Denis Merklen nació en Montevideo (1966), pero en 1973 su familia se exilió en Argentina y se instaló en Ciudad Evita, donde Merklen estudió en la secundaria durante la dictadura y más tarde sociología en la UBA (Universidad de Buenos Aires). Su primer libro, Asentamientos en La Matanza. La terquedad de lo nuestro (Catálogos, 1991), es considerado hoy un trabajo de referencia en la comprensión de la evolución de las clases populares luego de la dictadura y un estudio de la política en los barrios más pobres del conurbano, uno «pionero sobre esos temas en el corazón del peronismo matancero», según apostilla la revista Anfibia, de la que es colaborador habitual. Radicado en París, Merklen es profesor en la Sorbonne Nouvelle-Paris 3. Se doctoró en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, bajo la dirección de Robert Castel, con quien trabajó desde 1996 hasta 2013. Es reconocido por sus investigaciones sobre la «politicidad popular» y ha publicado numerosas obras en este sentido. Entre ellas, el libro Pobres ciudadanos. Las clases populares en la era democrática (2005 y 2010) y Bibliotecas en llamas. Cuando las clases populares cuestionan la sociología y la política (2016).
—¿Qué dirías que busca Nuestra Política como colección, cuál es su objetivo?
—Tiene una serie de objetivos dentro de uno principal o mayor. Nace de la convicción –de una convicción compartida– de que hay un espacio de reflexión en la izquierda que se ha agotado, o que ha agotado algunas de las herramientas de las que disponíamos para poder avanzar, y que es necesario construir nuevos espacios de conversación y de reflexión colectiva. Esto sería lo primero. Los intelectuales de hoy vivimos mucho dentro de la universidad, porque allí se procesan nuestras disciplinas y nuestra forma de ganarnos la vida, pero hay que salir: tenemos cosas para decir hacia adentro de la universidad, pero también fuera de ella. Es, sobre todo, la búsqueda de reconstruir un nosotros, y deahí el título de la colección: Nuestra Política.El modo en que acostumbramos pensar en la universidad –en una universidad pública, además– debe respetar las normas del espacio público y eso acota las posibilidades del debate. También, el discurso universitario implica un grado de discurso –una clase de pulido, de perfeccionado– que hace conflictivo el diálogo con otros grupos sociales. Si bien, paradójicamente, la universidad se ha democratizado mucho en el último tiempo –al menos mucho más de lo que sucedía hace 50 años– esta se ha distanciado, discursiva y dialógicamente, de otros grupos sociales. Y la discusión, entonces, no prospera. Son muchos los lectores con quienes tenemos la esperanza de conversar a partir de Nuestra Política y que provienen, además, de muy distintos grupos sociales. Un grupo claro es el de los militantes, grupo de por sí múltiple y diverso: están los militantes sociales, los militantes sindicales, los partidarios, los culturales. Y son diversos, además, en sus intensidades, en sus formas de vivir lo político y en sus formas de debatir. Los hay quienes conversan, políticamente, en el seno de su familia; los hay quienes se afilian a una organización y adoptan una disciplina de trabajo y discursiva que agota casi toda su energía. Hay quienes son militantes más bien esporádicos o que sostienen el ritual de una determinada marcha porque hay ahí un motivo político que los convoca y poco más. La colección busca poner el material a circular en la calle, en el espacio público y en un radio lo más amplio posible. Hay intelectuales de mucho peso reflexionando en este momento, pero que escriben más bien para sus colegas, para ganar concursos o con el propósito de hacer avanzar tal o cual sector de la ciencia. Nosotros queremos convocar esos saberes y convertirlos en reflexiones que puedan circular entre muchas clases de lectores.
—En un tiempo en el que el debate ideológico parece haber migrado hacia lo digital, ¿por qué apostar al libro?
—El libro tiene su especificidad en cuanto al modo de recepción y de lectura. Es importante leer libros de política, porque implican una forma particular de discurso y de reflexión que vale la pena explorar. Pero, así como el universo digital es diverso, también lo es el del libro: los hay grandes tratados y los hay pequeños libros como estos. Pero, sí, el libro predispone a una clase de lectura particular. Ha pasado ya mucho tiempo desde que se decretó su muerte: que los textos iban a pasar a ser exclusivamente electrónicos y que el soporte papel sería, casi, una excentricidad. Pero todos esos cantos de sirena mostraron estar errados. Las nuevas tecnologías se tragaron al casete, al videocasete, al CD, pero no lograron desplazar al libro. Incluso podríamos decir que la prensa en papel ha sido bastante más severamente arrinconada que el libro. El libro es un dispositivo que excede al mero texto: detrás hay un editor, un diagramador, un diseñador, toda esa transformación cuasi mágica que hace que un texto devenga libro. Y eso es algo visiblemente apreciado por mucha gente, que sigue comprándolos.
