Algo que está bueno de estos años en nuestro país es que, en algunos géneros musicales, podemos ver cómo conviven al mismo tiempo algo así como tres generaciones: quienes lo introdujeron y se tornaron en referentes, quienes siguieron esa primera línea y recién ahora están logrando establecerse como artistas consagrados, y quienes están dando sus primeros pasos. Un caso muy paradigmático es la escena del indie rock, un género que hace tiempo viene en crecida y que, hoy en día, es la forma de hacer rock que más atrae. Bandas como Alucinaciones en Familia –de lo que sería esa segunda generación– ya es una de las bandas referentes del rock actual; otras, como Niña Lobo, están trayendo una forma diferente de vincularse con el género y con el quehacer musical en general. Y también hay bandas como Exilio Psíquico, que aún se encuentran fuertemente activas, lanzan nuevo material y cargan con el título de los precursores.
Es que por comienzos de los años noventa, cuando países como Estados Unidos o Inglaterra, de donde proviene el género, recién le estaban poniendo un nombre a esa música, acá Exilio Psíquico estaba en total consonancia con ese proceso. Pero, claro, en un país donde el término indie ni siquiera asomaba la nariz. Entonces Exilio Psíquico, por un tiempo, fue no tanto una banda de un estilo musical en particular, sino una que formaba parte de un colectivo con una denominación relacionada con la difusión y, bueno, la economía de la música: el rock under del Uruguay. Eso era todo lo que parecía haber para decir sobre una banda con letras críticas o hasta satíricas que hablaban de la vida cotidiana en un lenguaje cotidiano, con simpleza musical, con un gran despojo de esa elevación que significaba, para otros, hacer música, y un sonido más sucio, más desprolijo. Pero los tiempos cambian y cuando el público empieza a crecer y esa falla en el sistema pasa a ser un ejemplo a seguir por futuras generaciones, aparece un nombre para el tipo de música que se toca, y aparece el reconocimiento.
Ahora Exilio Psíquico, liderada desde su inicio por Maximiliano Angelieri y Orlando Fernández, va por su séptimo disco, que se titula Como un pingüino empetrolado y salió hace un poquito más de un mes a través del sello Little Butterfly Records. Para esta ocasión, se sumaron Nicolás Soto y Andrés Coutinho, formando un cuarteto de punta a punta. La particularidad de este disco fue el proceso de creación: la composición, el ensayo y la grabación sucedieron casi al mismo tiempo. Ya de entrada es un disco que pone en jaque la actual forma de concebir los álbumes, en la que los procesos están superfragmentados y dilatados en el tiempo. El petróleo del pingüino trajo pura espontaneidad. El disco suena muy despojado, sin grandes arreglos o elaboraciones. Es una especie de sube y baja de sonoridades. Son esos cuatro músicos sonando como sonarían en vivo en ese cuarto en el que grabaron; seguramente por eso es que las letras suenan más reforzadas que otras veces, porque a la cotidianeidad de las palabras la acompaña una verdadera cotidianeidad sonora. Entonces, un disco que suena así, que describe de forma crítica las costumbres de las generaciones jóvenes que buscan una vida alternativa, libre de los vicios del consumo –una vida que se torna una aspiración posible de imaginar cuando ya hay un montón de cosas que se dan por sentadas–, se vuelve muy potente porque mete el dedo en la llaga. Si la banda en algún momento supo notar que había algo en nuestra forma de vivir que no cerraba, que no estábamos notando, ahora lo señala más fuerte que nunca a través de sus letras y de una música que intenta limpiarse de todo fuego artificial, de todo chirimbolo, de todo artilugio. Exilio Psíquico nos pregunta: ¿cómo transitamos una vida cuando hasta la libertad se vuelve algo poco creíble? ¿Cómo transitamos una vida que es agobiante, hasta en lo más simple y en lo más mundano? ¿Cómo transitamos la vida si nos sentimos como un pingüino empetrolado?