En el marco de los festejos por los 35 años de nuestro semanario, el martes comenzó un ciclo de mesas redondas. En esta oportunidad, conversamos con expositores de América Latina sobre el lugar de los movimientos sociales en la realidad actual, su alcance y su capacidad de articulación.
Para Brecha, siempre ha sido importante aportar al debate y al análisis sobre los temas que más nos ocupan –y nos preocupan– a nivel regional e internacional. Por eso, en el contexto de la celebración de nuestro cumpleaños número 35, y aprovechando las herramientas virtuales que la pandemia ha instalado, organizamos un ciclo de charlas virtuales con expositores internacionales.
El martes, bajo el título Movimientos Sociales en América Latina: Alianzas y continuidades, se realizó la primera de las tres mesas redondas que componen el ciclo. La intención fue debatir sobre el rol de los movimientos en la realidad actual de América Latina. En esta mesa contamos con la participación de María Pía López (socióloga, ensayista, investigadora y docente argentina, colaboradora en la revista Anfibia), Jaime Bassa (chileno, doctor en Derecho y docente en la Universidad de Valparaíso) y Verónica Ferreira (brasileña, integrante del Instituto Feminista para la Democracia SOS Corpo y de la Articulación Feminista Marcosur). El debate se pudo ver a través de las redes sociales de Brecha y fue moderado por nuestra editora de Cultura, Soledad Castro Lazaroff.
A pesar de las diferencias entre las realidades de cada país, los tres expositores comparten un enfoque latinoamericanista y profundamente opuesto al neoliberalismo en ascenso en el continente. Coincidieron en que los movimientos sociales no sólo han crecido como respuesta a estos procesos, sino que, en ese crecimiento, juega un rol fundamental la expansión y la masividad que han alcanzado las luchas feministas en los últimos años. Para los tres, en el retroceso democrático en América Latina, los fundamentalismos –particularmente los religiosos– están teniendo un rol central, y son, de alguna manera, el «enemigo común» de los movimientos.
Jaime Bassa intervino desde Chile, a menos de 48 horas de conocerse los resultados del plebiscito en el que hubo un triunfo arrollador de la propuesta de derogar la Constitución heredada de Augusto Pinochet. Bassa explicó que, en el proceso que derivó en tal logro, hubo importantes puntos de coincidencia con el que en 1988 terminó con la dictadura en Chile. Así como en los años ochenta las protestas contra los efectos económicos del gobierno de facto tuvieron un rol muy importante en la articulación social contra la dictadura y el plebiscito de 1988, el estallido social que explotó en octubre del año pasado «termina sedimentando en un proceso constituyente». A su juicio, es imposible entender un proceso sin el otro y es importante recordar que la vigencia de la Constitución de 1980 implica el resguardo del orden político, económico y social que esta proponía, la cual trajo como consecuencia la consolidación del modelo neoliberal.
Bassa explicó que el fin de la dictadura y el trabajo del gobierno por desarticular al movimiento social produjeron el apaciguamiento en los años noventa. Sin embargo, la crisis al final de esa década fue el caldo de cultivo para que, a principios de la siguiente, volvieran a surgir manifestaciones, ahora sostenidas en el tiempo y producto de grandes articulaciones. Los estudiantes y los trabajadores organizados tuvieron allí un rol fundamental, «alimentando de forma progresiva la resistencia al modelo neoliberal», explicó el profesor. En 2011, empiezan a escucharse los primeros reclamos del movimiento social por una asamblea constituyente. Para Bassa, en este proceso se generó una suerte de articulación entre las distintas demandas sociales que habían estado presentes en los últimos 30 años y que confluyeron en un reclamo común el 18 de octubre de 2019. El docente se manifestó optimista respecto del proceso que comenzó el domingo: «Estamos en un momento histórico; el resultado del plebiscito es muy esperanzador y con él se inicia un proceso de construcción de candidaturas y de proyectos constituyentes para pensarnos de forma distinta».
Para Verónica Ferreira, la velocidad del retroceso en Brasil es «realmente atroz». «En los últimos años todo ha cambiado dramáticamente», aseguró, y alertó sobre la «dificultad histórica de articulación entre movimientos sociales» en su país, particularmente del feminismo con otros movimientos. Por esta razón, «cuando se instaló en el poder el bolsonarismo (esta alianza militar con la Policía, esta extrema derecha que hoy implementa este programa devastador), teníamos aún dificultad para reconocer» el lugar que el feminismo ocupa en la discusión.
Para Ferreira, el feminismo en su país se enfrenta al desafío de impulsar «causas comunes» con el resto del campo social; a su juicio, el movimiento feminista no es reconocido por el resto de los movimientos como uno de causa común, y le preocupa que se lo siga mirando «como una causa identitaria y no central».
La argentina María Pía López aprovechó la oportunidad para recordar que ese mismo día se cumplía un año del triunfo de Alberto Fernández en las elecciones, gracias a una «alianza organizada desde el peronismo», y destacó que el paso del modelo neoliberal por Argentina fue «más rápido de lo que pensamos en tanto hubo un solo mandato del macrismo». En ese período la protestas jugaron un rol muy importante: «Si algo es claro es cómo en cada momento histórico aparece un repertorio de acciones colectivas que tienen que ver con el modo de ocupar las calles», aseguró. López destacó que los feminismos masivos, populares y callejeros en Argentina «explotaron en el último tramo del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y se mantuvieron muy activos hasta la pandemia, que nos retiró de la calle». Este rol fue fundamental porque fueron esos los movimientos que pusieron sobre la mesa «ideas contrapuestas a la gobernabilidad neoliberal, ya que no confrontábamos sólo con una agenda de género».
Para la socióloga, el macrismo dejó como consecuencia una «doble emergencia, sanitaria y alimentaria», que se recrudeció con la pandemia. En contrapartida, y como resistencia organizada, existe hoy en Argentina «un círculo virtuoso entre la creación de una nueva institucionalidad política y los movimientos sociales, que tienen una enorme capacidad de reorganizar capilarmente la intervención sobre la vida social».
En este sentido, y teniendo en cuenta el contexto en que vivimos, López afirmó: «Hay que recomponer la historia de la que venimos, los cuidados no pueden pensarse separados de la desobediencia», lo que, a su juicio, implica considerarlos no sólo como el cuidado de la vida, sino también «como la pelea constante y persistente por construir una vida digna de ser vivida».