El autoproclamado presidente Juan Guaidó vuelve a Venezuela en un nuevo intento de derrocar a Maduro. Después de fracasar el 23 de febrero en su tentativa de ingresar ayuda humanitaria y provocar un incidente en la frontera venezolana que forzara una intervención fast track, ahora debe capitanear una agenda interna de movilizaciones para volver a producir un efecto de confianza sobre la salida de Maduro, que ya demostró no ser tan inminente como se pensó en los primeros días de la rebelión de Guaidó.
Para hacer efectivo un trabajo político interno debe atenuar la imagen derechista y radical que tiene su partido, Voluntad Popular, e ir a conquistar las bases populares que no confían en él, ni lo reconocen, pero son imprescindibles para desestabilizar a Maduro, esto incluye al resto de partidos opositores con los cuales el partido suele tener fuertes encontronazos cuando pretende imponer acciones abruptas como la de “la salida” en 2014. E incluye también convencer al chavismo, tanto el que sostiene a Maduro como el que se encuentra descontento. Forzar una pelea con el chavismo generaría ingobernabilidad de un hipotético nuevo gobierno. Se requieren todos estos actores armonizados para lograr tumbar a Maduro en un tiempo perentorio. Los conflictos internos desde la guerra civil hasta un evento electoral lucen lejanos con la actual correlación de fuerzas al interior del país. Es decir, puede haber muchas cartas, pero sólo una puede derrumbar a Maduro en el corto plazo: la invasión militar de Estados Unidos.
Al no conseguirlo con los acontecimientos de Tienditas (puente fronterizo con Colombia), en el que cientos de jóvenes intentaron el sábado 23 de febrero irrumpir sin éxito en Venezuela con dos o tres camiones, que según la oposición traían ayuda humanitaria y según el gobierno materiales para armar mercenarios en el país, ahora Guaidó necesita involucrar actores internos y a ello ha regresado. Desde que pisó tierra venezolana por el aeropuerto de Maiquetía (después de que tuviera prohibición de salida del país) Guaidó viene concentrado en un discurso hacia la política interna, a diferencia de la semana anterior, en que toda la estrategia se concentraba en la salida internacional. Esta última parece estancada, puesto que es reconocido por muchos países de peso, pero no tanto como para que países vecinos a Venezuela se embarquen en una contienda que puede terminar en una guerra general y geopolítica e ingresando fuerzas de países lejanos. En los disturbios fronterizos los ejércitos de Brasil y Colombia prefirieron mantenerse muy lejos de la contienda mediática, sobre todo su vocería. No parecen estar ganados para una guerra.
Cuando Guaidó salió a Colombia el 23 de febrero,
destacaba la repetitiva frase de “todas las cartas sobre la mesa”, para
hacer referencia a la carta de la intervención a la que alude Trump de vez en
cuando sobre Venezuela.
Había un concierto de artistas internacionales para procurar “ayuda
humanitaria” y el cambio de gobierno sería impulsado por Washington y el Grupo
de Lima. A su regreso el 4 de marzo la intervención militar no luce tan clara,
el concierto se disolvió sin precisar sus logros y la ayuda humanitaria no pasó
a Venezuela, a pesar de su amenaza de “sí o sí” para calentar al máximo la
fecha del 23 de febrero, día en el que se vencían los 30 días que dicta la
Constitución a los presidentes transitorios para llamar a elecciones. Terminada
la gira de Guaidó por varios países de la región, América Latina parece no
encontrarse del todo preparada para coadyuvar en una intervención militar sobre
Venezuela. Estados Unidos, por su parte, aún no ha mostrado los colmillos tanto
como parecía estar dispuesto. Así que, limitado el poder de sus aliados
internacionales para cambiar el gobierno, Guaidó volvió con los discursos de
movilización interna y tiene que convencer al mundo de que puede conducir un
movimiento insurreccional lo suficientemente contundente para elevar la presión
hasta obligar a Maduro a negociar debilitado.
Para lograr esto deberá trabajar fuertemente en dos direcciones: mantener unida a la oposición que viene de estar meses dispersa, hasta su autojuramentación, y lograr la articulación con sectores populares que desconfían del sector político de donde proviene el dirigente.
