos de prestar atención a las interrogantes que se plantean sus componentes, un punto que el dramaturgo debería explorar bastante más a fondo. La puesta de Alfonso, de todas maneras, consigue un desempeño tan dinámico como sincero de sus siete actores –Melisa Artucio, Nuria Fló, Andrés Guido (se lo puede ver asimismo en el elenco de En la laguna dorada), Santiago Lans, Pablo Musetti, Alejandro Berenstein y Cecilia Yáñez–, que se desplazan por el amplio espacio buscando identificarse con espectadores que, a su vez, forman parte de un sistema donde el castigo al delito parece siempre más importante que su prevención.
Mucha mujer (Todas somos una), de Pablo Rivero y Luis Trochón, con dirección de este último, a lo largo de una serie de canciones minuciosamente coreografiadas propone un vistazo al armado de una comedia musical cuya dirección, de manera imprevista, recae en una de las muchachas del elenco, todo un compromiso para el cual brinda las necesarias muestras de tener condiciones. La línea argumental, en realidad, más allá del ritmo que el director le impone a la puesta, resulta algo débil para un espectáculo que, entre intérpretes y músicos, agrupa casi a una treintena de personas en escena, de las cuales apenas si emergen un par de siluetas dramáticamente justificadas. La sucesión de canciones empero plantea temas que establecen climas creíbles que aquí y allá se encargan de enriquecer un desarrollo que incorpora la intervención de casi todo el mundo en los diferentes números. Vale entonces la pena apreciar la contribución de los coreógrafos Mariana Lloret y Gonzalo Bentancourt, los ines-perados toques del vestuario de Néstor Morán Giménez, la iluminación de Nicolás Ciganda, los arreglos musicales de Juan Steiner y, por cierto, el energético desempeño de todo un elenco en el que no pasan desapercibidas las aptitudes para el género que demuestran Valeria Ferreira, como la directora en cuestión, y Marcelo Rodríguez, el problemático protagonista del trabajo que se prepara. Detrás de toda la empresa se nota asimismo la mano experimentada de Trochón, pendiente de todos los detalles de una representación a lo largo de la cual los actores, además de bailar, transforman sus cuerpos en piezas significativas del mobiliario o escenografía de una meticulosa labor. Ideal para reabrir las puertas de la sala Comedia a todos los públicos. Es de esperar que sigan los títulos musicales por estos lares. Hay gente para hacerlos.