Resulta difícil pensar en la producción artística latinoamericana de los últimos 50 años sin la presencia de Juan Carlos Romero (Avellaneda, 1931-Buenos Aires, capital, 2017). Hombre expansivo, provocador, fraguado en el crisol cultural de los revulsivos años sesenta; aunque había comenzado desde muy joven en el mundo del arte, en 1956, cuando aún era técnico telefónico. En la Escuela Superior de Bellas Artes de la ciudad de La Plata estudió grabado, y luego de egresar ejercería allí la docencia en las cátedras de Grabado y Teoría del Arte hasta 1975. Fueron precisamente las técnicas reproductivas, aquellas que le proporcionaron la “imagen supermultiplicada”, como le gustaba decir, no sólo un medio de repetir piezas originales sino una forma de pensar el arte, de llevarlo a lugares donde la razón política de su reproductibilidad tuviera un impacto mayor. En 1968 Romero utiliza letras caladas para producir esténciles con efectos cinéticos y comienza a vislumbrar el alcance de las grafías, de las letras y de las palabras tanto en sus dimensiones visuales abstractas, rítmicas, como en sus potencialidades discursivas, para captar la atención y la participación del espectador. A principios de los años setenta funda junto con Horacio Beccaría, César Ariel Fioravanti, Julio Muñeza, Marcos Paley y Ricardo Tau el influyente colectivo Arte Gráfico-Grupo Buenos Aires, que mixturaba las artes gráficas tradicionales con la pura experimentación, en el intento de llevar el arte a la calle. Esta tendencia será una constante que lo conducirá a incursionar en las intervenciones urbanas, el arte correo y el arte con fotocopias, siempre con un ímpetu político y borderline. De hecho, como práctica multiplicadora, Romero fundó y participó de muchos grupos: entre 1971 y 1975 el Grupo de los Trece, entre 1986 y 1988 el Grupo Gráfica Experimental (con Rodolfo Agüero, Hilda Paz, Mabel Rubli y Susana Rodríguez), en 1989 el grupo Escombros (con D’Alessandro, David Edward, Luis Pazos y Héctor Puppo), y finalmente, en 1996, conforma el grupo Cuatro para 2000 (con Agüero, Paz y Volco). Esta suerte de amplificación grupal estaba en consonancia con las estrategias de promoción institucional, pues, a partir de la creación del Centro de Arte y Comunicación (Cayc), de Jorge Glusberg, y del famoso proyecto de este centro denominado Arte de Sistemas, casi todos estos grupos poseían una dinámica de artistas invitados como parte de la operativa normal de funcionamiento. Con Arte de Sistemas, una suerte de parteaguas en el campo artístico argentino, no sólo se aborda la encrucijada entre el arte y la tecnología (irrupción de la cibernética), sino que se propone un nuevo arte regional. Ni el exilio en Honduras (1977-1978) ni los cuestionamientos a sus polémicas obras como “El placer y la nada” (1978) o el libro Cinco poesías pobres (1995) impidieron a Romero esa lógica expansiva y de contenido político de su obra, más bien la impulsaron. Con Hilda Paz dirigió la revista de poesía visual La Tzara, y con Fernando García Delgado desde 1997 hasta su fallecimiento la revista de gráfica experimental Vortex. Hace apenas unos años, en 2011, pues no dejó de estar activo, publicó un libro de artista titulado Romero, al cuidado de él, Ana Longoni y Fernando Davis. En 1999 obtuvo el prestigioso premio Joan Brossa de poesía visual, en España, pero más allá de los reconocimientos institucionales, fue su obra, fuertemente imbricada en los nuevos conceptualismos, la que le dio una reputación en toda América, a la par de otros colegas, como el uruguayo Clemente Padín o su coterráneo Edgardo Vigo. Su nombre quedará por siempre asociado a los nuevos territorios del arte, a la búsqueda de una grafía que es propia y colectiva a la vez, una forma de hacer que cuestiona el statu quo de la obra de arte y que se reparte entre todos, como el pan.