“La rebelión se sustenta en una nueva conciencia y en nuevas organizaciones nacidas bajo la ocupación”, dice a Brecha Henry Boisrolin, coordinador del Comité Democrático Haitiano, residente en Argentina. De ese modo el activista explica las multitudinarias movilizaciones que forzaron la suspensión indefinida de una cuestionada segunda vuelta electoral. El problema es que el gobierno de Michel Martelly finaliza su período constitucional el domingo 7, dejando un vacío presidencial sin precedentes en la historia de Haití.
“La crisis haitiana no se reduce a la crisis electoral sino que es mucho más profunda. Se relaciona con el fracaso de la ocupación, que no pudo resolver ningún problema de la gente. El sistema de ocupación colonial recurrió históricamente a dictaduras, golpes de Estado y masacres, pero ahora el sistema no puede reproducirse porque hubo un salto cualitativo de la conciencia y la organización en los últimos 30 años, luego de derrocado Duvalier”, sintetiza Boisrolin.
En su opinión, un sistema anclado en la corrupción y la violencia está siendo trabado por la sociedad haitiana, que ha comprendido que “para resolver sus problemas hay que poner fin a la ocupación militar que ya lleva 11 años”. En ese período se sucedieron elecciones, en las que hubo hasta un 75 por ciento de abstención, y la reconstrucción posterior al terremoto de 2010, que fue “un gran negocio para las multinacionales y las ONG”. Sostiene que se llegó a una situación en la que “los de arriba no pueden seguir viviendo como antes y los de abajo no quieren seguir viviendo así”.
UN PROBLEMA LLAMADO MARTELLY. “A partir del derrocamiento de Jean-Claude Duvalier, en 1986, el sistema político haitiano ha gravitado entre fuerzas que lo empujan activamente hacia la instauración de un régimen democrático, y otras que incentivan el arraigo de una cultura política autocrática y adversa a un Estado de derecho”, puede leerse en un editorial de la prensa dominicana (Diario Libre, 5-IX-15).
Desde el golpe de Estado contra Jean Bertrand Aristide, el primer presidente elegido democráticamente, un golpe “promovido por la burguesía, la diáspora y los altos mandos militares haitianos” y con fuerte apoyo de Estados Unidos, la situación haitiana se caracterizó por la inestabilidad. Luego de una intervención militar estadounidense, un segundo golpe contra la segunda presidencia de Aristide y la intervención de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas (Minustah), en 2005, llega al gobierno Martelly, aupado por esas mismas fuerzas.
El presidente, que asumió luego de una “una infame segunda vuelta electoral” en 2010, nunca negó sus vínculos con el régimen de François Duvalier, así como “su incuestionable complicidad con la extorsión y apresamiento a figuras de la oposición, como André Michel, su amistad con Woodley Ethéard (alias ‘Sonson la Familia’, líder de una notable banda de secuestradores), y el desinterés de su gobierno por la realización de elecciones legislativas y municipales, pendientes desde hace más de cuatro años” (Diario Libre, 5-IX-15).
Pero lo más escandaloso es el silencio de la comunidad internacional. No ya de Estados Unidos y Francia, cómplices del régimen de Duvalier, los golpes de Estado, la represión y el fraude permanentes, sino sobre todo de los gobiernos progresistas latinoamericanos cuyas fuerzas armadas integran las tropas de ocupación.
Fue la masiva irrupción del pueblo haitiano lo que llevó a la OEA y a varios gobiernos a interesarse en una realidad que creían bajo control. En esa irrupción juega un papel importante la crisis económica, con una fuerte devaluación en torno al 80 por ciento, “con hambrunas severas en cuatro de los diez departamentos”, según Boisrolin, a lo que debe sumarse una epidemia de cólera traída por los soldados de la Minustah que se cobró 9 mil muertos y 900 mil infectados, agravada por la expulsión de haitianos de República Dominicana, donde suelen acudir en busca de trabajo. “El gobierno no da salida a ningún problema, y además hay un despilfarro enorme, que bajo Martelly creció de modo exponencial.”
LUCHA POR EL PODER. Como suele suceder en estos casos, la crisis económica se convierte en crisis política por la emergencia de esa “nueva conciencia” en la sociedad haitiana, de la que participan incluso sectores medios y hasta parte de la burguesía que comprende la importancia de la soberanía nacional. “Esto ya no es un planteo sólo de la izquierda sino de la inmensa mayoría de los haitianos”, dice el coordinador del Comité Democrático.
Todos los organismos de observación haitianos reconocen que en las elecciones del 9 de agosto hubo fraude, al que algunos asimilan a un golpe de Estado a favor del partido del presidente. “Estados Unidos y Brasil quieren que se acepte que hubo irregularidades, pero como son unas ‘elecciones a la haitiana’, término que revela su racismo, deberían ser válidas. No pensaban que el pueblo haitiano tendría la capacidad de frenar la segunda vuelta”, dispara Boisrolin.
Este fin de semana es el momento clave, ya que se impone un gobierno de transición cuya correlación de fuerzas decidirá el futuro inmediato del país. La propuesta de las fuerzas populares que se han venido movilizando consiste en hacer cabildos abiertos para que la población tome la iniciativa y consiga evitar que su futuro se decida, una vez más, entre cuatro paredes. “Si ponen a Martelly o a sus amigos en un gobierno de transición no va a durar ni un mes”, anticipa Boisrolin.
Lo nuevo es que se ha registrado en los últimos años un crecimiento exponencial de las fuerzas antimperialistas que reclaman el fin de la ocupación y la no injerencia, lo que ha llevado a muchos sectores, incluida la Iglesia Católica, a rechazar reuniones con la OEA. Luego de 11 años de ocupación quieren resolver los problemas entre haitianos.
Boisrolin define la nueva coyuntura en una apretada síntesis: “Han surgido organizaciones campesinas, barriales y sindicales, ya no son sólo los estudiantes los que salen a la calle, sino la gente que en forma masiva ha forzado la suspensión de la segunda vuelta, con lo que se ha frenado el golpe electoral. Pero ahora queda por ver cómo se integra el gobierno de transición. Martelly y los presidentes de las cámaras quieren estar en ese gobierno. El grupo de ocho partidos de oposición plantea que el presidente de la Suprema Corte de Justicia asuma la Presidencia, y la tercera posición es un gobierno de consenso de todas las fuerzas que se movilizaron contra la ocupación. La crisis ha entrado en la fase de lucha por el poder”.