Y se da el caso de que hay editores jóvenes muy creativos y valientes, como la gente de Ediciones del Berretín, que se animan a impulsar una colección de estas características. El libro implica eso: una predisposición a la lectura reflexiva y un lugar de encuentro con uno mismo, también, algo que no se consigue a través de otros soportes. El libro es un artefacto del intelecto, pero también una gran herramienta para la conversación. Nosotros apostamos a esto último, y de ahí que sean libros breves, de bolsillo, que no demandan largo tiempo de lectura (se leen de una sentada, en dos o tres horas).
—De momento, la idea es publicar tres libros por año, ¿es así?
—Sí. Estamos produciendo a ese ritmo porque necesitamos testear un poco cómo va a funcionar la cosa. Detrás de la colección no hay grandes capitales y tenemos que aceitar una rueda que permita alimentar la colección y a la vez ir publicando, mientras a su vez tentamos a distintos autores.
—¿Los libros son escritos especialmente para la colección o se trata de escritos preexistentes que se trabajan luego en función de ella?
—No, se escriben para la colección. Le hemos pedido, por ejemplo, a Eduardo Rinesi, gran filósofo argentino, que inaugure la colección con el primer libro, Derroteros. Notas sobre izquierda y nación. Previamente, conversamos la idea con él, hasta que logramos ponernos de acuerdo. Lo mismo ocurrió con Vania Markarian y Aldo Marchesi: la conversación surgió a partir de un artículo que ellos publicaron en La Diaria; yo lo leí, me interesó muchísimo y entonces me comuniqué con ellos. «Tienen aquí un buen problema», les dije, y los invité a desarrollarlo. Les di el formato –150 mil caracteres, tal tipo de escritura, etcétera– y allá fueron. Nosotros, con la colección, estamos pensando mucho menos en el texto que en el lector, estamos tratando de cuidar, sobre todo, a este último. En este momento hay ocho autores trabajando en los próximos libros.

Nuestra política 02. El tiempo no para. Historia, crisis y futuro para pensar proyectos de izquierda, de Aldo Marchesi y Vania Markarian.
IZQUIERDA, CATEGORÍA ABIERTA
—¿Por qué eligieron abrir con Derroteros, de Eduardo Rinesi? Y con relación a los autores, ¿van a ser exclusivamente rioplatenses?
—Empiezo por la segunda pregunta, que es más fácil. No son necesariamente autores rioplatenses. Para las editoriales pequeñas, caso del Berretín, es muy difícil alcanzar la distribución en América Latina y el resto del mundo, un espacio totalmente cooptado por los grandes grupos editoriales, que ya cuentan con sus propias distribuidoras. Pretendemos, sobre todo, un diálogo latinoamericano (y más allá también, si se pudiera) y no exclusivamente uruguayo ni rioplatense. Tenemos la enorme facilidad de contar con el castellano como lengua mayoritaria en el continente, y eso no ocurre en casi ningún otro lado, así que debemos aprovecharlo. En segundo lugar, estamos convocando a autores con una proyección que va bastante más allá de una posible recepción de izquierda o progresista. Ahora, por ejemplo, estamos trabajando con Iñaki Soto, gran periodista español, director del proyecto Gara en País Vasco, un grupo multimedia y plurilingüe muy particular (el diario se publica en euskera, en castellano y en francés). Lo invitamos a participar de la colección bajo la premisa de cómo es trabajar en una empresa periodística de izquierda.
—Sí, algo que nos concierne bastante.
