Una de corsarios en el Monte de Ombúes
Todo el entorno respira un aire mágico: la luminosidad de la laguna rasgada por el vuelo de las aves, las luces y sombras del bosque de ombúes, los troncos que no son gárgolas, el olor umbroso de los túneles de ramas, el arco iris de la contracorriente en el nacimiento del arroyo, el susurro del viento en los pajonales.
Naturaleza mágica. Pero adentro, en el casco de la estancia turística que una vez fue la fortificación de la Guardia del Monte, avanzada de la Fortaleza de Santa Teresa, contención precaria de las incursiones portuguesas, hay otra magia, más propia de alquimistas. En la cocina, allí donde se cuece el pan y se asan exquisiteces, domina el lugar un fogón de hierro fundido, alargado, inmenso, con varios hornos y múltiples hornallas, ...
Artículo para suscriptores
Hacé posible el periodismo en el que confiás.
Suscribiéndote a Brecha estás apoyando a un medio cooperativo, independiente y con compromiso social
Para continuar leyendo este artículo tenés que ser suscriptor de Brecha.
¿Ya sos suscriptor? Logueate