VOLUNTAD POPULAR. La fuerza donde milita Guaidó es un partido de derecha dirigido por Leopoldo López, quien pertenece a una de las familias de mayor poder económico del país. Ha acompañado las acciones más extremas de la oposición, desde el golpe de 2002 hasta las guarimbas (actos violentos de calle) de 2014 y 2017. Voluntad Popular es muy cercano al ex presidente colombiano Álvaro Uribe y los “halcones republicanos”, mientras que Leopoldo parece ser el candidato del Departamento de Estado. Según su perspectiva política puede ser comparado con Bolsonaro o Vox de España, pero no tanto por su retórica antizquierdista, que sabe disimular muy bien, sino por su accionar violento en el desconocimiento de las decisiones electorales de la mayoría. Por ahora, tanto Leopoldo como su partido se encuentran inhabilitados.
Voluntad Popular fue el principal convocante de “la salida” en 2014, un estallido violento que se efectuó pocos meses después de las presidenciales de 2013 que ganó Maduro y antes de las legislativas de 2015 que arrasó la oposición. A partir de ahí, ha llamado a la abstención electoral en las jornadas comiciales. En torno a él y a María Corina Machado, hija de otra de las familias llamadas “amos del valle” debido a su poderío económico, se han afiliado los sectores más extremos que desean una intervención extranjera, especialmente los migrantes venezolanos que se encuentran en Miami y Europa, que exigen expresamente el aniquilamiento no sólo del chavismo como movimiento, sino también de sectores opositores, como Capriles y Acción Democrática, que no han tomado posturas tan radicales como ellos.
El partido de López no ha sido favorecido en las votaciones. En las primarias en 2012, López fue un precandidato presidencial sin ninguna chance, y terminó declinando a favor de Henrique Capriles para enfrentar otros sectores socialdemócratas de la oposición, quienes mantienen alto caudal de votos, sobre todo en los estados. Voluntad Popular es una pequeña minoría en el parlamento, ya que cuenta con 14 de los 167 diputados.
Sin embargo, según un acuerdo de la oposición de 2015, en este 2019 le tocaba a Voluntad Popular presidir la Asamblea Nacional. Y lo hizo con Juan Guaidó, debido a que, de sus tres principales dirigentes, López está preso en su casa, Freddy Guevara está exiliado y Luis Florido ha renunciado por diferencias con la línea ortodoxa del partido. Guaidó viene de conseguir 97.492 votos para proclamarse diputado, llegando segundo en la lista de su pequeño estado Vargas, donde perdió en unas primarias por la gobernación en 2012.
Según la diputada española Ana Surra, “Guaidó era hasta hace unos días un perfecto desconocido por el pueblo venezolano y el mundo, pero no para la Cia”. Esto lo concluye al describir su prolongada preparación política. En 2005 fue uno de los cinco estudiantes que fueron escogidos por su partido para visitar Belgrado y “comenzar a entrenarse en protestas violentas e insurrecciones” al estilo de las revoluciones de colores de Europa del Este. “En 2007 se mudó a Washington a estudiar gobernabilidad y gestión política en la Universidad George Washington bajo la tutela de Luis Berrizbetia, ex director ejecutivo del Fmi”. Es alguien preparado para provocar y gestionar dislocaciones.1
Guaidó ha pivoteado, desde el 5 de enero de 2019, la conexión del partido con los sectores populares descontentos e incluso con el mismo chavismo. Con un trabajo de marketing que todos comparan al de Obama, está intentando popularizar a la derecha radical y coquetea con el chavismo. Tiene que reunir mucho poder para hacer tambalear a Maduro sólo con actores internos. Sin portaviones ni tropas extranjeras es una ardua labor.
EL TIEMPO CONTRA GUAIDÓ. Entonces Guaidó ha vuelto sin contratiempos y debe proyectar una agenda realista, pero no desmovilizadora, ante unos seguidores que quieren un desenlace inmediato. Puede convocar a los gremios más tradicionales y comenzar un periplo que no parece ser muy corto, mientras las televisoras internacionales discuten si llamarlo “autojuramentado” o “presidente de la transición” y Maduro gana tiempo en el Palacio de Miraflores.
Sin apoyo militar ni policial, sin gabinete formado ni despacho conocido y con una desgastada movilización social, Guaidó intentará las próximas semanas convencer al mundo de que es realmente un presidente. O al menos alborotar el gallinero para abrir otros escenarios.De frente tiene a un chavismo ahora más unificado y una fuerza armada que puede no perdonarle esa alianza extrema con Colombia.
Venezuela sigue en el ojo del huracán. Diversos actores han bajado la presión esta semana, pero se preparan nuevos movimientos geopolíticos, especialmente relacionados con el petróleo, que hacen variar los escenarios de manera imprevista. Estemos atentos.
1. La intervención de la diputada de Ezquerra Republicana puede verse en https://www.youtube.com/watch?v=esiZwo_SDQY