—Por supuesto, ese libro en particular dialoga con la tradición de Marcha y la de Brecha, muy especialmente. Luego me preguntabas por qué empezar por Rinesi. Rinesi es un filósofo político muy particular, no solamente porque es argentino y porque se inscribe en la tradición peronista, sino porque ha construido su reflexión a partir de ser un enorme traductor de Shakespeare. Rinesi piensa, entonces, sobre cuál es el lugar de la tragedia en relación con lo político, un pensamiento muy importante sobre ese diálogo, sobre los encuentros y desencuentros entre esas dos categorías. Derroteros titula precisamente a su libro, y habla sobre las distintas tradiciones latinoamericanas alimentadas por la perspectiva de la lucha de clases, sus vertientes socialistas y anarquistas, y eso vertebrado con la perspectiva nacionalista, que también tuvo muchas y variadas formas a lo largo del tiempo. En Argentina se afirmó con muchísima fuerza dentro del peronismo, pero Rinesi abre el juego y hace un recorrido por Latinoamérica (aunque con particular acento en su país). Nos parecía que ese viejo problema, nacionalismo e izquierda, que atravesó todo el siglo XX, era un buen punto de partida para abrir la discusión, porque Latinoamérica ha conquistado versiones muy diferentes entre sí sobre ese asunto. En la Europa de hoy –está a la vista de todos–, el nacionalismo se ha vuelto casi exclusivamente de extrema derecha. Hay excepciones, caso de enclaves tan particulares como País Vasco, Cataluña o Irlanda. Pero en países como Francia, Alemania o Italia es muy difícil ser de izquierda y a la vez nacionalista. Esas coordenadas se dan de modo muy distinto acá en Latinoamérica.
—Si estuvieras obligado a responder sobre dónde está la izquierda ahora y quiénes son sus pensadores y pensadoras, ¿qué dirías?
—Para empezar,la colección no tiene una idea perfeccionada o redonda sobre lo que es la izquierda, ni siquiera sobre lo que es el progresismo. No pretende decir a nadie hacia dónde se debería ir. Muchos de los autores con los que estamos conversando, varios de ellos colegas y amigos, tampoco tienen una idea demasiado clara al respecto. Las cosas están yendo demasiado rápido. El problema que plantea Rinesi es una reflexión original sobre un viejo problema, el que plantean Aldo Marchesi y Vania Markarian es sobre un tema reciente –y que seguramente ellos van a lograr poner sobre el tapete– y apunta a pensar sobre las coordenadas con las cuales la izquierda se reconstruyó a la salida de la dictaduras del Cono Sur (Uruguay, Argentina, Brasil, Chile). La idea es que hay un ciclo que se cerró, que se agotó, que no va a generar más productividad intelectual, y que se cerró, precisamente, con los gobiernos progresistas. Entonces, ¿qué tarea proponen ellos? Una sería la de «estirar» el período histórico: ellos consideran que la izquierda uruguaya –pero también la derecha– está atrapada en una reflexión sobre el llamado pasado reciente. Ese pasado que se inaugura con la revolución cubana o la salida de la Segunda Guerra, y que produce entonces una ruptura muy grande. Una vez retornadas las democracias, se instala muy fuertemente la cuestión de los derechos humanos como un horizonte normativo para la izquierda, un horizonte hasta entonces inédito. En los años sesenta nadie hablaba de derechos humanos; estaba, sí, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero no aparecía en el discurso, ni en el de los políticos de izquierda ni en el de los de derecha. Los temas eran otros: se hablaba de revolución, de socialismo, de crisis, de cambio. Pero Vania y Aldo creen que ese horizonte normativo fermental está agotado, y entonces lo someten a crítica y proponen una alternativa de trabajo para pensar los proyectos de izquierda que se vienen: eso consiste en estirar hacia atrás el ciclo histórico, en emplazar el problema en una historia más larga. Como historiadores, además, consideran que los movimientos de ultraderecha actuales hicieron ese proceso antes que la izquierda, que rompieron con el ciclo histórico antes. Milei, por ejemplo, toma como punto de partida simbólico el arranque del siglo XX argentino, el momento que precede a la existencia del peronismo, y de esa manera busca sedimentar la idea del peronismo como una aberración histórica.
Y el tercer libro de la colección, que se está terminando en este momento y que verá la luz en unos meses, es de Pablo Semán, el antropólogo argentino y quien mejor vio venir el arribo de las ultraderechas al poder. Él ha trabajado muchísimo sobre la religiosidad en Brasil, y propone pistas muy interesantes en ese sentido. En el razonamiento que él despliega, por ejemplo, no importa tanto Milei, sino las transformaciones sufridas por Argentina durante los 20 años de gobiernos kirchneristas, años que convocaron el nacimiento de una ultraderecha masiva y radical.